Por Teresa Meza
Hay un fenómeno casi paranormal entre las mujeres que criamos solas: el esfuerzo extremo por hacer todo bien. No “más o menos”, no “según lo posible”, sino bien, como en “te traje el disfraz bordado a mano, el lunch orgánico, la cartulina reciclada con pensamiento crítico, y aún así llegamos a tiempo y peinadas”.
Porque claro, si ya nos llamaron mamás luchonas, que al menos lo digan con respeto. Que se vea que luchamos en serio: con mochila cargada, presupuesto ajustado y moral feminista intacta. Nos esforzamos para que nuestros hijes no sientan que les falta nada. Ni papá, ni tutú, ni tarea firmada, ni clase de violín.
Y luego están esos momentos que parecen inocentes, pero que se convierten en verdaderos campos de batalla simbólicos. Como cuando Naila pintó con sus propias manitas sus huevitos de Pascua para llevar a la escuela. Orgullosa, con su mezcla de colores, brochazos chuecos y mucho amor. Pero llegamos y… ¡oh, sorpresa! Los huevitos de las otras mamás parecían salidos de Pinterest. Brillantes, simétricos, con lettering dorado y hasta glitter ecológico.
Ahí no sólo compiten los huevitos. Compiten las horas invisibles de la madrugada, la energía que ya no tenemos, el deseo desesperado de no quedar “mal”. Se vuelve una especie de olimpiada materna: quién ama más, quién se desvive más, quién es más creativa, más entregada, más todo.
Pero entre nosotras sabemos que ese esfuerzo extremo no es virtud, es sobrevivencia, y a veces también culpa disfrazada de perfección. Porque la sociedad ya nos castigó por criar sin marido, y ahora nos premia si lo hacemos sin errores y con sonrisa.
Las otras mamás —o más bien, las otras mujeres como nosotras— nos cruzamos en los festivales escolares como si fuéramos parte de una cofradía silenciosa. Con ojeras, termos de café y mirada cómplice. Sabemos que, si el mundo funcionara distinto, si los cuidados fueran colectivos, si la maternidad no fuera tan solitaria, no tendríamos que ser tan perfectas todo el tiempo.
Pero bueno, ya que el sistema no se va a caer esta semana, al menos que se caiga ese moño mal hecho que hicimos anoche a las 2 am. O que se reviente uno de esos huevitos llenos de glitter para que explote el espejismo.
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Soy mamá luchona y orgullosa de eso porque aunque habemos muchas mamás solo a las que nos toca ser mamás luchonas sabemos cuan difícil es el no estar seguras de si lo estamos asiendo bien o no y nos desmoronamos pero es solo parte del proceso y el final sabemos que lo hicimos bien y cada sacrificio valió la pena cuando vemos a nuestros hijos e hijas sobresalir x si solos
Yo también soy mamá luchona por desición pero cuando me vi enmedio del caos me pregunté ¿Por qué creí que podía hacer esto sola? Pues porque la gente romantizaba la maternidad, porque antes era casi casi pecado quejarte de las peripecias de la maternidad y no sabías nada, últimamente es que se está destapando y concientizando sobre todo lo que implica pero cuando yo tomé la desición de hacer esto sola poco o nada de lo "malo" sabía yo. Y aquí estoy montada en el burro ya 11 años, fácil no ha sido y no por estar siendo mamá autónoma sino por enfrentarme a un ser humano que trae su propio carácter, su propia personalidad, su temperamento terco muy marcado, por topar con pared con mi propio carácter reflejado en ella, ESO es lo que me está costando a mí personalmente, pero jamás he dicho "me hace falta un hombre". Yo amo a mi hija, pero no lo recomiendo para nada.