Por Sara Serrato
Cualquier persona que ha pasado por un cáncer carga, en algún rincón del cuerpo o de la mente, el miedo a que el cáncer regrese. No importa lo que digan las estadísticas o los médicos: ese “¿y si vuelve?” aparece cuando menos lo esperas.
Hace poco vi una serie en la que la protagonista, joven como yo, tenía cáncer de ovario. Al final muere. Lloré muchísimo. No solo por la historia, sino porque me vi ahí.
Esos pensamientos negativos no son nuevos para mí. Hace poco, en una sesión con mi psicóloga, descubrimos algo importante: aunque ya no tengo cáncer, en mi cabeza sigo sintiéndome enferma.
Lo noté en mis hábitos. Uno de mis objetivos ha sido retomar el ejercicio, especialmente las pesas, pero me ha costado muchísimo trabajo. Antes del diagnóstico, yo era muy disciplinada. Ahora, me saboteaba con una idea que no había querido ver con claridad: “¿para qué esforzarme si cuando estaba en mi mejor momento, el cáncer ya crecía dentro de mí?”
Ese pensamiento me tenía atrapada. Me estaba relacionando con mi cuerpo desde la desconfianza. Como si hacer las cosas “bien” no importara, porque ya una vez me había fallado. Y eso me dolía más de lo que creía.
Para colmo, vi otra serie sobre una paciente con cáncer de mama —como yo— que toma tamoxifeno —como yo— y a la que le detectan metástasis en los huesos. Me reflejé, me asusté, lloré. Y decidí dejar de verla, porque me estaba hundiendo en un miedo que no me hacía bien.
Ahí vino la sacudida: en terapia, me recordaron que ya no estoy enferma. Que ya le gané. Que ya no soy cáncer. Y aunque el miedo a que el cáncer regrese es válido, no tengo que vivir atrapada en él.
Desde entonces, cambie. Poco a poco empecé a hacer las paces con mi cuerpo. Dejé de ver al tamoxifeno como una condena y empecé a verlo como una herramienta. Retomé el gimnasio, ahora con mi esposo, y voy a clases de yoga donde me reconecto conmigo. Me compré ropa deportiva nueva (porque motivarse también es válido) y comencé a ver a una nutrióloga oncológica que me está ayudando muchísimo.
Y lo más importante: estoy más tranquila. Dejé de cargar esa ansiedad de “¿y si regresa?”, porque si regresa… pues lo volveré a enfrentar. Pero hoy, hoy estoy bien. Y eso merece ser vivido y celebrado.
Si estás leyendo esto y esos pensamientos negativos rondan tu cabeza, te abrazo. No estás sola. Te invito a volver al presente, a cuidar tu cuerpo desde el amor y no desde el miedo, y a confiar en que lo bonito regresa. Porque sí, todo pasa. Incluso lo malo. Y a veces, solo necesitamos recordarlo.