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Aprender a desaprender

Por Liliana Contreras Reyes

¿Quién soy?

Ser adulto no es sinónimo de ente “terminado”. Menos en la época en la que vivimos, en la cual hay gran cantidad de información por aprender cada día.

Definir quién soy me ha sido difícil, no porque no me conozca, sino porque me parece una pregunta demasiado dispersa o con tal amplitud que no sé qué decir. Es probable que cada vez  que me lo hayan preguntado, en un curso, en alguna sesión, en una entrevista, haya respondido diferente:

¿Soy psicóloga o estudié psicología? ¿Soy mamá como definición o soy mamá de dos niños en la práctica? ¿Soy escritora por compartir con ustedes en esta revista? ¿Soy ama de casa o administradora del hogar?

Porque entonces también soy fontanera, ya que a cada rato arreglo una llave, o pintora, porque me ha tocado pintar paredes. También soy artesana, porque mi mesa parece la de “Cositas”, y hasta actriz, porque tuve que grabar unas clases para un programa en línea (y sí, lo actué todo).

Pero no es así. No soy ni me considero ninguno de los títulos anteriores.

Soy Liliana a secas.

Sin títulos ni etiquetas, sino un conjunto de pensamientos, emociones, ideas, gustos, anécdotas, genes y más, envueltos en este cuerpo.

Lo que quiero decir es que soy más que psicóloga o pintora. Lo que sé hacer es una parte de mí, sí. No es todo. Soy mis pensamientos, mis emociones. Soy mi familia, mis gustos e intereses. Soy la sinergia de todas esas variables que me hacen actuar, reaccionar, decidir. Vivir, en resumen, de cierta manera.

Y, entonces, está esa Liliana frente al planeta COVID-19, que le demanda un cambio. ¡Uy! ¿Incertidumbre? Sí. ¿Miedo? Bastante. ¿Estrés? Ni se diga.

El cambio de paradigma.

Si alguna vez llenaron el famoso FODA, ya no tendrán que dejar en blanco el recuadro de amenazas. Ya las experimentamos. Antes del COVID, podía poner como amenaza un temblor, una bomba, un ataque terrorista, pero, en realidad, tenía la seguridad de que era poco probable que ocurrieran. Después de él, nuestras amenazas son tangibles, reales. Llenaremos el recuadro con amenazas como pandemia, enfermedad, desempleo, crisis económica, estrés.

En una entrada anterior, hablé del dolor de aprender algo. Me consta, aprender duele. Ahora, pienso en desaprender y, aunque no he sentido el mismo dolor físico, duele dejar de lado ciertos hábitos, costumbres, certezas, como en los siguientes ejemplos:

  • Tuve que desaprender a tener el control de todo y aprender a ceder. Una videollamada fue suficiente, al exponer todo lo que soy, con mis arrugas, despeinado, niños asomándose y parte de mi hogar como fondo.
  • Fui obligada a desaprender a analizar la información para tomar decisiones y aprender a tomar decisiones riesgosas para salir adelante. ¿Quién podría o puede asegurar hasta cuándo va a durar el virus suelto en nuestro país? Tenemos que seguir adelante, tomar ciertos riesgos y esperar lo mejor. Pero no lo sabemos.
  • Tuve que desaprender a ver en una calificación mi valor personal y aprender a valorar quién soy, aunque nadie externo me retroalimente. No quiero decir que lo que digan los demás no me importe, hay personas de quienes siempre me interesa escuchar lo que piensan, pero, en el fondo, hasta hoy me doy cuenta que dar mi mayor esfuerzo es lo que me da satisfacción. Ya no es un 10 o un 100, es saber que lo que hago fue lo mejor que pude.
  • Estoy desaprendiendo cómo cuidar y manejar mi cabello chino, para aprender a cuidarlo y respetarlo como es. La verdad, nunca he usado la plancha ni he intentado ser lacia, pero sí usaba grandes cantidades de químicos para apaciguar un poco la melena.

Desaprender-aprender no es fácil, pero es posible.

