close up view of an old typewriter

LA MUJER FABULADA

· La realización del trabajo literario ·

La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo,
el blanco y negro en donde acaba por perderse toda identidad,
comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe.
Roland Barthes

Por Liliana Contreras Reyes

La literatura se presenta como una herramienta que le permite a la mujer encontrar y expresar su propia identidad. Escribir se vuelve “el centro ausente de la identidad: escribir para ser, un poco más, cada día”, en donde las palabras toman el lugar del vacío (Bradu, 1998, p. 11).

Desde un horizonte determinado (madre, hija, profesionista, torera, deportista, obrera) que les permite definirse, las escritoras mexicanas abordan temáticas sobre las que, antes del siglo XX, no tenían la posibilidad de escribir, como la condición humana, la sexualidad u homosexualidad, la otredad, la historia de su país de origen, el regreso a la infancia y problemáticas sociales, para reinterpretar la historia desde su mirada femenina.

Al hablar de la mujer como creadora en la Literatura Mexicana, se realiza un acercamiento a aquellas que han incursionado en este campo para desarrollar una identidad propia o dar cabida a otra voz. Las siguientes escritoras han aparecido en antologías, compilaciones o entrevistas, en las que se les reconoce por ser mujeres que dejan huella, escriben porque no podrían respirar sin hacerlo, cambian el mundo o lo hacen más bello, ocupan el espacio público.

Las autoras seleccionadas han rechazado el anonimato, ejercen la libertad con valentía y pagan el precio de la impopularidad, han sido forjadas a golpes de interrupciones e improvisaciones y no se conforman con versiones impuestas de lo que implica ser mujer. Funcionan mental y emotivamente con tal perfección o rareza, que piensan, sienten y se expresan como un ser único e irrepetible (Dresser, 2009, p. 12; Bradu, 1998, p. 11; Carballo, 1994, p. XI). En pocas palabras, las autoras seleccionadas, son aquellas que se consideraron las más representativas y que están destinadas a trascender.

De manera general, las escritoras nacidas en la primera mitad del siglo XX, al inicio, se centraron en hablar de temas cotidianos: el cuidado de los hijos, el hogar, los sentimientos. Usaron técnicas como la autobiografía o la epístola. Después de la década de los setenta, se percibe un cambio, no solo en la literatura femenina, sino en la Literatura en general, debido a fenómenos culturales como la postmodernidad, la globalización y la apertura a mercados internacionales.

Zavala (2010) menciona que los cuentos posmodernos, a diferencia de los canónicos, mantienen “una realidad textual” que incluye la naturaleza errática e intertextual, el desarrollo de la narración en una realidad virtual, la responsabilidad del lector para interpretar el texto, un final epifánico pero irónico, entre otros (§ 39-45). Algunos de estos elementos se extienden a otros tipo de relatos, en los que las autoras (y autores) reinterpretan temas abordados reiteradamente por la literatura, dándoles un enfoque nuevo y permitiéndole al lector dotarlo de significado.

Además, esta conjunción de fenómenos permite la integración de discursos populares y subalternos en la literatura, como es el caso del discurso femenino. Utilizando su discurso privado, la mujer da luz al desarrollo social público, por lo cual no es raro que aparezcan los ambientes a que se le ha confinado con el paso del tiempo: lo doméstico, banal y rutinario de la vida en el hogar.

Acerca de la literatura femenina —entendida como la escrita por mujeres— Paola Madrid (2003) menciona los rasgos de los productos postmodernos, entre los que destacan el “trabajo sobre los márgenes, fijación en las periferias, aparición de las minorías (…) revisión de lo cotidiano, contracultura y espontaneidad” (p. 29). La literatura femenina en pleno siglo XXI no ha dejado de ser un fenómeno transgresor, la creación de un grupo marginal y minoritario en el campo de las letras, aún cuando no asume completamente los criterios marcados por Zavala para los productos postmodernos.

Las estrategias utilizadas por la mujer van moldeándose con el paso del tiempo y son indicadores de su desenvolvimiento en el campo. Iniciando con narraciones autobiográficas, que le permiten delimitar su identidad, la mujer acude a la evocación de figuras y momentos históricos que sirven de pretexto para contar su propia versión de los hechos, dando a conocer un punto de vista disímil a la historia “oficial”.

La relectura femenina muestra la perspectiva periférica de eventos históricos del país. Estos mismos guiños autobiográficos son, en ocasiones, una excusa para excluir la literatura femenina por los grupos hegemónicos. Es decir que, por tratarse de un relato con fragmentos de la vida de la autora, se le descalifica sin considerar su calidad literaria. Sin embargo, cada vez se abre más espacio para este tipo de relatos. Pienso en la Nóbel de Literatura, Svetlana Alexiévich, quien recopiló la versión femenina de la guerra en su país, voz que nos ha develado una mirada más humana de los conflictos bélicos.

Como lo mencionamos anteriormente, el humor y la ironía son alcanzados cuando la escritora ha superado su proceso identitario. Pueden mostrar el estereotipo de mujer desde una postura humorística, apropiándose de un lenguaje popular o vulgar. Esta expresión habla de una mayor libertad y seguridad en quien escribe.

Ibsen (2003) resalta la expresión y el manejo del lenguaje de las protagonistas, como estrategias literarias. Tal es el caso de Laura Esquivel, Cristina Pacheco, Mastretta, entre otras, que toman conciencia de su situación como mujeres, pero no llegan a una acción concreta en su literatura, pues en sus novelas persiste la figura de la mujer como víctima, abnegada y capaz de soportar el sufrimiento en silencio (pp. 4-6).

Es en la última década del siglo XX, cuando Poniatowska y Boullosa dan un paso más allá: escriben textos híbridos que oscilan en distintos niveles discursivos de ficción-realidad, incluyendo varias voces en el relato, ambigüedad sexual en las protagonistas y, en el caso Tinísima de Poniatowska, combinando la narrativa con imágenes. Al incluir diferentes voces, se da mayor libertad al lector, pues no se les brinda una versión única de los hechos, como el caso de las novelas de Mastretta o Esquivel. Tenemos, en resumen, el paso de la narración autobiográfica a la polifónica.

