CRIAR DESPACIO

Sari nació y vivió sus primeros casi tres años en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una ciudad pequeña de aire pueblerino en el sur de México. Vivimos en el centro histórico, colorido y diverso. Entre turistas y locales, escuchando en cualquier esquina una mezcla de Tsotsil, italiano, acento español y argentino. Conviviendo diariamente con la comunidad indígena y con gente de todo el mundo que igual que nosotros, había decidido hacer ahí su hogar. Casi ni usábamos el auto, íbamos juntas caminando al mercado, a comprar tortillas y flores, a pagar el teléfono y al banco. Los primeros meses salía con mi hija en rebozo, lo mas práctico para dar la teta en cualquier momento y en cualquier lugar, literal – es lo mas natural y común dar el pecho en la plaza como en un restaurant. Después cambiamos a cargador ergonómico pecho con pecho y mas adelante el mismo cargador pero en la espalda, tipo mochila. Cuando Sari empezó a caminar, nuestra salidas se volvieron (mas) largas y lentas, caminando a su ritmo, sin prisa, sentándose en cada escalón y explorando cada insecto y cosita que encontraba en el camino.

La vida de pueblo, como le digo yo, me enseño a vivir con un ritmo tranquilo, a disfrutar lo mas sencillo como la verdura y fruta de temporada, comer tortillas de maíz recién hechas y crear con mi hija pequeñas rutinas. Lo mas importante fue  vivirlo día a día como familia. Conocíamos a la señora de la verdura, a la tortillera, a la chava q vendía el pan, saludábamos a los mismos perros callejeros tomando el sol. Cada salida era un “hola” y un “nos vemos!”, siempre alguna cara conocida y siempre algún músico tocando por la calle, desde violín y flauta a percusiones y hang drum. Lo normal era vivir como una mezcla entre ser locales y turistas, pues siempre caminábamos entre gente de todo el mundo, hippies, backpackers y familias, algunos tomando fotos, otros disfrutando un cafecito. Sari siempre observando.

A veces lo más simple es lo más profundo y revolucionario.

Lo mejor era que en medio de la vida cotidiana, como una salida al banco, podíamos encontrarnos en la plaza a tomar un chocolate con mi esposo, nos sentábamos en las banquitas o nos deteníamos a tomar fotos en las calles coloridas.  Y es que después de casi cuatro años viviendo en San Cristobal, seguía saliendo todos los días con mi cámara! 

Ser mamá en el día a día, salvo el cansancio permanente, lo pude hacer muy práctico. Nunca cargue biberones, leche en polvo o chupones (gracias a la magia teta)  Ni siquiera tuve pañalera! como me movía caminando, el cambiador y un juguetito iban en mi backpack. La carriola estuvo guardada dos años. (Ahora si la usamos un montón! pero reconozco que la mejor inversión, el mejor regalo fue el ergobaby.) 

El “¿Que me pongo hoy?” fue cosa del pasado, San Cristóbal es un lugar muy relajado en el que cada quien anda en su onda. Así que diario: blusita amigable de lactancia, o sea, acceso fácil a dar la teta. Jeans o leggings, y mis zapatos básicos: botas de hiking o “de caminata”. (Lo sé, sin mucho glamour, pero para quien conoce San Cris sabe que las banquetas son todo un desafío de equilibro y ponen a prueba la atención y estabilidad: son muy angostas, están rotas, las entradas de cocheras son resbalosas y siempre hay algún agujero o caca de perro – y con una cría encima, o temporada de lluvia,  es todo un reto!) Y para Sari igual, ropa cómoda, práctica y listo.  

El ambiente pueblerino, fue ideal para dedicarme a ser mamá y tuve la fortuna de poder hacerlo (aunque eso significó también soltar otras cosas como mi independencia, ingresos y el querer hacer todo a como estaba costumbrada: nada más avisando). Fue una decisión consciente y natural: Criar despacio. Estar presente en su vida, acompañarla siempre, pero especialmente durante su primera infancia. Los primeros dos años de los niños son esenciales para el desarrollo de su seguridad y confianza en sí mismos y el mundo. Así fui organizando mis tiempos cuando me convertí en mamá:  A los pocos meses de ser mamá compartí clases de yoga para mamás y bebés, cuando creció un poco mas la cachorrita acomodé mi tiempo de forma que impartía clase de yoga muy temprano por la mañana y volvía a casa justo para desayunar con ella, en mis tiempos libres (mientras Sari dormía, por ejemplo) me sentaba a trabajar en mi compu, y otros días cuando mi esposo llegaba a casa, era un relevo para yo volar a algún cafe o restaurant a sentarme en calma a trabajar y tomarme un un té con un pain au chocolat

Y así, aprendimos a llevar una vida bastante slow. Ésto sin tomar en cuenta que los tiempos son diferentes. En San Cristóbal de las Casas, todo es un poco más lento – con sus ventajas y desventajas. Y sabiendo que definitivamente es mas fácil llevar un ritmo tranquilo en una ciudad chica que en una grande.  Además elegimos criar con apego: embarazo y parto respetado, lactancia a demanda, colecho, porteo, blw, de todo esto compartiré más adelante. Hoy agradezco y valoro la experiencia que me dejó, fue un buen comienzo para ser mamá, el mejor. Y aunque estábamos lejos de la familia y no fue lo mas fácil, aprendimos a acomodarnos y a “arreglarnolas solos”.

Ahora, todos esos aprendizajes de  vivir en una ciudad pequeña en donde las distancias son cortas y se puede llevar un estilo de vida más sencillo, me sirvieron de experiencia. Estoy aprendiendo que es posible hacerlo también en una gran ciudad, que se puede hacer la gran ciudad “cercana”, que podemos convivir de una manera más sustentable y saludable, llevar un estilo de vida y ritmo tranquilo, que es posible seguir disfrutando lo simple y cotidiano, que es posible criar despacio. Sin prisa, en consciencia y en contacto con la magia que ofrece la ciudad y un nuevo país. Iniciamos una nueva aventura. 

Kim Dewey

Mamá, yoguini, diseñadora y viajera de corazón. Criando despacio. Lo que me inspira: mi familia, la naturaleza, la magia de lo cotidiano.

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