La revolución de la infancia

Por Clara F. Zapata Tarrés

¿Por dónde comenzar? ¿Qué decir? ¿Cómo actuar? Me quedo en silencio. Enmudezco. Sin palabras. El tema es muy cercano pero no es mío. Me hago preguntas, grandes preguntas. La tristeza sobre lo que puede suceder en una ciudad, incluso en un país, la violencia que se ejerce desde la esfera más alta hacia la infancia es patética. ¿Qué me queda? ¿A dónde voy? ¿A dónde volteo y a dónde puedo mirar ante la sorpresa de la tragedia cotidiana?

Me siento en mi patio grande que deslumbra el potente sol del invierno y escucho las hojas que caen con el viento vespertino y cómo un pedazo de hierro golpea la pared. Estoy en mi desierto contemplando la altísima pared que construyó mi vecino. Veo que quiere estar encerrado en sus metros cuadrados de cemento. Veo que quiere permanecer “protegido”, salvándose de este infierno terrenal. Y me pregunto si esto es lo que deseo. Y es que así, en este norte vivimos hace más de 10 años, días, noches y horas violentas que nos enmudecen y nos paralizan. Unos reaccionamos encerrados, otros, corremos, otros cuestionamos y otros nos evadimos.

Más de 10 años viviendo cada pisada en la tierra que no es fértil pero que tiene los amaneceres más poéticos y los atardeceres más metafóricos, llenos de fuego celestial. Recorro mi pueblo que ya no es pueblo pero que sigue teniendo árboles y pájaros que descansan en el anochecer, cantando eternamente y teniendo el instinto que sólo los animales no pierden; una esperanza que no acaba, una obligación que les imprimió la naturaleza. Nosotros, en cambio, nacimos con la consciencia, nos damos cuenta y sí podemos a veces perder la esperanza. Algunos la tenemos guardadita en un cajón y lo que muchas veces nos impulsa es precisamente la infancia, la nuestra escondida y la de nuestras crías.

Un paso a la vez… ¿Cuál es mi meta? ¿La podré cumplir?

Cada día cuenta, cada hora, cada bebé que se acomoda en el pecho de su mamífera, cada esfuerzo cotidiano. No es un sueño. Es el trabajo. Si no estoy teniendo los resultados que pensé, ¿debo renunciar? Necesito documentar, escribir, imaginar la foto e ilustrar mis días. Sé que cada día cuenta, que cada gota, aunque sea una, cuenta. ¿Quiero seguir? Pongo mis prioridades. Cada prioridad jerarquizada requerirá cierta dosis de trabajo, de esfuerzo. Otros, los OTROS, tendrán las suyas. Puedo decidir, tengo la maravillosa y odiosa mayor característica humana que es LA LIBERTAD. Pongo una balanza y cada momento representa la mayor audacia de mi vida si tengo clara la meta. ¿Cómo quiero que sea la infancia de mi ahora bebé? ¿Quiero amamantar? ¿Qué riesgos, qué oportunidades tengo si decido que la lactancia sea mi forma de crianza? ¿Es mi prioridad? ¿Asumo el riesgo de ser diferente y hacer de mi crianza una revolución? Porque para los que no lo crean, esto es: es ser distinto, es mirar la vida desde una perspectiva en espiral, es ir en contra de muchos prejuicios y cosmovisiones arraigadas. Necesitamos intentarlo por ese preciso momento pero hasta siempre y para siempre.

Amamantar, decidir por la lactancia, con libertad y con información, es un regalo para toda la vida. Hoy no verás el resultado inmediato pero ¿qué tal que te darás cuenta unos años después o incluso una década después que todo valió la pena? Nada en esta vida es gratis. Todas nuestras metas requieren de toneladas de trabajo y esfuerzo; toneladas de serendipia, el accidente de encontrar algo bueno, sin buscarlo tanto, de manera inesperada o a veces que se mira lejana en el tiempo. La suerte no existe. Tenemos suerte porque hemos trabajado en ello muy arduamente. ¿Queremos infancias pacíficas, amorosas, y que además desafíen los trágicos momentos actuales? Decidamos. Si es acompañadas, contenidas, juntas y en tribu, NUNCA solas, mucho mejor. Protejamos a nuestros niños, a TODOS, desde el nacimiento, que sea una meta, que sea nuestro trabajo día con día. No existe el éxito de la noche a la mañana. Juntas lo haremos. Que se vuelva nuestra obsesión cotidiana.

*”Las opiniones expresadas en este texto son solo mías y no necesariamente reflejan las opiniones de la Liga de La Leche”.

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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