Paulatinamente, las mujeres han reflexionado acerca de su quehacer literario, desde una perspectiva teórica, dando testimonio de su experiencia en relación a la literatura y su reciprocidad con la vida cotidiana. Al igual que todas las creaciones actuales, la literatura femenina no escapa de las exigencias mercantiles, los contratos con editoriales que obliga a escribir un determinado número de libros en tiempo limitado, lo que no asegura la calidad de los mismos.

Aunado a lo anterior, las creaciones femeninas (y todas las creaciones subalternas) son juzgadas con criterios hegemónicos determinados desde el exterior. Las normas o cánones regularmente son masculinos y, por ello, la mujer no logra formarse un criterio propio y adecuado sobre sí misma y sus producciones culturales.  

Como vimos en el recuento histórico de nuestro país, el siglo XX fue un siglo de grandes transformaciones: de un país dominado por un dictador y sus grupos privilegiados, México se convirtió en un territorio sin liderazgo. Los cambios en la presidencia solo reflejaron la inestabilidad general. Del festejo del Centenario de la Independencia, se pasó a la Revolución, a la hostilidad entre la iglesia y el Estado, la expropiación del petróleo y la banca, huelgas, brotes y levantamientos en todo el territorio. En estas circunstancias, México requirió verter la mirada hacia sí mismo y, por supuesto, la mujer adquiere nuevas posibilidades.

Considerando el contexto previo, enseguida mencionamos una muestra representativa de las escritoras que han sobresalido en su labor, de manera constante, a lo largo del siglo XX e inicios del XXI.

Las autoras que nacieron a principio del siglo XX, y que corresponden a aquellas contempladas en las recopilaciones, antologías o Diccionarios de escritores ya mencionados, son las que gozan en la actualidad de mayor aceptación. Probablemente el tiempo nos permita juzgar con claridad el valor de sus aportaciones o, tal vez, el contexto sociocultural en que vivieron las forjó de una manera única y distinta.

En primera instancia presentamos a aquellas que han sido mencionadas con mayor frecuencia: Nellie Campobello (1900-1986), Elena Garro (1920-1998) y Rosario Castellanos (1925-1974). Cada una de estas autoras cuenta con un elemento peculiar: la primera es la única mujer que escribe acerca de la Revolución como parte de una corriente literaria nueva en el país; en la producción de Elena Garro aparece por primera vez el realismo mágico, aunque sin conocerse con este epíteto; y Castellanos es una mujer excepcional, de las únicas cuyos restos se encuentran en la “Rotonda de las personas ilustres”.

Nellie Campobello.

Nellie es tratada por Carballo como distinta y distante, habitante de la región de “la Gracia”. La autora se tuvo que enfrentar al machismo, dando cuenta de las dificultades de sobresalir en el medio en que vivía. En una ocasión entraron unos revolucionarios a su casa y empezaron a agredir a su madre, de lo cual comenta: “no pude estudiar, me la pasé pensando en ser hombre, tener mi pistola y pegarle cien tiros [al revolucionario]” (Poniatowska, 2001, p. 156).

Tras sus libros Cartucho y Las manos de mamá, los recuerdos de una niña educada entre cadáveres reflejan a la mujer en un momento histórico, en que el movimiento popular les permite protestar ante la injusticia social, provocada por los funcionarios y no por los rebeldes, mostrándolos en toda su faceta humana paradójicamente antiheroica. “Evoca los fogonazos de las balas como estampa de metralleta que recuerda a la escritura femenina fragmentaria” (Madrid, 2003, p. 13).

A Francisca Luna, nombre verdadero de Nellie, la secuestraron y nunca se supo de ella. Según Poniatowska, su cadáver fue encontrado en una fosa común, con un certificado de defunción firmado por su secuestrador, en el estado de Hidalgo. Si Nellie fuera hombre, México no habría dejado que desapareciera así como así uno de sus novelistas, comenta Poniatowska en su libro.

Elena Garro.

De Elena Garro se conoce poco. Fue considerada “la escritora más sobresaliente y modificante de las letras mexicanas de hoy día” por Carballo. Entre sus obras se encuentra Los recuerdos del porvenir, La semana de colores, Testimonios sobre Mariana, en donde se reitera el tema del poder. Para ella “la creación literaria (…) [se convierte en] una suerte de compensación o de corrección de una realidad” para poder confrontarla (Bradu, 1998, p. 13).

En sus personajes, Garro refleja una rebelión en contra de lo establecido, inventando el “espejo ideal del que toda mujer quisiera disponer cuando se degrada la visión de sí misma, o cuando ninguna cara aparece en la superficie luminosa”, brindando no sólo una posibilidad de ser mujer, sino la imagen acorde a su aspiración personal (Bradu, 1998, p. 20).

Algunas características de su obra son la aparición del tiempo circular, la reflexión existencial y los elementos mágicos, combinando la psicología anormal, el mundo fantástico de los niños y la realidad cotidiana que vivió en México. Su novela Los recuerdos del porvenir se adelanta a obras semejantes, mostrando la “mitificación de la tierra americana a través de mecanismos mágicos y protagonistas que trascienden la línea que separa la realidad de lo maravilloso” (Madrid, 2003, p. 23).

Mi vida con la ola fue publicado cuando era esposa de Octavio Paz. El escritor fabula a Elena Garro en este cuento, pues entre las pocas cosas que se saben es que rayaba en la locura y era excéntrica, sobre todo después de haber sido exiliada por su participación en el movimiento estudiantil de 1968. Garro comenta en una de sus cartas a Carballo (1994) cómo su exmarido la utiliza de personaje, llamándola “pellejo viejo, bolsa de huesos, o algo así (…) cabeza de muerta (…) El poeta mitifica y Paz quiso exorcizarme diabolizándome” (p. 496). A Elena no se le reconoció su labor de escritora, sino como sombra de Paz. Estuvieron tan unidos, a pesar de sus desacuerdos, que fallecieron con unos meses de diferencia.

