Jaded

¿Qué pasa cuando ya tenemos toda la fama, todo el dinero, todos los amigos, parejas, amantes, cuando ya viajamos a los todos los rincones del planeta, y seguimos sintiéndonos infelices?

Por Liliana Blum

No ser un cliché, pero como escritora siempre estoy en busca de la palabra correcta. A veces hace falta justo esa palabra que describe a la perfección algo o a alguien, y no siempre está a la mano, o peor, no siempre existe en nuestro idioma. Como lectora tengo una predilección por la literatura en lengua inglesa, y prefiero leer las traducciones de escritores en cualquier otro idioma en inglés que en español, pues tengo un serio problema con las traducciones hechas en España, que son básicamente todas las que llegan a nuestro país. Y aunque muchas personas creen que el español es un idioma mucho más rico que el inglés, según la RAE hay más o menos 150,000 palabras oficiales en español, mientras que el Oxford Dictionary nos dice que el inglés maneja más o menos 230,000. Hago esta introducción porque con frecuencia me quejo de que hay palabras geniales en inglés que son intraducibles al español. No tenemos un equivalente que logre siquiera acercarse al significado en inglés. Me refiero a vocablos como overkill, self-righteous, o jaded.

En realidad, todo el párrafo anterior es para acercarme a la palabra jaded que me viene a la cabeza invariablemente cuando escucho la noticia de un suicidio de algún famoso. Justo hace días el caso de Chester Bennington, de Linkin Park, o poco antes el de Chris Cornell, de Soundgarden, o el famoso de Kurt Cobain, de Nirvana, o más atrás, el de Michael Hutchence, de INXS, entre muchos otros. ¿Por qué alguien que aparentemente lo tiene todo para ser feliz decide terminar con su vida?
Jaded es el adjetivo para alguien que está hastiado de la vida, que ya no tiene entusiasmo por nada porque ya lo tiene todo. Gran parte de lo que le da sentido a la vida de la mayoría es el deseo y la necesidad: quien tiene que trabajar gran parte del día sólo para poder comer algo ese mismo día, no tiene tiempo para aburrirse ni poner cara de fuchi porque ya vio todas las películas en cartelera o porque esta semana ya había comido pollo. Quien desea terminar una carrera, comprar un coche, una casa, y necesita trabajar/ahorrar para ello tendrá una motivación para levantarse cada día. Escribir un libro, encontrar una pareja, colaborar en un proyecto, educar un hijo, cuidarlo hasta que se baste por sí mismo: esos son los engranajes del existir.

¿Y en cuanto a la felicidad? Por lo regular pensamos que cuando logremos nuestras metas seremos felices; lo cierto es que siempre hay otras necesidades, cosas nuevas que deseamos y que nos ocupan, que precisan de nuestro tiempo y esfuerzo. Y a veces, cuando nos damos cuenta de que no somos felices, se lo achacamos a la falta de tal o cual cosa: nos hace falta más dinero, más amor, más fama, más ropa, un auto más nuevo, más grande, más tecnología de punta, más algo. ¿Pero qué pasa cuando ya tenemos toda la fama, todo el dinero, todos los amigos, parejas, amantes, perros fifís, mansiones, yates, aviones, joyas, cuando ya nos hicimos todas las cirugías, cuando ya viajamos a los todos los rincones del planeta, le dimos un high-five al Dalai Lama, y seguimos sintiéndonos infelices? Ya no podemos echarla la culpa a que nos falta tal o cual cosa. Supongo que ése es el instante preciso en que la persona-que-lo-tiene-todo se da cuenta que el problema es él o ella en específico y no lo que creía desear. No es el mundo, es él en su interior. Pocas cosas deben ser más duras que aceptar eso y de allí la decisión de terminar con la propia vida. Qué triste. Descansen en paz.

Liliana Blum

Escritora. Autora de la novela Pandora, la novela breve Residuos de espanto, y de los libros de cuentos No me pases de largo, Yo sé cuando expira la leche, El libro perdido de Heinrich Böll, The Curse of Eve and Other Stories, Vidas de catálogo, ¿En qué se nos fue la mañana? y La maldición de Eva.

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