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La belleza, no sólo del marido, de Anne Carson

Por Alejandra Peart

“Mi actitud es que, por muy dura que sea la vida, lo que importa es hacer algo interesante con ella. Y esto tiene mucho que ver con el mundo físico, con mirar las cosas, la nieve y la luz y el olor de la puerta y todo aquello que constituye a cada instante tu existencia fenoménica. Qué gran consuelo… saber que estas cosas persisten en su ser y que puedes pensar sobre ellas y hacer algo con ellas en la página. Anne Carson es una escritora culta, inquietante y atrevida. Su poesía […] ofrece intensidades hipnóticas”. -Susan Sontag

Para leer a un o a una poeta no es necesario conocer antes o previamente algo de su vida. Así es la poesía. Habla por sí sola. Las palabras vienen de otro mundo y sólo utilizan al poeta como un puente. Para leer poesía sólo hay que hacerlo y la magia llegará sola.

Lee a Anne Carson, te la recomiendo.

Breve disertación sobre Sylvia Plath

¿Viste a su madre en la televisión? Dijo cosas comunes, quemadas. Dijo me pareció un poema excelente, pero me dolió. No dijo miedo de la selva. No dijo odio de la selva, selva salvaje mientras lloraba córtala de cuajo córtala. Dijo autogobierno dijo el final del camino. No dijo mientras tarareaba en medio del aire para qué viniste al corte.

Oda al sueño

Piensa en tu vida sin el dormir.
Sin la losa del tiempo proscrito puntuando cada almohada, sin almohadas.
Sin la enorme cocina negra y la estufa hirviente donde arrancas trozos
de piernas y brazos de tu padre
sólo para verlos organizados en una frase
la cual -sollozas con súbita alegría- te salvará
¡si puedes recordarla
después! Después,
poco queda salvo la épsilon verde pálida embalsamada entre
mar y posa
pero ¿qué es eso con lo que retoca tus ojos?
En este momento se detiene el escalofrío.
Un escalofrío es un sirviente perfecto.
El amén de ella alivia.
“De hecho”, confiesa en una nota a pie de página, “fue
un error de impresión por mamut”
Me duele saberlo.
Orificio de salida, dicen.

Entonces 3

Piensa en Jane Wells. El papel que tiene en la mano es una carta de Rebecca West, la amante de su esposo. Su esposo, H. G. Wells, socialista del sexo, quería que sus mujeres se aceptaran/las unas a las otras. Había muchas de tales mujeres. Jane estaba al tanto de/sus idas y venidas, a veces las invitaba a tomar té, les enviaba telegramas de felicitación cuando daban a luz a los hijos bastardos de H. G., y recibía sus notas de solidaridad al enfermarse. “Qué indispuesta ha estado usted… Cómo lo siento… Me alegra que…”, le escribió Rebecca West. Me pregunto por cuánto tiempo estuvo Jane Wells estudiando esta carta antes de tomar el lápiz y añadirle algunos subrayados apenas visibles y signos de exclamación que la volvieron un/documento distinto. Me pregunto también por qué lo hizo. Es muy poco probable que esperara que otra persona alguna vez leyera aquella hoja. Pero hubo consideraciones de privacidad y precisión que la movieron a pulirla en cierta forma, a dejar registro de su estado de ánimo, a balbucir en el papel la falsedad de las frases de aquella otra mujer.
“La Franqueza—mi Guía—es el único ardid”, escribió Emily Dickinson. (Carta a T. W. Higginson, febrero de 1876.)

También

La esposa de H. G. Wells no se llamaba “Jane”; Amy Catherine era su nombre verdadero. A H. G. no le gustaba el Amy Catherine ese, de allí que la rebautizara Jane, un nombre que encarnaba/según él/la habilidad doméstica. Estuvieron casados casi cuarenta años y Jane cumplió lo que de ella se esperaba. Sin embargo, dice él que a veces vio que “[Amy Catherine] me observaba desde los ojos marrones de Jane, y de inmediato se desvanecía”. (H. G. Experimento en autobiografía.)

Sobre piedras para dormir

Camille Claudel vivió durante los últimos treinta años de su vida en un asilo, preguntándose por qué, escribiendo cartas a su hermano poeta, que había autorizado su internación. Venid a visitarme, decía. Recordad, estoy viviendo aquí con locas; los días son largos. No fumaba ni daba paseos. Se negaba a esculpir. Aunque le daban piedras para dormir -mármol y granito y porfirio- las rompía, recogía los trozos y los enterraba fuera de los muros por la noche. Por la noche sus manos crecían, más y más enormes hasta que en la fotografía parecen dos partes de otro cargadas sobre las rodillas.