Rosario Castellanos.

Un rasgo de Rosario Castellanos es su interés por acercar a la mujer a la cultura, tanto en su obra literaria como en sus actos. Autora de más de veinte libros de diversos géneros, quedó encasillada como “indigenista”, sin importar la calidad de su trayectoria: escritora, embajadora, catedrática y jefa de prensa e información de la UNAM. Carballo comenta acerca de su libro Ciudad Real que la autora “deja atrás, en buena medida, el folklore, la etnología y las fáciles tipificaciones que dividen a los personajes en dos bandos: los buenos (los indios) y los malos (los ladinos)” (1994, p. 510).

Vemos a una mujer catalogada por la sociedad, como “una escritora regional y folclórica, la ‘gran defensora de los indios’, en fin, un producto nacional” (Bradu, 1998, p. 87), debido al temor que se tiene de sus denuncias: reflejo práctico de la fabulación. En Las siete cabritas, Rosario expuso sus dudas acerca de su producción literaria, convirtiéndose en la crítica más severa a su propia obra. En este libro, aparece la decepción de sus padres al ver muerto a su hijo varón y verse en la necesidad y posibilidad de educar a una hembra:

Usted sabe que tuve un hermano y que se murió y que mis padres, aunque nunca me lo dijeron explícitamente, de muchas maneras me dieron a entender que era una injusticia que el varón de la casa hubiera muerto y que en cambio yo continuara viva y coleando

(Poniatowska, 2001, p. 129).

Después de haber escrito gran parte de su obra, Castellanos se pregunta “¿soy o no soy una escritora? ¿Puedo escribir? ¿Qué?” (Poniatowska, 2001, p. 136). Le fue difícil salirse de los cánones que, al igual que a Sor Juana, la llevaron a ser una figura temida por sus contemporáneos. 

En sus textos, se vislumbran elementos autobiográficos que permiten suponer, como menciona Bradu, que el conjunto de su obra es “una sola ficción de sí misma” (1998, p. 88). Algunos de estos elementos son la redacción de un diario íntimo desde la infancia, que posteriormente le sirve de inspiración en su narrativa, la muerte del hermano en Balún Canán, la preferencia de la madre por el hijo varón sobre la hembra. Un elemento subversivo es que, aunque mantiene a la mujer en un ámbito doméstico, como en “Lección de cocina”, las reflexiones de la protagonista se dirigen hacia la inconformidad y la búsqueda de una realidad distinta (Castellanos, 2003, pp. 7-22).

Es interesante la nota al pie que se incluye en el ensayo “Vida no eres tú”, que menciona un “pequeño recuento estadístico (…) [por medio del cual la autora puede comprobar] que del total de artículos registrados en torno a Rosario Castellanos y a su obra, el 61% de ellos fueron escritos después de su muerte” (Bradu, 1998, p. 87).

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En algunos casos, las publicaciones de las autoras es parco, pero de calidad indiscutible. Indagar sobre las siguientes autoras es indagar acerca de la vida misma, pues son autoras que dan prioridad al valor literario de sus creaciones, con gran exigencia personal y descartando la popularidad y remuneración económica como resultado de su actividad artística. Ellas son Josefina Vicens (1911-1988), Guadalupe Dueñas (1920-2002) e Inés Arredondo (1928-1989).

Josefina Vicens.

Después de sus textos firmados bajo un seudónimo masculino, encontramos en las novelas de Josefina Vicens, El libro vacío y Los años falsos, protagonistas igualmente varoniles. En El libro… resalta la conciencia de ser escritor, la angustia ante la página en blanco, la necesidad de trascendencia por medio de una obra de arte. A Vicens la acecha un sentimiento severo de autocrítica:

Yo tenía la necesidad de escribir, pero sabía que no podía hacer nada trascendente. Entraba a las librerías y decía ¡pero si está todo escrito, qué cosa voy a decir! (…) tengo una gran autocrítica. Escribía unos capítulos [de El libro…] y los metía en un baúl, a los tres meses lo sacaba y decía eso está horrible y volvía a empezar

(Bradu, 1998, p. 63).

En el discurrir de las reflexiones que realiza el personaje, José García, se acerca a la creación literaria como un modo de alcanzar la identidad al cuestionarse “¿qué es un libro? ¿Quién es José García?” (p. 31), como si dijera: ¿quién es Josefina? ¿Qué es lo que tiene que decir? Busca su propia voz, aquella que dé a conocer la de todos y que le permita mostrar lo trascendente de las cosas triviales: “Yo pretendo escribir algo que interese a todos. ¿Cómo diría? No usar la voz íntima, sino el gran rumor” (Vicens, 2008, p. 42). La pluma, metonimia de la escritura, no es un objeto externo al escritor. Para ella es una prolongación de su propia vida.

Guadalupe Dueñas.

La obra de Guadalupe Dueñas no es tan nombrada, sin embargo, Tiene la noche un árbol es considerado “uno de los libros más sólidos en la narrativa mexicana del siglo XX por el concierto de sus materiales, la continuidad de los matices de su escritura, el acuerdo de los temas y el temperamento de sus páginas” (Martínez, L., 1993, p. 19).

La aparente fantasía de sus cuentos era parte de su realidad. En su casa se vivía un clima de violencia, de sucesos que rayaban en lo insólito, como la anécdota de que su padre cazaba gatos y los guisaba para ofrecerlos a sus amigos.

 A pesar de todo, ella se define así: “En mis cuentos no existe la fantasía. Soy absolutamente realista a la hora de contar cosas”. Y tiene razón. Le sucedían cosas que se podrían clasificar como increíbles, maravillosas. Por ello, no extraña el sufrimiento de sus personajes que se transforma en absurdo y la presencia constante de la mujer. Textos cortos y austeros, donde lo fantástico y femenino se entrelazan, permitiendo forjar una imagen de placer ante la muerte, el abandono, el silencio y la ausencia.

Inés Arredondo.

