¿Sabemos perdonar verdaderamente?

Hay una premisa que dice, con la vara que midas serás medido, y es real. Si yo condeno los pecados de los otros, por consiguiente, vivo en la culpa condenando los míos y curiosamente aquello que condeno en el otro es lo que tengo que sanar en mí.

Por Valeria González

Mucho se habla del perdón, a mí me enseñaron que el perdón era como un acto de caridad, “veo la culpa del otro y luego como un acto bondadoso lo perdono”. Y aunque este tipo de perdón puede traer un poco de tranquilidad a quienes lo hacen, nunca será una verdadera sanación una verdadera alquimia de la emoción y por consiguiente nunca traerá la paz completa, ni a quienes “lo dan” ni a quienes “lo reciben”. Puede ser que me sienta un poco mejor porque en vez de estar echando madres al otro, ahora no lo hago (aparentemente). Pero, aquí hay una trampa del ego muy grande, al momento de ver el error o el pecado del “otro”, se establece una separación entre el perdonado que es malo y el que perdona que es bueno.

Las personas que tenemos la necesidad de sentirnos mejores que los demás lo practicamos muy a menudo. Me siento superior de quien perdono, lo juzgo, y eso es un mísero regalo del ego que me hace sentir bien por un rato, pero a la larga no trae felicidad completa.

Hay otra forma de perdón no muy diferente en el fondo, pero en la forma sí. El perdón de quien busca ser mártir en manos de otro. Es como pensar; “soy tan buena, tan buena que soporto con paciencia y santidad todo lo que el otro me haga”. Es el perdón de las víctimas, que aparentemente soportan todo sin dolor, pero más bien se lo guardan, y culpan a los demás de sus enfermedades o achaques o circunstancias en la vida.

La otra forma, que hacemos mucho las madres, es el perdón como intercambio comercial. El te doy, pero me das, es el perdón de los tratos. Muchas hemos ofrecido amor a cambio de obediencia, es el chantaje emocional. Hago sentir culpable al otro si no se adapta a mis expectativas, cuando mi hija no hace lo que espero de ella arde Troya. “Te perdono, pero si haces esto o dejas de hacer lo otro”.

Si te perdono, pero ya no me hables, si te perdono, pero creo que eres de lo peor, si te perdono, pero tienes que pagar alguna penitencia por lo que hiciste.

Ahora lo veo todo desde otra perspectiva, primero tuve que entenderme como una unidad, donde lo que veo afuera es solo un reflejo de mi mente, yo atraigo todo lo que me pasa, veo la causa del sufrimiento en mí y no fuera de mí. Me aquieto y agradezco a mi hermano por ser un espejo de lo que yo creo de mí misma, del mundo, de la divinidad y tomo conciencia y perdono, me perdono por haber proyectado eso en el mundo. El “otro” no necesita perdón porque es inocente y yo también, es precisamente mi creencia en la culpabilidad, en la escases, el inmerecimiento y la maldad lo que ha proyectado determinada situación en el mundo, todas esas heridas emocionales que creí me definían, y que ahora perdono.

Alguien me preguntó qué era lo que me más me molestaba de mi hija, “que todo el tiempo quiere mi atención, soy una mamá súper dedicada, pero parece que nada es suficiente para ella y me acosa, ¡no soporto esta situación!”, y entonces viene la otra pregunta ¿Cuándo sentiste que no recibiste la suficiente atención? ¿Cuándo sentiste que por más que te esforzaras, la atención que recibías no era suficiente? ¡Santo Dios! La respuesta llegó con una emoción de abandono e imágenes de mi infancia llegaron a mi mente. Me acordé de un festival del 10 de mayo en Kínder, yo estaba muy enojada con mi mamá porque no me vio todo el tiempo durante el festival, le reclamaba ¡cómo era posible que de pronto se volteara a ver a otras niñas! Al hacer conciencia de eso sentí una tremenda compasión por mi madre, que hiciera lo que hiciera, no era suficiente para mí. La misma situación que vivía con mi hija. Ella era mi espejo de algo que hacía falta sanar, es decir, perdonar verdaderamente, darme cuenta de mi error de percepción, de sanar esa percepción de insuficiencia mía. Lo sentí verdaderamente, y lo solté, lo perdoné, me perdoné. Gracias a mi hija por haber sido mi espejo y ayudarme a tomar conciencia. Hoy esos episodios donde mi hija reclamaba atención extrema han desaparecido por completo. Ese es el perdón alquímico, el que transforma en amor, el que no culpa, no discute ni hace lista de errores, no da para obtener.

Una cosa es lo que pase en el mundo de la forma y otra lo que se desarrolla en mi mente y es en mi mente y solo ahí donde puedo experimentar la unión y la dicha y la que está proyectando forma constantemente. Hay una premisa que dice, con la vara que midas serás medido, y es real. Si yo condeno los pecados de los otros, por consiguiente, vivo en la culpa condenando los míos y curiosamente aquello que condeno en el otro es lo que tengo que sanar en mí.

Veo lo que pasa y pienso: hermano, amigo, olvídate de la culpa porque aquello que crees que me hiciste no es verdad, es solo un error de mi percepción que tengo que sanar.

Tengo que confesar que llegar ahí no ha sido fácil para mí, y muchas veces lo pienso, lo trabajo y lo digo después de haber mentado madres, pero me doy cuenta del error y corrijo. Porque es solo a través del verdadero perdón y amor a todos que puedo experimentarme en paz y en completa armonía y felicidad.

 

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Valeria Gonzalez

Valeria González, esposa y mamá de una niña y un niño. Estudió Ciencias de la Comunicación, aunque profesionalmente se ha dedicado a la industria restaurantera. Actualmente se siente feliz siendo ama de casa ya que solo dedica unas horas a la semana a los restaurantes. Inicia su búsqueda o madurez espiritual con Yoga kundalini y más tarde y desde hace casi 4 años con Un Curso de Milagros y ahí dejo de buscar más no de aprender.

1 Comment

  1. Responder

    Alicia Morales Garza

    mayo 25, 2017

    Hilita linda!!! lloré de emoción con tu artículo. Gracias por tanto cariño que he recibido de ti.

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