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Maternidad en libertad

Por Clara F. Zapata Tarrés

No podía faltar un texto sobre el día de la madre. La verdad es que nunca lo he celebrado con cursilería, flores, salidas a comer o con el tradicional regalo “femenino”, un refri o una olla si nos va bien. La madre sagrada, puesta ahí, en un nicho, como una virgen inmaculada, como una mujer intocable, adorada, venerada y al final maltratada. Esa madre pura, que no tiene deseos carnales y que es abnegada, que hace TODO por sus hijos y casi por todo el mundo, perdiéndose en ella misma, hasta olvidarse, no existe.

Agradezco a mi propia madre el haberme enseñado con y por el ejemplo que la maternidad no es la de la foto. Pero también agradezco que a lo largo de los años, juntas, hemos aprendido que la maternidad tiene muchas caras y que la libertad sería la meta, siempre. Libertad para elegir, libertad para descubrir cómo amar a nuestros hijos y nuestras hijas, libertad para elegir trabajar con una remuneración o sin ella. Libertad.

A lo largo del camino, una aprende. No es que al embarazarnos nos convirtamos en madres cariñosas y tengamos un instinto, un chip de amor repentino o incondicional. Esto nos hace muy vulnerables porque eso es lo que se espera. Nunca se espera que aprendamos poco a poco. Siempre se nos juzga y se nos dice “Pero acabas de tener un bebé, cómo puedes estar triste o decepcionada”. Así, convertirse en madre es todo un reto. Despacito, necesitamos aprender a serlo, junto a nuestras propias madres, junto a nuestras hermanas, junto a nuestras amigas.

Vamos caminando en esos primeros días postparto y vamos mirando esos grandes ojos que nos descubren desnudas en el alma. Esperan que les enseñemos a comer, a comunicarse, a hablar sin palabras, con gestos, sonrisas, con el cuerpo. Nuestros bebés nos ayudan mucho, porque nos aman sin pedir ninguna explicación y nos aceptan tal y como somos: gordas, flacas, con arrugas o sin ellas, con tristezas y alegrías, con pechos grandes o pequeños, con depresión o entusiasmo… Así, como somos, nos aman. Es impactante reconocerlo. Y esto nos plantea preguntas sobre nuestra esencia, nuestra existencia. ¿Por qué me ama tanto y así, sin pedirme explicaciones? ¿Por qué me sonríe y me acaricia las mejillas mientras toma leche de mi pecho? ¿Por qué existe esa gran transparencia en la que soy un espejo para él/ella? Es casi una cuestión existencial.

Aprendemos a ser madres, sin instructivos. Aprendemos gracias a esa comunicación no verbal. Enseñamos también al bebé a comunicarse gracias al diálogo que establecemos desde el momento del parto o quizás hasta del momento del embarazo. No nos damos cuenta de que estamos haciendo un gran esfuerzo y un gran trabajo que nunca o casi nunca es reconocido. ¡Vaya tarea que estamos haciendo cada día!

La maternidad tiene posibilidades infinitas. No hay reglas que realmente la rijan. Somos las mejores madres que nuestros hijos tienen y aprendemos sobre la marcha. Algunas más o menos pacientes que otras, en circunstancias especiales; otras con más angustia de regresar al trabajo remunerado con cierta resistencia o miedo que otras que deciden quedarse en casa por algunos meses o años más. Aprendemos a ser madres, sin juicios, tratando de escucharnos a nosotras mismas pero también tratando de ser escuchadas por una sociedad que sólo valora esa maternidad ideal.

Vayamos despacio, haciéndonos preguntas, reconociendo que el camino tiene bifurcaciones y que a veces puede tener la imagen de una mesa llena de platillos diversos: unos son dulces, otros agrios, otros salados y otros sublimes.

Tratemos de saber que sí podemos pedir ayuda, intentemos reconocer que no podemos solas y que necesitamos de una red de apoyo que nos contenga y nos ayude a establecer esta bella conversación con este ser que acaba de comenzar a conocer el mundo de afuera. No somos invisibles cuando a la sociedad le conviene. No estamos entaconadas ni llevamos la sonrisa permanente por el solo hecho de habernos convertido en madres.

Ser mamá es difícil. Pero con la constante pregunta, reflexión y sobre todo, con el acompañamiento de todas las personas que tenemos a nuestro alrededor, sin duda, será una tarea más sencilla. Nos tenemos a nosotras. Podemos tendernos la mano unas a otras, sin competencia, sin envidia, sin juicio. Hablemos desde el corazón y reconozcamos nuestro esfuerzo. Nuestros hijos y nuestras hijas nos agradecerán que sepamos vivir nuestra maternidad en libertad y con el pilar de la verdad.

Clara Zapata: Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.
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