En la reducida obra de Inés Arredondo (1928-1989), quien se negó a escribir por oficio, resalta el tema de la mirada reclamada por la mujer para ser reconocida. Cuando se le retira la mirada “la mujer vuelve a su estado de no ser, descubre o redescubre la nada que la acecha” (Bradu, 1998, p. 32). Su obra de cuentos consta de tres libros La señal, Río subterráneo y Los espejos y en ella se distingue una conducta sensual y hasta sexual, acercando a sus personajes a la realidad, más que a la fantasía.

La autora expresó que buscó llevar “el hacer literatura, a un punto en el que aquello de lo que hablo, no fuera historia sino existencia, que tuviera la inexpresable ambigüedad de la existencia” (Bradu, 1998, p. 49). Como pocos autores, Inés Arredondo (2006) se aleja de la vida pública, prefiriendo la soledad, en donde se entrega a una postura literaria propia, sustentada en eventos “insustituibles con los cuales se puede dar sentido a la vida (…) no sentido como anhelo o dirección, o meta, sino como verdad o presentimiento de una verdad” (p. 7). Acerca de La señal, Juan García Ponce advertía en sus cuentos “una espléndida unidad interior de todos los verdaderos escritores (…) aquellos que persiguen en verdad sus temas” (Arredondo, 2006, p. 2) y la considera una de las autoras de cuento más significativas y auténticas de los últimos años.

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Amparo Dávila (1928-2020), Luisa Josefina Hernández (1928) y Margo Glantz (1930) son autoras que nacieron durante la tercera década del siglo. Además de Elena Poniatowska, Elena Garro, Rosario Castellanos, Inés Arredondo, Julieta Campos y María Luisa Puga, estas tres autoras han sido acreedoras al Premio Xavier Villaurrutia, el cual es otorgado a escritores reconocidos por sus propios colegas. Las obras que les merecieron este premio son Árboles petrificados, Apocalipsis cum figuris y Síndrome de naufragios, respectivamente.

Luisa Josefina Hernández.

Luisa Josefina Hernández es novelista, dramaturga, traductora y crítica, considera que “el arte, puro artificio, es la única forma de autenticidad, es la única manera de imponer un orden y de superponer a la realidad otra realidad vivible” (Bradu, 1998, p. 102). A través de la actuación ella encuentra el sentido de su vida.

Su temática es la representación del drama humano, como una especie de comedia “a la mexicana”. Los detalles cotidianos, le permiten revelar el carácter o el mecanismo psicológico de sus personajes, incluso, Bradu (1998) encuentra la dualidad de la madre: “En su generosidad de madres-creadoras, en su aparente despojo de sabiduría, está el arma de la posesión: porque te he creado, soy dueña de tu persona, de tus gustos y acciones” (p. 113).

Entre sus publicaciones encontramos Carta de navegaciones submarinas, La plaza de Puerto Santo, La cólera secreta y La noche exquisita. La autora se mantiene en un punto intermedio: pone los elementos que se esperan en el texto, sin duda ni sorpresa, pero tampoco llega al engaño ni a intentos de mostrarse actualizada “por estar a la moda” o por seguir las reglas de algún tipo específico de narrativa (Patán, 1992, p. 147).

De acuerdo con Paola Madrid (2003), la evolución de las letras mexicanas se refleja en su evolución creativa, pasando por el ambiente de la ciudad de México, la descripción psicológica de los personajes, el realismo, la historia y, finalmente, la inclusión de elementos mítico-religiosos (p. 26). Entre sus traducciones está la de El héroe de las mil caras utilizada en el presente ensayo.

Amparo Dávila.

La recopilación de cuentos de Amparo Dávila está incluida en Tiempo destrozado, Árboles petrificados y Música. De forma concreta registra acontecimientos fantásticos e imaginarios y muchos de ellos develan la inconformidad de la mujer sus deseos y frustraciones.

En su trabajo realizado sobre la autora, América Luna (2010) aborda el tema de la feminidad en su narrativa asociada a la literatura fantástica. Dávila, originaria de Zacatecas y secretaria de Don Alfonso Reyes, como muchas mujeres tuvo que combinar sus inquietudes literarias con las tareas del hogar.

En sus narraciones, recrea la vida de personajes amenazados por la locura, la violencia y la soledad, en donde aparece un elemento “inesperado o imprevisto, que muchas veces adquiere dimensiones terroríficas” (Luna, 2010, § 5). Entre las problemáticas presentadas por sus personajes femeninos, prevalece la locura y los motivos que pueden llevar a una mujer a perder la cordura: la soltería, el adulterio, la desesperación del matrimonio, la viudez o el aborto, las llevan a rebelarse de forma indirecta, por medio del suicidio, el crimen o la locura.

Margo Glantz.

Margo Glantz, desde su doble marginación (como mujer y como judía) ha escrito una prolífica obra que va desde la novela, cuento, biografías, entrevistas, hasta el ensayo y la crítica. Entre sus textos más representativos están La lengua en la mano, De la amorosa inclinación a enredarse en cabellos, Esguince de cintura y su autobiografía Las genealogías novela que ilustra sus antecedentes judíos. En ella recupera sus recuerdos sobre la llegada de sus padres de la URSS a México. Un elemento subversivo en esta obra es la preferencia que da a la vida de sus antepasados (principalmente sus padres) sobre la propia, lo cual es complementado con elementos biográficos, históricos y testimoniales.

Margo fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua y ha impartido cursos en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, durante cinco décadas. En 2010, durante el festejo de sus 80 años de vida, anunció su probable reincorporación a la cátedra en la Universidad.

En un análisis sobre la obra de Glantz, Celina Manzoni (2010) menciona la organización de su obra sobre saberes heterogéneos en torno a detalles del cuerpo, en un despliegue de seducción “a partir de metáforas que operan a su vez sobre el detalle de los cuerpos: la boca, la cintura, los cabellos, los pies”.

En la reconstrucción de textos clásicos de fines del siglo XIX y comienzos del XX, ejecuta un recorrido por las letras mexicanas, que hacen del pie un espejo de erotismo, al mismo tiempo de moralidad, sexo y clase: “en el pie desnudo Glantz descubre la ‘seducción de lo bajo, polo de la mirada masculina, (…) metáfora del polvo enamorado” (§ 3). Con un manejo irreverente del lenguaje, a través del cual alcanza a forjar una “memoria social” judía, la autora de Las genealogías se construye a sí misma como un sujeto mediado entre sus antecedentes judíos y su nacionalidad mexicana y, sobre todo como mujer.

