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Miel

Por Clara F. Zapata Tarrés

Algún día encontré una foto que decía “No crezcas, es una trampa”. La llevo clavada en lo inolvidable. Como una estampa en mi frente. Mientras como un pan con mi miel favorita intento escarbar. Escarbo, muevo la tierra, excavo la masa dura que se forma. Preparo el terreno para la siembra. No se deja. Busco lo dulce. Es complicado, cada vez más.

Me encuentro con un padre que no me quiere. Quizás nunca me quiso. Escucho esclerosis múltiple con la voz temblorosa del otro lado del teléfono. También leo adenicarcinoma en un mensaje cariñoso. La palabra diabetes no se quiere ir. Repaso los datos. Inevitablemente evalúo el año. Aunque me lo impida, aunque quiera silencio. Aunque quiera volver sólo a los momentos en dónde importaba solamente enredar mi lengua con la de él, en un parque, cuando el tiempo dejaba de existir, cuando el espacio se suspendía. Todo desaparecía. Solos. Enamorados, dulces.

Pero regresa el cuestionamiento, el existencialismo y la nostalgia que se ha vuelto persecutoria. Extrañamiento. Sigo escarbando. Quiero encontrar semillas. Por eso tal vez me gusta plantar cosas. Al fin y al cabo, a pesar de la nieve y del frío, las plantas resurgen. Soy una metáfora y a pesar de estar enterrada sigo persistente, queriendo renacer año con año.

¿Qué necesito? Me doy cuenta que poco. Soy una sábila, una lavanda y un romero. Me cuesta, pero ahí estoy, parada aún, queriendo crecer. Río con las amigas y los amigos. Reconozco los territorios y quiero permanecer en algunos. En esos dónde la respiración es calma. En los que recibo un apapacho con sabor a café y una casa cuidada y totalmente acogedora. Hace tanto que no veía alegría en mi cara y la encontré en la tierra infantil, en las miradas jóvenes llenas de energía, en el paseo por el territorio de los coyotes, en la confianza y en el amor recíproco e incondicional, sin reproches, sin tener que dar ninguna explicación por mis ausencias o mis tristezas. En una mirada con pelos güeros, piernas fuertes y ternura pura y sincera.

Encontré lo dulce, le rebané pedazos y no pienso soltarlos. El piso permanece áspero, como mi desierto. Sin embargo, ahí estoy, retando a la tristeza, al desamor, a la enfermedad… La amistad es mi semilla y los paisajes boscosos mi destino. La mar será mi alimento y no permitiré que el oleaje me hunda. Ya no habrán trampas; creceré fuerte y podré allanar mi camino. Es mi esperanza. Persiste, por suerte.

Clara Zapata: Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.
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