Algo tan simple, aparentemente, como secar mi cabello al aire libre o usar la secadora con aire frío implica un desaprender-aprender. Conductas más cognitivas y arraigadas, obviamente, requieren más esfuerzo. Por ejemplo, creía que juntar material para reciclar era suficiente como medida para cuidar el planeta. Ahora, estoy comprendiendo que evitar el consumismo es realmente una medida para cuidar el planeta. Tal vez parezcan lo mismo, pero aplicarlo, llevarlo a la práctica, cambia radicalmente mi día a día. Cuestionarme con un “¿realmente necesito esto? ¿Necesito más ropa, zapatos, mochilas, cuadernos? ¿Necesito comprar agua embotellada? ¿Necesito tener varios termos/esmaltes/teléfonos?”

Enfrentarnos a una situación nueva, nos exige actuar de una manera distinta.

Desaprender para adaptarnos

La pregunta que detonó todo este texto fue: ¿hasta dónde nos puede llevar la resistencia al cambio? Piensen en alguna experiencia. Analicen si la decisión que tomaron tuvo que ver con la renuencia a salir de la zona de confort o si la tomaron de acuerdo con las ventajas y desventajas de la misma.

Trabajo en educación y plantearme esta pregunta es crucial, porque es algo que tendríamos el deber de transmitir a los niños: si lo que yo soy no me permite adaptarme a las circunstancias que vivo, si el contexto que veo no es el ideal, si creo que hay una forma de mejorar el mundo, tenemos el deber de cambiar. Justo aquí entra el desaprendizaje. Sí, a mí me enseñaron que debía respetar a mis mayores, pero a mis hijos yo les trato de enseñar que deben respetar a todas las personas, sin importar su edad o sexo.

Si como docente quiero enseñar a mis alumnos de la misma forma que yo aprendí hace 20, 30 o 40 años, estoy equivocada. El mundo es otro. Los niños son diferentes y las exigencias que tienen han cambiado de manera radical en los últimos años. Ya lo decía Dellors en su documento “La educación encierra un tesoro”, al plantear las tensiones que deben superarse para vivir en el siglo XXI: el ser humano debe buscar el equilibrio entre lo universal y lo particular; entre tradición y modernidad; entre el valor de las acciones a largo plazo y a corto plazo; la competencia y la igualdad de oportunidades; entre el extraordinario desarrollo de los conocimientos y la capacidad que tenemos los seres humanos para asimilarlos.

Me centraré en este último. Wikipedia cuenta con 1 millón 619 mil 815 artículos. ¿Quién podrá leerlos? Diariamente, se agregan 400 artículos más. Entonces, ¿por qué pretender que los niños memoricen o aprendan contenidos en lugar de buscar el desarrollo de habilidades para enfrentarse al mundo global?

Desaprendo que responder un examen dice qué tan inteligente soy, para aprender que resolver un problema o adaptarme a la nueva normalidad dice más sobre mi inteligencia.

Lo más importante: desaprendo que mis hijos y alumnos van a recordar lo que les expliquen en la escuela y aprendo que mis hijos y alumnos van a aprender más de la forma en que yo me conduzco a diario.

Soy Liliana, tengo 39 años, mi esperanza de vida es de 100 años, me falta más de la mitad de mi vida por vivir.

No me pregunten quién soy, será más fácil responder qué quiero ser de grande.

Liliana Contreras: Psicóloga y Licenciada en letras españolas. Cuenta con un Máster en Neuropsicología y una Maestría en Planeación. Se dedica a la atención de niños con trastornos del desarrollo. Fundó el centro Kua’nu en 2012 y la Comunidad Educativa Alebrije en 2019. Ha publicado en la revista La Humildad Premiada, Historias de Entretén y Miento, La Gazeta de Saltillo, en los periódicos Vanguardia y Zócalo de Saltillo. Colaboró en el libro Cartografía a dos voces. Antología de poesía (Biblioteca Pape & IMC, 2017) y en el Recetario para mamá. Manual de estimulación en casa (Matatena, 2017). Publicó el libro Las aventuras del cuaderno rojo (IMCS, 2019), Brainstorm. Manual de intervención neuropsicológica infantil (Kuanu, 2019), Abuelas, madres, hijas (U. A. de C., 2022), Un viaje por cielo, mar y tierra. Aprender a leer y escribir en un viaje por México (Kuanu, 2022) y, actualmente, escribe para la revista NES, en la edición impresa y digital.
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