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Las autoras más representativas nacidas entre 1930 y 1950 son Julieta Campos (1932-2007), Elena Poniatowska (1933), Adela Fernández (1942-2012) y María Luisa Puga (1944-2004). A excepción de Adela Fernández, y como mencionamos antes, han sido acreedoras al Premio Xavier Villaurrutia.

Julieta Campos.

Las principales características de la obra de Julieta Campos son la sutilidad y la observación. Además de escribir obras como Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina, Bajo el signo IX Bolón, ¿Qué hacer con los pobres?, la autora desarrolló un interesante proyecto comunitario integral, de donde surge su estudio de los relatos nahuas incluidos en La herencia obstinada, refiriendo el legado de contar historias de nuestros antepasados. Este estudio fue utilizado en el presente análisis y en él aparece el punto de encuentro entre los estudios antropológicos de Strauss y el análisis del cuento maravilloso de Propp, en relación a nuestras propias narraciones orales contadas por los indígenas.

A Campos, la escritura es lo que le permite respirar, el divagar con la palabra la hacía sentir libre. De esta manera, llena los huecos de su persona y el mundo. En Gritos y susurros platica de los altibajos en su acercamiento a la literatura, relacionados con los cambios de vida suscitados por la labor política de su marido.

Sus figuras femeninas se reflejan en la ciudad caribeña, de acuerdo a sus raíces cubanas y “son una especie de combinación de debilidad y obstinación, de fragilidad física y de implacable conciencia de la misma” (Bradu, 1998, p. 84). En su trabajo sobre el desencanto de la figura humana, Marina Ruano (2009) presenta las descripciones del cuerpo en la obra Celina o los gatos de la autora, encontrando un cuerpo imperfecto, como un “`brazo delgadísimo´, o la `cara enflaquecida´ (…) para resumir lo efímera que puede ser la vida, y tratar desesperadamente de detenerla, encerrándola en un acto fotográfico, para que el cuerpo quede en el recuerdo de ese instante, impreso para siempre” (§ 11).

“La belleza era una de sus constantes, la inteligencia de la belleza, la belleza física y la intelectual, la pública y la personal, la de la ciudad y la de sus casas en la calle de Frontera y en el pueblo de Tetecala” (2007, § 5), comenta Elena Poniatowska acerca de la autora, a pocos días de su muerte.

Elena Poniatowska.

En las respuestas a las preguntas detonantes de Denise Dresser, Elena Poniatowska explicó de forma natural y honesta una de sus mayores angustias a la que se enfrenta en su profesión: no conocer nada sobre el tema que desea escribir. Es por esto que dedica días enteros a la investigación, hasta empaparse completamente del asunto de su proyecto literario. Esto es precisamente lo que caracteriza su obra: la heterodoxia genérica puesto que “crea obras narrativas extensamente documentadas, lindantes con el periodismo o reportaje y centra su interés en la problemática de los personajes y conflictos de la sociedad actual” (Madrid, 2003, p. 24).

Víctima de una educación religiosa, en la que estaba prohibido, incluso, hablar durante la comida, Elena deseaba abolir las formas bajo las cuales intentaron formarla. Sin estos intentos de abolición, habría sido más libre, comentó. Este resquebrajamiento de las formas de la mujer la llena de culpa, que reaparece de distintas maneras a lo largo de su vida. Dentro de su producción literaria de más de treinta obras, como Hasta no verte Jesús mío, La noche de Tlatelolco y Querido Diego, te abraza Quiela, da voz a los desatendidos, sin considerarse traidora a su clase (aristocrática), sino que su “interés al escribir está simplemente en darles voz a los que no la tienen. ¿Por qué esto? Por un sentimiento quizá de culpabilidad que es muy femenino” (García, 2007, § 10).

Adela Fernández.

Los cuentos de Adela Fernández tienen un sentido de unidad preciso. Su libro Duermevelas muestra un registro ceñido a lo indispensable; la autora nos atrapa sólo con la información que resulta imprescindible para la narración. La metamorfosis, la fantasía y la crueldad son algunas de sus constantes. La primera, es un cambio que le permite alcanzar aquellos deseos que de otra manera serían inalcanzables. La fantasía es “una forma de realizarse y de contrastar las limitaciones impuestas por el medio ambiente” (Patán, 1992, p. 114) dejando en libertad la carga inconsciente de los personajes. La crueldad, a través de la superstición, recae sobre los menos pensados, dotando de tensión al relato.

Además de ello, Adela Fernández ha publicado libros de antropología, como Así vivieron los mayas, Dioses prehispánicos de México: mitos y deidades del panteón maya y Diccionario ritual de voces mayas. Estudió actuación y teatro y ha dirigido obras como “El sepulturero”, “La casa de Bernarda Alba” y “Sin sol”. Obtuvo el Premio Sor Juana Inés de la Cruz, el cual es otorgado como reconocimiento del trabajo literario femenino.

Entre sus experiencias personales, que determinan de algún modo su desarrollo profesional, Adela recuerda cómo su padre quería que fuera tan excepcional como Diego Rivera, tan bella como Dolores del Río y fuerte como María Félix. “Quería que tuviera un pensamiento científico y tenía la obligación de ser genial. Me compró un piano y me decía que tenía el compromiso de ser más grande que los grandes. Por todo eso, tuve problemas en la escuela primaria y secundaria, para luego salir de la casa y no vivir con el tormento de la genialidad” (Guzmán, 2004, § 11).

María Luisa Puga.

