Por Ana Victoria Zamora
Mamás cansadas pero felices, esposas que navegan el caos con humor, profesionales que corren entre juntas y meriendas, empresarias que sueñan en grande, maestras que educan con el corazón, abogadas que solucionan el mundo, doctoras que salvan días enteros, amas de casa que sostienen hogares completos y trabajadoras incansables que nunca dejan de intentarlo. Somos una mezcla preciosa de historias que coinciden en un solo punto: necesitamos este espacio.
Ese encuentro mensual es más que una fecha en el calendario. Es un respiro. Un pequeño refugio donde el mundo se queda afuera y, por un par de horas, no existe nada más que nosotras. Una vez al mes podemos llegar con el corazón apretado, con la mirada cansada o con la sonrisa a medias, y aun así recibir un abrazo que nos recompone. Aquí podemos desahogarnos sin miedo al juicio, hablar de la maternidad como realmente es —hermosa, pero también agotadora— y sentirnos vistas, valoradas, escuchadas.
Una vez al mes, estas mujeres tan distintas entre sí se convierten en una sola fuerza que recarga el alma. Nos recuerdan que está bien detenernos, que es válido tener días pesados, que es normal estresarte con el esposo, los hijos, el trabajo o la casa. En este espacio nadie espera perfección; al contrario, celebramos lo real, lo honesto, lo que a veces no contamos en voz alta.
Gracias a esta tradición —nuestra pequeña joya mensual— descubrimos lo necesario que es tener una tribu. Un equipo de respaldo que te sostiene cuando te tambaleas y te aplaude cuando brillas. Qué bonito es sentir orgullo cuando una amiga cumple un sueño. Qué emoción cuando otra recibe un ascenso o encuentra un nuevo rumbo. Qué inspiración ver a la mamá del año, aunque para nosotras todas lo sean. Cada una aporta algo único, especial y auténtico.
Una vez al mes recordamos que la amistad adulta puede ser un faro. Que no importa cuánto cambie la vida, siempre habrá un lugar donde podemos ser nosotras, sin filtros ni explicaciones. Donde una risa compartida cura cansancios, donde un consejo sincero endereza pensamientos, donde un “a mí también me pasa” te quita un peso de encima.
Por eso, amigas, gracias. Gracias por iluminar incluso los días más difíciles, por hacer de este ritual algo sagrado, por ser cómplices, confidentes, hermanas de corazón y compañeras de maternidad. Gracias por abrazar mis historias como propias, por reír conmigo cuando la vida se siente ligera y por sostenerme cuando no.
Gracias por ser, una vez al mes —y siempre— ese pedacito de paz que nos recuerda que no estamos solas.