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DIARIO DE UNA PANDEMIA I

ES REAL, SOY PARTE DE ELLO

Por Miriam Valdez

Martes 17 de Marzo 2020.

Este es el segundo día de una “cuarentena” a medias. Vivo en Saltillo, Coahuila, México, mi familia inmediata se conforma de mi esposo, mis tres hijos de diez, nueve y cuatro años; en el mismo predio viven mis suegros a unos metros de distancia. Mis papás están en la misma ciudad, 81 y 75 años. No los he visto desde hace una semana. Generalmente no los veo en una semana o quizás hasta dos, pero en este momento, se empieza a sentir una especie de angustia por el aislamiento forzoso, porque sé que ahora debo cuidarlos a ellos, aunque eso sea a través de mi ausencia. Qué irónico.

El coronavirus COVID-19 no ha llegado a mi ciudad, oficialmente. Al día de hoy existen 82 casos en el país. El 22 de Enero había 555 infectados en todo el mundo, 17 muertos. Para el 22 de Febrero eran 78,579 infectados, 2,458 muertos. Al día de ayer: 181,546 casos infectados, 7,126 muertos. 3% de muertes y miles de casos que surgen exponencialmente…Aún no hay indicaciones ni protocolos oficiales en mi país (excepto suspensión de clases a partir del día 20 de Marzo, que se me hizo fuera de tiempo). He leído información a borbotones, siempre lo hago cuando me siento insegura y confusa, es mi manera de tranquilizarme. Hasta hace un par de días, todo eran memes, burla y chistes de coronavirus… Ahora todo es una lista de “debes y no debes”.

Ayer salí al supermercado, me encontré amigas que nos vemos los lunes comúnmente en HEB, esas con las que te abrazas y platicas largo y tendido por el pasillo, esta vez nos saludamos de lejos, hizo falta ese abrazo, esa plática. Nuestras miradas (y nuestros carritos) eran de incredulidad, de incertidumbre, algo así como tratando de mantener la calma y comprar lo necesario, pero al mismo tiempo, comprar lo que está acostumbrada la familia. Algo dentro de ti te dice que te midas, que sea realmente lo básico, que no sabes si realmente podrás volver a salir a surtir ese refri. Puede parecer superfluo, pero estoy segura que nos pudo suceder a todos al ir de compras. Regresando a la casa, me entró esta sicosis de limpiar la casa, de querer poner orden en las entradas y las salidas de los niños, me volvía loca que abrieran el refri una y otra vez, que entraran con lodo, todas esas cosas que hacen comúnmente, ésta vez me alarmaron, porque aún queriendo estar serena y no pensar en tragedias, algo dentro de mi me decía que ahora sí era en serio esto de ser medidos, de ser conscientes y limpios; recordé a la tía que nos quitaba los zapatos para entrar a su casa cuando era niña, a mi prima que nos regaló unos calcetines en Navidad porque su hija, quien vive en Corea del Sur, le enseñó que allá no entran con zapatos a la casa y me hacían choque en la mente esas maneras con las mías, porque no dejo de pensar que si yo hubiera sido así de “precavida” desde siempre, no me estaría costando tanto.

Hoy salí al banco ya que tenía que hacer unos pagos, vi una fila enorme y me asusté, “no debo estar ahí con tanta gente” y me salí. Fui por los libros al colegio de mis hijos, ya no irán más a la escuela, no sabemos realmente por cuánto tiempo. Los maestros decían: “les estaremos enviando tareas, actividades y sugerencias, ya que sus hijos estarán encerrados por mucho tiempo, queremos ayudarles a que sea llevadero”… Sigo sin comprender realmente, mis hijos saben estar en casa y disfrutarla, ¿o no estoy dimensionando?

Regresé a casa -no sin antes quitarme los zapatos antes de entrar, lavarme las manos por 20 segundos y ponerme gel anti-bacterial ya que me han dicho que “sirve para bacterias, y no para virus, pero quién quita sí los mate”. Senté a mis hijos en la mesa para organizarnos una rutina (no sé porqué elegí esa idea), si fue una tendencia en redes, la indicación del colegio de cubrir programas, o si realmente creo que lo necesito, hemos pasado los casi dos meses de verano en casa, sin horarios, disfrutando…no entiendo mi sicosis otra vez. No creo que ellos la comprendan tampoco.

Por la tarde salimos juntos al jardín, nos ejercitamos, jugamos juegos de mesa, pareciera que queremos hacer todo a la vez, ya para hoy mismo, todas esas manualidades lindas que han sugerido, todas esas ideas que han rondado por mi mente -controladora, por cierto- para sentir un poco de orden y aparente paz.

Pero la realidad es que tengo miedo, lo confieso abiertamente, miedo a sentir dolor verdadero, a no tener ingresos suficientes porque vivimos en una parte de negocio (que permanecerá cerrado por tiempo indefinido, por cierto), miedo a que mis hijos vivan una situación que sé que se quedará tatuada en su alma para siempre, miedo a padecer, a sufrir; miedo a perder a alguno de los míos por ésta situación… miedo a lo desconocido.

Llegó la hora de demostrar realmente de qué madera estoy – estamos – hechos: como individuos, familia, comunidad y país, llegó la hora de reaccionar y actuar, llegó la hora de confiar y poner a prueba mi fe en Dios, en mí misma. Llegó la hora de verdad. Ya no es un libro ni una película de ciencia ficción: es real, y soy parte de ello.

Miriam Valdez: Soy mujer, madre de tres, esposa de uno. Licenciada en diseño gráfico, máster en administración, comunicóloga de clóset. Amante de la lectura, de la cocina y de la naturaleza. Escribo desde muy pequeña como una forma de reflexión y expresión sin grandes pretensiones. He llevado mi vida por muy diversos caminos y fases. Inicié una vida profesional en el sector privado alcanzando puestos importantes y decidí dejarlo para vivir mi maternidad más de cerca. A partir de ese momento he emprendido negocios, me involucro en proyectos que me representen reto, ingreso y diversión. Mi búsqueda constante: el balance. Mi mayor satisfacción: ser madre.
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