Con Las posibilidades del odio, novela escrita a raíz de su experiencia en Nairobi, María Luisa Puga encuentra un estilo que le permite explicarse un pueblo colonizado, trasladando su experiencia en un lejano país al nuestro. La escritora salió del México por la impotencia

ante la realidad de mi país. Ser mexicana, ser mujer, ser escritora me parecían imposibles. No encontraba el espacio para esas identidades. Recuerdo que cuando trabajé con Barbachano Ponce tuve que prestarle mi ropa a Arabella Arbenz para una escena de la película Un alma pura, basada en un cuento de Carlos Fuentes. Ella se puso mi suéter, falda, blusa, y yo fui al baño a mirarme con su atuendo de actriz. Nunca me atreví a salir del baño. No sabía pasar de ser una secretaria a lo que yo quería ser: escritora, mexicana, mujer. ¡Qué gacho pero es en ese orden!”

(Poniatowska, 2005, § 5).

A través de la creación de personajes, adquiere la posibilidad de ser. En su obra, Lo Otro es un referente constante, que permite reconocerse, al mismo tiempo de descubrir lo terrible que significa ser uno mismo esa otredad. Esta entidad, como ideología, hace referencia a una masa informe, desconocida, sean mujeres, negros, extranjeros o blancos. Ser Lo Otro no permite encontrar quién somos realmente y así, los personajes de María Luisa, reflexionan acerca de sí mismos al experimentar cierta extrañeza. En voz de Nyambura, uno de sus personajes, lo explica de la siguiente manera:

Para empezar a escribir o a decir la historia propia, es preciso experimentar cierta extrañeza que desacomode el orden y la costumbre de la vida. Es preciso salirse de sí para poder verse y conocerse

(Bradu, 1998, p. 126).

Una de sus peculiaridades como narradora es “no tener prisa (…) [pues su obra está] asentada en un modo de pensar, en un modo de sentir, en un modo de ver y bastante poco en un modo de actuar” (Patán, 1992, p. 273).

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En nuestro estado, encontramos algunas mujeres cuya trayectoria es preciso mencionar: Nancy Cárdenas (1934-1994), y Magolo Cárdenas (1950). Ambas tuvieron que salir de sus lugares de origen hacía la ciudad de México para encontrar una respuesta a su interés literario, la cual les fue dado en su regreso a Parras y Saltillo, respectivamente

Nancy Cárdenas.

Nancy fue reconocida como dramaturga y por su participación en los movimientos intelectuales en boga, pues como expresa en Diálogos con nos/otros (De León, 1996): milita en el Partido Comunista, entonces prohibido; forma parte del movimiento del 68; participó en marchas y plantones en el Zócalo en la ciudad de México; y, finalmente, transgrede las normas a través de sus obras de teatro, en donde atiende temas vedados como la homosexualidad y el SIDA. Para lograr poner en escena algunos de sus dramas reunió firmas de intelectuales como Tamayo y Rulfo (p. 21).

A pesar de doctorarse en Filosofía y Letras, la coahuilense no es reconocida por su labor literaria, sino como dramaturga, actriz, locutora e, incluso, como promotora de la liberación gay. Solo cuenta en su haber con el libro Poemas de amor y desamor. Nancy Cárdenas “es una mujer que lo ha vencido todo: las limitaciones culturales de su patria chica, la censura institucional de este país, el sistemático ninguneo de los valores artísticos nacionales y, por último, el cáncer” (De León, 1996, p. 20).

Magoló Cárdenas.

Por su parte, Magolo, saltillense, explica en Diálogos con nos/otros su experiencia en la literatura: ser escritor en provincia o en la capital resulta lo mismo, finalmente, el escritor debe estar comprometido con su trabajo como artista y no con la vida literaria que lo rodea (pp. 37-45). Es autora de libros como La zona del silencio y Alex dentro y fuera del marco. Fue promotora cultural en la Presidencia Municipal de Saltillo y directora del  Instituto Coahuilense de Cultura [ICOCULT]. Magolo fue al D. F. y, al regresar, se encontró con sus conocidos de antaño, aquellos que se quedaron en provincia, y recuerda la forma en que los ha incluido en sus obras. Explica que la belleza física era la solución más sencilla, como destino de una mujer. Ella, sin embargo, no contaba con esta certeza. Dudaba y se sentía ajena al ser como las demás, lo que la orilla a los libros y las letras.

Al igual que escritores como Daniel Sada, Magolo escribe sus primeros libros desde la provincia y a través de su libro Con mis ojos a los muertos, que contiene ciertos guiños autobiográficos, nos permite conocer una “visión de la vida y educación provinciana, sin dejar de lado el sentido del humor” (Molina, 1998, p. 150).

***

Las escritoras contemporáneas, nacidas a partir de la década de los sesenta, no se escapan a la realidad mundial. La globalización, la apertura a mercados internacionales y la mercantilización de la literatura son algunas de las variables que afectan a las producciones artísticas actuales, no solo en la literatura ni solo en las creaciones de mujeres. Además de Cristina Rivera Garza (1964), coordinadora de una de las antologías modernas sobre la novela, se menciona a Rosa Beltrán (1960), Patricia Laurent (1962), Ana Clavel (1961) y Susana Pagano (1968).

Quizá a los fenómenos ya mencionados se deba la superficialidad y escasa argumentación de los novelistas coordinados por Rivera Garza, quienes no alcanzan a definir con claridad su postura como escritores ni la realidad de la novela en México. Los comentarios que fundamentan esta indefinición se ejemplifican al decir “no me queda mucho tiempo para preguntarme cuál es el estilo de mis novelas o cuál es su lugar en la narrativa mexicana contemporánea. La verdad es que no tengo idea, y estas preguntas no me preocupan” (Rivera, 2007, p. 29), sin indicadores de la postura de nuestros novelistas frente a su quehacer. Resaltan en la actualidad valores como el dinero, las ventas y las relaciones públicas, en lugar del talento, la sabiduría y la determinación que caracterizaban a escritoras de mediados de siglo.

Como lo apunta Jesús de León (2008) en una reseña a propósito de este libro “en cuanto al nivel de erudición, de rigor conceptual y de claridad expositiva, quedaron igual que el personaje del cuento de Mark Twain, titulado “Cómo llegue a director de un periódico de agricultura” (p. 69), en donde el personaje ignora los asuntos de su nuevo empleo. De la misma manera, estos autores se desempeñan como escritores, sin contar con claridad respecto a su profesión.

