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UN DÍA EN LA VIDA DE UNA MUJER

Por Sandra Machuca

Otro día que debe mencionarse en clave: 25N. Las claves se usan para ocultar algo, qué curioso. Me imagino esa clave en la Matrix y me dejo llevar por todo lo que hay detrás de un simple y aparente código. ¡Qué raro funciona el mundo que se tuvo que inventar un Día Internacional de la Eliminación de la Violencia Contra la Mujer! Se conmemoran días para recordar, se conmemoran natalicios, muertes, tratados, batallas; situaciones pasadas ¿por qué recordar algo que aún no pertenece a ese tiempo, algo que aún está vigente, una batalla que se sigue luchando? Me pregunto si la idea de inventarse este día provino de una mente que está fuera del contexto. Nosotras las mujeres en realidad no necesitamos un día mundial sobre el tema. Cada mañana al despertar es el comienzo de una  nueva batalla, nos vestimos para la lucha. Nos preparamos para sobrevivir un día más. No me levanto un 25 de noviembre con el ímpetu de victoria para salir al mundo e informar lo que está ocurriendo. El mundo lo sabe; mi país lo sabe. Prevalece la apatía; la normalidad, la indiferencia.

Me visto, me alisto, tomo mi mochila. Con frecuencia me cuestiono sobre la ropa que llevo puesta o el maquillaje. Me repito a mí misma que no debo hacerlo; me recuerdo libre; pero eso no exime el miedo. Me asomo a la ventana y doy gracias de que al menos en esta temporada del año la luz de la mañana me favorece al salir, dejo entrever una ligera sonrisa con un suspiro de alivio; que se desvanece de inmediato al percatarme que la oscuridad de la noche me pisará los talones cuando se aproximen las siete. Opto por retomar la sonrisa que se acomodó en el perchero junto a la puerta; ahí donde suelo postergar mi existencia entre un mientras y un después que nunca llega. 

Tengo que caminar varias cuadras para tomar el transporte. Muy temprano las calles están solas, apresuro el paso. Cuando tienes miedo, sueles depositar la poca confianza que tienes en lo más familiar al alcance. Saludo al señor de los tamales y a todos los vendedores a mi paso; como si con cada saludo fuera reclutando al ejército que me acompañara en mi camino; o quizás simplemente es una sutil forma de avisar “por aquí pasé hoy, recuerdenlo por si alguien pregunta después”. Como carrera de obstáculos, a paso rápido y sosteniendo fuertemente mi mochila he llegado al siguiente punto. Agradezco tener un cuerpo ligero y piernas fuertes, toda mi confianza está puesta en lo ágil, lo fuerte y lo veloz que puede llegar a ser. Comprendo entonces que el tener un cuerpo atlético también es cuestión de supervivencia. 

Es momento de insertar y recargar la tarjeta. Es mi día de suerte -pienso-; no tengo que hacer fila. Veinte pasos después no logro ni ver el lugar para abordar el metrobús. En esta ciudad desde hace algún tiempo se han dividido los vagones entre hombres y mujeres; es una medida restrictiva drástica que no erradica el problema de raíz; pero es algo, dirían los mexicanos. Es un premio de consolación, un “cállate”. Para llegar a esos vagones, que están al final del pasillo tengo que esquivar gente y pasar entre empujones y pisotones; si bien me va solamente. ¡Ya estoy dentro, ahora solo falta el transcurso de las nueve estaciones y paso al siguiente nivel! Considero que el metrobús es uno de los mejores transportes que tiene la ciudad porque tienes menos probabilidades de ser asaltado con armas o ser secuestrado. Viene a mi mente un flyer turístico con esta frase haciendo énfasis como si fuera  una atracción más de la ciudad. Me gustaría escuchar de alguien que las cualidades del transporte en su país son la buena ventilación y/o calefacción y limpieza; y no aquellas que yo menciono entre con pena y orgullo del mío.

Ahora camino al microbús. Este transporte me hace sentir verdaderamente estar dentro de una película de acción. Una vez fui rehén de unos de los asaltantes, de esos que amablemente piden una cuota por pasajero con arma en mano. Yo estaba tan abstraída leyendo “1Q84” de Huraki Murakami que no presté atención al comienzo del atraco, razón suficiente para haber sido la elegida. Sí, siempre tengo miedo; miedo y ahora aburrimiento también pues ni siquiera puedo ponerme a leer; sino que tengo que estar atenta para darle la bienvenida y mi billete al asaltante. Cargo con una mochila grande, como buen oficinista, en la cual cargo mi lunch; vasto porque como mucho y es comida para todo el día ya que al salir tan temprano no me da tiempo de desayunar; mis zapatos porque por alguna razón extraña es requisito utilizar zapato alto en la empresa en la que trabajo y yo al andar como un ninja en la ciudad, suelo llegar de tenis. Traigo conmigo mi ropa para pasar al gimnasio cuando termina la jornada laboral, en primer lugar porque me encanta hacer ejercicio y mi cuerpo lo pide para funcionar de manera óptima; y en segundo porque creo (absurdamente) que necesito fuerza física, velocidad y capacidad de reacción para hacerle frente al peligro en esta ciudad.

