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HOJAS DE BUGAMBILIA

Por Dona Wiseman

Angela Lins mojó unas hojas de color y flores de bugambilia en agua y las pasó por mis labios.  Las hojas eran rosa fuerte, casi moradas, con sus flores pequeñas amarillas.  Me dijo que yo tenía mucho que decir y que ya no era momento de seguir callada.  Me dijo, me ordenó, que hablara, que dijera todo aquello que pujaba por salir de mi boca.  Me dijo que hablara siempre, hasta en la fila del banco y en el supermercado.  Siempre he pensado que si hablo todo lo que tengo por decir seré un tanto imprudente, o quizás solo un tanto más de lo que ya soy.  Entre lo que más puebla mi mente están las preguntas incómodas que cuestionan lo que comúnmente se considera como verdades, o conocimiento común.  Estas preguntas cohabitan con una manera de ver las cosas que toma en cuenta detalles que no sé si otros no ven o simplemente no dicen, quizás por no dar la contra o por pertenecer o por no contradecir.  A veces no quiero hablar porque me da flojera.  Pienso que tomará mucho esfuerzo explicar mi manera de ver y realmente no siempre estoy de ganas de ese esfuerzo.  La verdad es que disfruto una buena discusión.  Me encanta escuchar, contradecir, que me contradigan; tejer un tema con información y opiniones compartidos y contrarios.  Hay algunas personas con quienes eso es posible.  Argumentar, discutir, y seguir siendo de los mejores amigos.  No tengo miedo a decirle al otro que está equivocado.  Mi ego me ha asegurado siempre que yo tengo la razón.  ¡Ah!  Pero es el mismo ego que se ha flexibilizado lo suficiente para escuchar al otro y reacomodar su razón al incorporar información que aporta ese otro y que tiene sentido.  Una de las mejores maneras de aprender es decir lo que creo que sé y escuchar lo que el otro cree saber (o sabe porque en el tema tiene más bases que yo).  De esa manera yo completo la información que necesito para formar una opinión o una conclusión actualizada.  Creo que al usar la bugambilia para abrirme los labios, Angela Lins también abrió mis oídos, o la mente, o ambos.  Cuando participo en una discusión, salgo ampliada.  Hubo un momento en mi formación como psicoterapeuta en Gestalt en el cual me cayó un veinte tremendo, uno de esos insights que cambian la vida.  De pronto escuché mi propia voz interior decir, “Para cada cuestionamiento hay un sinfín de respuestas, y todas están bien.”  Después de eso me regresé a pie de la Colonia del Valle a Chimalistac, andando a lo largo de Insurgentes bajo una muy ligera lluvia que refrescaba mi cabeza y mi cuerpo, cargados y calientes, aún resonando con la declaración que cambiaría mi manera de mirar la vida para siempre.  Si aplico esta declaración a mi manera de hablar, ahora tengo la libertad de hablar sin asegurarme tener la razón.  Puedo expresar pensamientos y posibilidades y recibir la retroalimentación de otras personas, particularmente personas a quienes amo.  Sigo segura de que en muchas ocasiones tengo la razón.  Eso no cambiará.  Me sigo desesperando cuando considero que las personas no están viendo más allá de lo obvio, de lo común, desde una perspectiva angosta y poco informada, o bien de un lugar egocéntrico y poco generoso.  Sigo con el impulso de corregir lo que creo equivocado.  Pero de algo puedes estar segura; sí me preguntas algo, o si tienes la apertura de entrar en una discusión conmigo, seré honesta y compartiré todo lo que tengo.  No trataré de quedar bien o de retener tu cariño, ni siquiera tu respeto.  Hablaré.  Así como me dijo Angela Lins.  Y sí, a veces me meto en líos. 

Dona Wiseman: Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.
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