Rosa Beltrán.

En sus reflexiones acerca de la novela, Rosa Beltrán cae en cuenta de que el sueño de la mujer no había sido expresado en la Historia (Rivera, 2007, p. 119). Rosa menciona que el mercado “es el enemigo más encarnizado del arte” para su generación (op. cit., p. 123). Su novela La corte de los ilusos es considerada como parte de la Nueva Novela Histórica, pues en ella narra en tono paródico el nacimiento y muerte del imperio de Agustín de Iturbide.

El interés temático central de sus producciones es

exhibir los dramas existenciales de una clase media mexicana demasiado preocupada por las apariencias y, más concretamente, esforzada en aparentar lo que no es. Lo lleva a cabo (…) escarbando despiadada en las circunstancias cotidianas o de las llamadas `exigencias sociales´ hasta dar con el trasfondo surrealista de tan desmedidas aspiraciones

(Gil, 2006, § 2).

Esta autora realiza una importante reflexión acerca de su carrera: la importancia que adquieren otras escritoras que, como ella, han hecho lo indispensable para dar vida a sus narraciones. La literatura, no solo la propia, es una de las razones por las cuales vale la pena vivir y le resultan imprescindibles otras escritoras, pues pertenece “a una generación de mujeres que entendió que el logro de una sola no cambia el esquema; para mí, atisbar sus mundos es verme a mí misma pero con otros nombres” (Dresser, 2009, p. 166).

Patricia Laurent Kullick.

En la obra de la tamaulipeca Patricia Laurent Kullick, encontramos ambientes que pasan de lo fantástico, lo maravilloso a lo inusitado, dotando a sus producciones de originalidad y vigor. De forma coherente con su narrativa, la autora escribe en “La última frontera de coherencia. Antiensayo de lo fantástico (Siete advertencias para jóvenes)” acerca de un género casi vedado en el país: el fantástico, al cual vislumbra como la “novela futura de México” (Rivera, 2007, p. 136).

Considera que la lucidez y congruencia del autor es inversamente proporcional a su salud física, es decir que, entre más incongruente y complicado el texto, mejor salud tendrá su autor. El camino de Santiago es considerada una novela que sorprende en nuestras letras y se inscribe dentro de la “tradición de Efrén Hernández, Juan José Arreola y de Francisco Tario” (Laurent, 2003). En ella, la protagonista viaja al interior de su cuerpo habitado, al menos, por dos seres, los cuales determinan su relación con la realidad. Con este libro se hizo acreedora al Premio Nuevo León de Literatura en 1999.

La protagonista de esta novela, aún cuando vive experiencias semejantes a otros personajes femeninos tradicionales como el maltrato y la dificultad para relacionarse con los demás, se escapa de los estereotipos, pues la relación con los seres que habitan su interior le permite afrontar sus experiencias de una manera diferente, al ser Santiago, principalmente, quien le dicte cómo actuar, qué decir y qué decisiones tomar en su vida.

Cristina Rivera Garza.

Cristina Rivera Garza es originaria de Matamoros,Tamaulipas, frontera noreste de México. Autora que ha producido diversidad de géneros y a quien se ha reconocido, principalmente, por su novela Nadie me verá llorar la cual fue comentada positivamente por Carlos Fuentes y Antonio Saborit. Estos comentarios le han dado gran reconocimiento a la obra y al mismo tiempo han generado gran expectativa sobre la posterior producción de la tamaulipeca.

Nadie me verá llorar es una novela histórica que colinda con el ensayo y que está sustentada en los expedientes clínicos de una mujer, Modesta Burgos, recluida en el Manicomio General “La Castañeda”, en la ciudad de México a principios del siglo XX. De alguna manera, la protagonista se sale de los cánones y expectativas de los personajes femeninos, dentro de la literatura femenina: primero, el título niega una de las principales armas que se atribuyen a la mujer para obtener lo que anhela: el llanto. Matilda no permite que los demás la vean en su momento de mayor vulnerabilidad. En segunda instancia, la protagonista vive una relación homosexual temporal. Tercero: se niega al matrimonio, lo cual es totalmente transgresor en la época en que transcurre la novela, puesto que aún las leyes impedían la independencia y libertad de la mujer. Finalmente, decide volver al manicomio en lugar de vivir en pareja.

Por otra parte, la protagonista de Lo anterior difiere completamente de Matilda, como lo menciona De León “la anécdota de la que parte o, mejor dicho, en la que se atora Lo anterior, no es más que una fantasía de una mujer fea o menopáusica” (De León, 2005, p. 56). En esta novela, la autora realiza un intento por pensar en el amor antes de las denominadas, entre muchas comillas, historias de amor. “Mi interés era lo de antes, por encontrarse en un no-lugar y por no tener asidero (…) escribir sobre lo que sucede antes de lo que denominamos amor, entes de domesticar la experiencia a través de la narrativa familiar y legible que conocemos como historia de amor” (Herrera, 2010, § 8).

En La novela según los novelistas (2007), Cristina comenta que “escribir es el acto físico de pensar; que escribir no es un vehículo de expresión o auto-expresión de un yo unitario u homogénico (…) y, al final y principio de cuentas, un proceso de producción (de significados) (de realidad) (de mundos-otros)” (2007, p. 13). A diferencia de autoras de épocas anteriores, no considera la escritura como una herramienta para autodefinirse, sino como un acto transgresor y “de experimentación —un acto a través del cual, explorándolos, se tensan y, a veces, se desbocan, los límites del lenguaje” (p. 15).}

Ana Clavel.

Además de su última novela El dibujante de sombras, Ana Clavel ha publicado los libros de cuentos Fuera de escena, Amorosos de atar y Paraísos trémulos. Su acercamiento a la novela se gesta en una alternancia de claroscuros, sombras y figuras descubiertas por la luz. Elige la sombra sobre la figura y comenta su descubrimiento de las sombras como “entidades deseantes (…) [y] suplican esa gracia, cumplir un destino en las manos de un autor que las pesca al vuelo de la pluma” (Rivera, 2007, pp. 153-158).

