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EL ROCE DE TUS MANOS

Por Cristina Aguirre

Uno de mis hijos, se encontraba disfrutando terriblemente de este encierro. El siempre fue de estar en casa, le encanta estar en su cuarto armando cosas o dibujando, sale al jardín y se entretiene horas con sus dinosaurios.

Sinceramente es muy fácil de entretenerlo cuando se trata de manualidades o armar cosas.

Disfruta las películas y ama dormir sin dejar de mencionar su voraz apetito de manzanas y espaguetti y también de albóndigas (pero es una friega prepararlas para que se las coman en dos minutos). El tiene seis años y es la cosa más bella del universo (qué les puedo decir si soy su madre).

Para él, las cosas iban bien hasta el día que tuvo un pequeño accidente. Entre juegos con los hermanos se golpeó contra un mueble y se abrió detrás de su oreja.

Con todo esto que está pasando sinceramente temblaba al verle la herida, sabía que tendríamos que ir al hospital y bueno… con este contexto del COVID-19 traté de valorar si la herida requería intervención y para mi desgracia (o más bien la suya), si la requería.

Su oreja se había desprendido de una parte y nada más de ver la profundidad sentía que mi estomago se volcaba. Como madre me podrán entender que pasaron mil preguntas por mi cabeza.

¿Habrá quien lo atienda? ¿Y si sale peor ir al hospital? ¿Y mis otros hijos? ¿Por qué no lo cuidé bien?

En el momento estaba sola con los tres, lo cual lo hizo un poco más difícil.

Fue cuestión de minutos para que llegara mi esposo al auxilio alguien tenía que quedarse con ellos afuera del edificio… y no me quedaba de otra más que esperarlo, veía la palidez de mi hijo y sentía que le había bajado la presión… Los pocos minutos en espera los sentí eternos.

Cuando llegamos al hospital, con ese divino doctor (que seguro tiene alas y no las vemos). Lo revisó, lo calmó y verlo tranquilo me dio paz.

Mientras lo suturaban tomé fuertemente su mano. Le cubrieron su cabeza para aislar la herida y por ende su visión quedó completamente bloqueada…

-“Aquí estoy mi amor. Le repetía una y otra vez.”

El me preguntó:

“¿Y mis hermanos?”

Resistiendo el no flaquear y enternecida por su preocupación, contesté: “Ellos están bien mi amor. Tu me necesitas y yo estoy aquí contigo.”…y nunca lo solté; apretaba su manita contra la mía y le repetía una y otra vez lo valiente que era.

El hospital se sentía algo lúgubre. Veía a las enfermeras cansadas, esperando. No se si era el ambiente de miedo o tal vez era el mío propio.

Imaginé esa misma sala llena de pacientes positivos y se me erizaba la piel. Quería salir lo más pronto posible de ahí. Ni si quiera puedo imaginar lo que están viviendo todos aquellas enfermeras y médicos… diría alguien muy cercano a mi… “se siente como una pesadilla”.

Regresando al tema me comentaba la enfermera que en estos días reciben más niños de lo normal por accidentes. Es entendible. ¡Están encerrados! Y por más presentes que estemos… los accidentes pasan cuando menos lo imaginamos.

Al día siguiente me levanté sumamente triste; por ahí me explicaban que esto pasa después de un accidente, por la adrenalina y la necesidad de estar bien mientras las cosas se resuelven. Aquella habilidad que tiene una madre de permanecer cuerda en momento de tormenta…

Imagino mi percepción de estos días, así como la de mi hijo, como si estuviera tapada, como si tuviera un velo que no me permitiera ver y sé que muchas nos sentimos así.

La incertidumbre, la impotencia, el miedo…

Así que en este entorno de tristeza y opresión de pecho que sentía, Recordé cómo mi hijo se llenó de valor sintiendo el roce de mi mano.

Hoy solo se, que soy yo quien necesita el roce de las suyas. Pero es ahora, cuando aún detrás de ese velo, viene toda la responsabilidad que tenemos de resguardar sus sentimientos, si no es fácil para nosotros; tampoco lo es para ellos…

Creo que ese sentimiento alberga en muchos de los padres en estos últimos días… días en los que nos levantamos optimistas y con ganas de hacer nuestro mejor esfuerzo por acatar esta nueva realidad … y otros días en que es necesario agarrar aire, en las que necesitamos espacio. Días en los que podemos ser valientes y otros pues no tanto.

No sé cuantas veces necesité salir al jardín a respirar y no perseguirlos con cucharón en mano (es broma, pero no tanto diría mi papá). Pero estoy haciendo mi mejor esfuerzo.

Y en esa oscuridad, pese a todo lo que estamos atravesando tengo la certeza en la que ese Dios lleno de amor, toma de mi mano. Necesito mucho amor para dar. Estoy segura de que esto va pasar. Que como yo hay muchas madres intentando cubrir a nuestros hijos, intentando que esta “nueva normalidad” no merme la infancia ni la felicidad de los nuestros. Hoy pido para ti, ese roce lleno de amor, de energía y de consuelo para sobre pasar esta etapa. Hoy pido para ti nuevas fuerzas. Definitivamente, no estamos solas.

Cristina Aguirre: Soy licenciada en derecho, esposa y madre de tres hijos. Actualmente estoy laborando en una empresa familiar restaurantera, junto a mi esposo. Comencé a escribir como DESAHOGO en mis muy, muuuuy reducidos tiempos libres; escondida en la lavandería, mientras los niños dormían. Gracias por la oportunidad, en especial a todas aquellas mamás que me impulsaron a hacer esto.
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