II. PERO UNA DEDICATORIA ES APROPIADA SOLO CUANDO
SE HACE ANTE TESTIGOS: ES UNA RENDICIÓN HECHA
NECESARIAMENTE EN PÚBLICO, COMO LA ENTREGA
DE ESTANDARTES EN LAS BATALLAS

Sabes que hace años estuve casada y cuando mi marido se fue
[se llevó mis cuadernos.
Cuadernos con espiral de alambre.
Conoces ese verbo frío furtivo: escribir. Le gustaba escribir, le
[disgustaba tener que empezar
solo con una idea.Usaba mis comienzos con propósitos diversos.
Por ejemplo, en
[un bolsillo encontré una carta
(para su amante de entonces)
empezada con una frase que yo había copiado de Homero:
[εντροπαλιζομένη, como dice Homero que se alejó Andrómaca
cuando se separó de Héctor: «volviéndose a cada paso» bajó
de la torre de Troya y se fue por calles de piedra hasta la casa
[de su leal esposo
y allí
con las mujeres entonó un lamento por el hombre vivo en su
[mansión.
Leal a nada
mi marido. Entonces, ¿por qué lo amé desde mi juventud hasta
[la madurez
y la sentencia de divorcio llegó por correo?
La belleza. No es ningún secreto. No me avergüenza decir que
[lo amé por su belleza.
Como volvería a amarlo
si lo tuviera cerca. La belleza convence. Sabes que la belleza
[hace posible el sexo.
La belleza hace el sexo sexo.
Tú mejor que nadie entiendes esto… calla, pasemos al orden natural.
Otras especies, que no son venenosas, suelen tener
[coloraciones y dibujos
similares a los de las especies venenosas.
La imitación que una especie venenosa hace de otra no
[venenosa se llama mimetismo.
Mi marido no era mimético.
Mencionarás, claro, los juegos de guerra.
Te lo conté muchas veces protestando
porque se quedaban aquí toda la noche con los tableros
abiertos y alfombras y lamparitas y cigarrillos
[como la carpa de Napoleón, supongo, ¿quién podía dormir?
Mirándolo bien mi marido era un
[hombre que sabía más
de la batalla de Borodino
que del cuerpo de su mujer, ¡mucho más! Las tensiones
[trepaban por las paredes
y se vertían en el cielorraso,
a veces jugaban del viernes por la noche sin parar hasta el lunes
[por la mañana. él
Y sus pálidos amigos iracundos
Sudaban muchísimo. Comían carne de los países del juego.
Los celos
fueron una parte nada desdeñable de mi relación con la batalla
[de Borodino.
Lo detesto.
¿De veras?
Por qué pasar la noche jugando.
El tiempo es real.
Es un juego.
Es un juego real.
¿Es una cita?
Ven aquí.
No.
Necesito tocarte.
No.
Sí.
Aquella noche hicimos el amor «de verdad», algo que aún no
[habíamos hecho
pese a que llevábamos seis meses casados.
Gran misterio. Ninguno sabía dónde colocar su pierna y
[todavía hoy no estoy segura
de que lo hiciéramos bien.
Parecía contento. Eres como Venecia, me dijo sublime.
Temprano al día siguiente
redacté una conferencia («Sobre la defloración») que luego me
robó y publicó
en una revistita bimestral.

Esto era, por encima de todo, una interacción típica entre
[nosotros.
O debería decir ideal.
Ninguno de los dos había visto nunca Venecia.

AQUÍ ES DONDE HACEMOS LOS NEGOCIOS LIMPIOS AHORA VAYAMOS POR EL CORREDOR AL CUARTO OSCURO DONDE DE VERDAD GANO DINERO

Quieres ver cómo iban las cosas desde el punto de vista del marido:

vayamos a la parte de atrás,
allí está la esposa
de brazos cruzados y encarando al marido.
Lágrimas no le está diciendo él, no más lágrimas. Pero siguen cayendo.

Lo está mirando.
Lo siento dice él. Me crees, verdad.
Mirando.
Nunca quise hacerte daño.
Mirando.
Esto es trivial. Parece Beckett. ¡Di algo!
Creo que

tu taxi ya está aquí dijo ella.
Él miró afuera. Tenía razón. Le hirió
el patetismo de su fino oído.
Ahí estaba ella una persona con rasgos particulares,
un cierto tipo de corazón, vida latiendo en ella a su manera.
Le hace señas al taxista, cinco minutos.
Sus lágrimas han cesado.
¿Qué hará cuando me haya ido? se pregunta él. Su noche. Se le cortó el aliento.
Su extraña noche.
Bueno dijo él.
Sabes empezó ella.
Qué.

Si pudiera matarte tendría que volver a hacer otro exactamente igual a ti.

Por qué.
Para contárselo a.
La perfección se posó en ellos un instante como la calma sobre un lago.

El dolor permaneció.
La belleza no permanece.
El marido tocó la sien de su mujer
y dio media vuelta
y bajó
corriendo
las
escaleras.

Anne Carson enseña literatura actualmente en la Universidad de Michigan. Ha merecido distinciones como el Premio de Poesía Griffin 2001 por Men in the Off Hours y el  Premio T.S. Eliot 2001 por The Beauty of the Husband.

Alejandra Peart: Arquitecta y Licenciada en Letras Españolas con Maestría en Creación Literaria. Fundadora y Directora Editorial de Editorial Atemporia. Escribí el poemario En estas horas (Ed. Minimalia, 2004). Actualmente soy Directora de Contenido de la revista NES No Estás Sola, promotora cultural, editora, poeta, diseñadora editorial, feliz mamá de Rodri y esposa de Jorge. This is me.
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