Al fin en la oficina y mi primer batalla librada. Lunes de reunión del equipo de mi área. Suelo llegar temprano así que me toca ver el desfile de todos al llegar y saludar. Yo usualmente saludo a todos extendiendo mi brazo y haciendo una señal con la mano y de manera general; pero la mayoría al saludar se acerca, me abraza y me da un beso en la mejilla. A mí no me gusta pero parece no importarles y desde que lo comenté me saludan así intencionalmente hasta los que antes ni siquiera sabían que existía; la mayoría hombres; aunado a ello ahora tengo la etiqueta de antisocial. Hay que lidiar con esto todos los días. En la sala de juntas, otra vez Pablo se sienta junto a mí y comienza a hacerme la plática y mandarme mensajes por WhatsApp. Repetidamente me he ubicado en diversos lugares y hasta he preferido quedarme de pie pero es inútil; siempre busca estar muy cerca de mi. Cabe mencionar que tiene mi número de teléfono porque al jefe se le ha ocurrido crear un grupo en WhatsApp y mi negación para estar en éste no fue aceptada. Ahora no solo Pablo, sino Roberto me envían mensajes para invitarme un café o sin razón alguna. Una vez se lo comenté a mi jefe y recibí un sermón tremendo sobre la falta de compañerismo y trabajo en equipo. Nunca supe cuál fue el punto que quiso transmitir. Lo que sí supe después, a través del bullying de mis colegas, es que además de inadaptada tenía aires de grandeza.

¡Uy! ya llevo cuatro horas sentada aquí en el escritorio y no soporto más las varillas del brassiere. Mi cuerpo merece ser libre también. Que argumento tan vacío el que digan que tienes que usar sostén porque de lo contrario es una provocación a mis compañeros de trabajo. Yo quejándome por el brassiere y viene a mi mente Paola, a quien veo pasar seguido por el pasillo, una chica muy inteligente y capaz, a la cual hace unos meses le ofrecieron una promoción  que le fue arrebatada porque estaba embarazada. Ya está de vuelta a la oficina pero le han dicho que no se promueven a ese nivel a mujeres madres porque frecuentemente piden permisos para atender asuntos familiares y en palabras del jefe “su mente está en otro lado”. Honestamente, Paola le ha salvado el puesto al jefe más de una vez; y lo seguirá haciendo pero sin esperar ninguna promoción. Ojalá se cambie de trabajo pronto.

La hora feliz ha llegado, el momento de ir al gimnasio. Lo bueno de trabajar en un edificio corporativo es que muchas veces los gimnasios tienen convenios con las empresas y es por ello que puedo estar en uno de los mejores gimnasios de la ciudad. Me falta tiempo para tomar todas las clases que quisiera; y vivo tan lejos que no puedo aprovechar venir el fin de semana. Desde el primer día me asignaron a Agustín como coach; es un tipo de eso grandes e inflado por los esteroides que se la pasa tomándole fotos a las colombianas que entrenan a esa hora. El no es su entrenador pero siempre está muy pendiente de ver si necesitan algo aunque ellas entrenan por su cuenta.

¡Estoy cansada son las 9:30pm! Y es que salir a las 8:00pm de la oficina apenas te deja tiempo para vivir. El tour de vuelta apenas comienza. El reto mayor es no quedarme dormida en el camino. Una vez me pasó y me sacaron el teléfono de la chamarra. ¡Qué tan dormida estaba que no sentí cuando lo hicieron! Tenía mi libro en las piernas, ese ni lo tocaron. Y no, no era el de Murakami, era “Detectives Salvajes” de Roberto Bolaño. Quizás me hubiera dolido más esa pérdida pues es una edición limitada. Sobre el regreso, la parte que más miedo me da es la última caminata para llegar a casa; el de los tamales ya no está, los puestos los han quitado y solo quedan aquellos hombres que se reúnen en las esquinas para ver quién pasa y a veces provocar a sus pares de otros vecindarios cuando andan por ahí . Yo los saludo, por si acaso; al menos recibo un “¿ya de regreso güerita? Y asiento con la cabeza y les digo “Buenas noches”.

Cruzo la puerta de mi casa y exhalo fuertemente al tiempo que dejo caer mi mochila al piso y miro a mis gatos venir hacia mí. Tomo el teléfono y le escribo a mi mejor amiga y a mis padres “Ya estoy en casa, hasta mañana”.

Sandra Machuca: Internacionalista y ciudadana del mudo. Vivo al borde cada emoción y eso le da sentido a mi vida. Apasionada de la literatura y el arte; profesiones que considero esenciales para que la humanidad trascienda a través de la belleza y la magia.

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  • Hola, me encanto ese articulo sobre el tu día, creo que es muy original y realista.

    Creo que leeré mas artículos tuyos.

    Saludos

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