Por Karla López
Se convierte en una oportunidad para mirar con otros ojos aquello que antes pasaba desapercibido: el calor de una mano, una risa compartida, el simple hecho de despertar cada mañana.
Este año, para muchas mujeres, la Navidad tendrá un sabor distinto. Tal vez haya menos energía para cocinar grandes cenas o adornar la casa con el entusiasmo de antes.
Quizás el espejo devuelva una imagen nue-va, marcada por cicatrices que cuentan una historia de lucha y valentía. Pero también habrá algo más fuerte que cualquier cambio físico: la certeza de que la vida sigue latiendo, incluso en medio del miedo.
Porque el cáncer enseña de una manera dura pero profunda— a valorar lo esencial.
Enseña que los regalos más importantes no se compran: se sienten. El abrazo que reconforta.
Para las familias que acompañan a una guerrera rosa, esta Navidad es también una lección de amor incondicional. Es aprender que no siempre se puede curar con palabras, pero sí con presencia. Que a veces el mejor obsequio es simplemente no soltar la mano.
La Navidad no borra el dolor ni las preocupaciones, pero puede iluminar los días con esperanza. Puede recordarnos que, aunque el camino sea difícil, cada paso es una victoria. Que cada cicatriz es una medalla de vida. Que la fe puede brillar tanto como la estrella en la punta del árbol.
A quienes hoy luchan, a quienes acompañan y a quienes recuerdan, esta Navidad no se les pide perfección, solo presencia, lo importante es que el corazón esté lleno de gratitud.
Y en ese corazón, incluso en medio del cansancio, se alimente del amor y la esperanza de las personas que amamos y recordar que nuestro interior hay un fuego que no se apaga: el de seguir viviendo, amando y soñando.
Que esta Navidad sea rosa: llena de amor, esperanza y vida. Un corte de cabello que ilumine la cara, un color que te haga sonreír al verte al espejo, o incluso dejar las canas al natural si eso te empodera. Cada una su estilo, su ritmo, su belleza. Pero, sobre todo, lo más importante es “sentirse feliz”.