La sombra aparece como la representación más adecuada de la búsqueda de conocimiento y en El dibujante… esta idea resulta evidente. A través de un personaje masculino en una historia ambientada en Suiza a finales del siglo XVIII, muestra el aprendizaje de Giotto, el joven dibujante, acerca del gran potencial de sus dibujos, con los que poco a poco va descubriendo el mundo y logra relacionarse con él.

Al igual que Poniatowska, la autora tuvo que realizar una investigación profunda para escribir esta novela, lo cual repite en cada una de sus obras, apasionándose por comprender a los personajes que de alguna manera forman parte de sí misma.

Susana Pagano.

Nacida en la ciudad de México, Susana Pagano es una narradora conocida por su novela Y si yo fuera Susana San Juan…, con la cual obtuvo el Premio Nacional de Novela José Rubén Romero en 1995. Retomando el nombre de un personaje de Juan Rulfo, construye una genealogía femenina, que la diferencia del personaje del escritor. El tema de la locura reaparece en esta novela, como resultado del autoritarismo de los padres.

Otras de sus publicaciones son Trajinar de un muerto, La liga del Gineceo y artículos diversos en la sección cultural de “Unomasuno”.

Incluida en La novela según los novelistas, Susana considera que cada persona lleva a cuestas determinados “fantasmas o monstruos internos” y la escritura es una forma de exorcizarlos, realizando una catarsis por medio de la pluma. Agrega que

existe un componente misterioso que no se ha descubierto, que no se ha logrado definir y que es el que logra hacer de una novela una obra de arte. Yo como autora y lectora me postro asombrada ante el fenómeno de la creación (…) sólo queda mostrar humildad y reverencia frente a la hoja en blanco

(Rivera, 2007, p. 151).

Susana se muestra sorprendida ante el acto creativo y, sobre todo, reverencia la hora en blanco.

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Finalmente, se incluye una reseña de la trayectoria de la zacatecana Maritza M. Buendía (1974), quien ha publicado sus libros La memoria del agua y En el jardín de los cautivos. El segundo fue acreedor al Premio Nacional de Cuento Joven Julio Torri 2004, y en él el erotismo, las obsesiones y el cuerpo son elementos cruciales y bien logrados por la autora, dotando al libro de unidad temática, razón por la cual se hizo acreedora a este premio.

En La memoria… los textos son recorridos por un personaje, que puede y no ser el mismo: Alondra. Ciertas cualidades de este libro se pueden encontrar también en En el jardín… como la sensibilidad de las descripciones, el diálogo entre la cultura popular (por medio de frases, fragmentos de canciones) y la alta cultura (Catgut), lo que permiten al lector identificar indicios para comprender y desentrañar los cuentos.

Entre los análisis realizados por esta escritora zacatecana, aparecen de forma reiterada temas sobre la mujer: personajes entrañables como Eloísa, quien prefiere ser la “puta” de Abelardo; Lulú, de Almudena Grandes, y Emmanuel, personaje erótico; análisis de la producción de escritoras mexicanas entre las que destacan Inés Arredondo y Amparo Dávila. Dentro de estos análisis, Maritza considera que “rara vez se aborda el tema del amor desvinculado del sexo (…) [pues] para la mujer escritora el amor y sexo se ubican como unidad, lo que imposibilita hablar de uno sin el otro” (Buendía, 2007, p. 27).

Con un lenguaje poético, en su texto Operación cuento describe su acercamiento a la escritura como “la posibilidad de construir un mundo” habitado por sueños y necesidades, que adquieren autonomía, convirtiéndose en un ser externo a ella. El único destino certero al que la lleva la literatura es a conocerse “en la desnudez de nuestros vicios y virtudes, a la vez que nos permite acercarnos a nuestros semejantes” (Buendía, correo electrónico, abril de 2010).

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La transgresión literaria en ocasiones se encasilla. En el caso de las mujeres, como “feminismo”. Sin embargo, no todo lo subversivo es feminista. En algunos casos, contrariamente a lo que se cree, es lo femenino lo que se confronta a los cánones hegemónicos y masculinos. Tal vez por eso hastía.

Aunque la mayor parte de las producciones femeninas se encasillan en la “Literatura light”, se debe considerar que la transgresión no se da siempre en la toma de conciencia (política, social, personal) de los personajes incluidos en la Literatura femenina. Se puede confrontar, precisamente, a través del discurso sexuado femenino, construido en ámbitos comúnmente atribuidos a la mujer, como es el doméstico, la maternidad, el amor romántico o la abnegación. Es una primera voz, pero no la única. Con este recorrido hemos observado que cada autora tiene un sello personal que la caracteriza y abre la puerta a todas quienes seguimos buscando nuestra propia voz. Ya la encontraremos. Tal vez a lo Rivera, tal vez a lo Dueñas. No lo sé, pero, seguro será una voz única que siga siendo una mano de apoyo a las que nos siguen.

Liliana Contreras

Psicóloga y Licenciada en letras españolas. Cuenta con un Máster en Neuropsicología y una Maestría en Planeación. Se dedica a la atención de niños con trastornos del desarrollo. Fundó el centro Kua’nu en 2012 y la Comunidad Educativa Alebrije en 2019. Ha publicado en la revista La Humildad Premiada, Historias de Entretén y Miento, La Gazeta de Saltillo, en los periódicos Vanguardia y Zócalo de Saltillo. Colaboró en el libro Cartografía a dos voces. Antología de poesía (Biblioteca Pape & IMC, 2017) y en el Recetario para mamá. Manual de estimulación en casa (Matatena, 2017). Publicó el libro Las aventuras del cuaderno rojo (IMCS, 2019), Brainstorm. Manual de intervención neuropsicológica infantil (Kuanu, 2019), Abuelas, madres, hijas (U. A. de C., 2022), Un viaje por cielo, mar y tierra. Aprender a leer y escribir en un viaje por México (Kuanu, 2022) y, actualmente, escribe para la revista NES, en la edición impresa y digital.

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