UN CAMBIO RADICAL

PARTE II

Por Elena Hernández

Agotada, exhausta, sin tiempo para hacer poco menos que nada, la casa, los hijos, el bebé, la pesadilla de cada tarde regañándolos por querer jugar en lugar de terminar tareas. Pasé de ser la madre estricta y comencé a relajarme bastante, al punto de decirle a cada uno: -es tu responsabilidad, tu sabes si haces tarea, si trabajas o no. Las calificaciones dejaron de importarme y entonces me desconecté por completo. 

Aclaro que tampoco era una mamá que les hiciera las tareas, aunque sí les ayudé una que otra vez, pero no andaba pidiendo tareas ni preguntando el material en los grupos del WhatsApp, es más, no estaba en los grupos de mamás de primaria. Siempre estuve al pendiente, revisaba sus cuadernos, inculcando responsabilidad y lo que yo creía que era disciplina, siempre fui de horarios, de organizar todo, de tener todo en orden y bajo control.

Un buen día hice una reflexión y pensé que debía confiar ciegamente en la institución, dejar de lleno el trabajo de enseñarles matemáticas, ciencias, inglés, etc, y que yo debía dedicarme completamente a ser “mamá”. Cocinarles un postre, crear el ambiente divertido y relajado cada tarde que era el tiempo que pasábamos juntos. Finalmente pagamos una colegiatura para que ellos aprendan allá, así que debería dejar de preocuparme. Si quieren jugar que jueguen, si vienen hartos de las clases y no quieren abrir el cuaderno, ni modo. Y así pasé de un estado de vivir encima de ellos exigiendo que “cumplieran” a otro totalmente opuesto de literal “me vale”.

Durante ese tiempo, sufría en silencio, por ponerlo en términos dramáticos. Había algo en mi interior que me decía que no podía ser tan descuidada con eso, que en realidad “no me vale”, que sí me preocupaba por qué mi segundo hijo no estaba interesado en hacer los trabajos y tareas, tal vez le parecían repetitivas, porque seguía aburrido y sin interés, se volvió desafiante. Luchaba con las ganas de reprenderlo por no cumplir, quería revisar sus cuadernos como antes para saber que todo estaba bien, que sí estaba aprendiendo, pero las calificaciones seguían igual, eran buenas.

Mi hija mayor cada vez tenía más tarea, a veces se sentaba a hacerla, otras veces no, había días que llegaba de academias casi a las 5 de la tarde, y le daban las 9 de la noche cuando terminaba sus proyectos. Me ponía triste, ella miraba desde la ventana a sus hermanos jugar, el de kínder que tenía muy poco trabajo, lo hacía rapidísimo y el de segundo que sabrá Dios si traía o no. Con 9 añitos, claro que ella quería estar allá afuera jugando, pero es más dócil y entones se resignaba a pasar la tarde entre sus libros y cuadernos. Pasé todo un ciclo escolar reflexionando ¿Qué es lo que quiero para mis hijos? ¿Qué es tan importante que aprendan en este momento? ¿Qué es inminente que sepan, que deban estudiar por largas horas y les impida ser niños y salir a jugar? Algo no terminaba de encajar en esta familia.

La infancia es una de las etapas del desarrollo humano y, en términos biológicos, comprende desde el momento del nacimiento hasta la entrada de la adolescencia. Numerosos estudios y artículos nos mencionan la importancia de esta etapa para maximizar nuestras habilidades y desarrollar las capacidades que nos convertirán en adultos emocionalmente sanos y preparados para enfrentar el mundo, aseguran.

Después de aventarme un clavado en diversas posturas sobre este tema, de algunos sicólogos, filósofos y pedagogos, desde Freud, Piaget, Gardner, y algunos más enfocados en la educación como Dewey, Montessori, John Holt, Ken Robinson, entre otros, (quienes ya de plano se salieron del sistema) noté que ninguno destaca la importancia de la educación académica y mucho menos sistematizada, cargada de datos, cifras, fechas, descripciones, conceptos y demás. En cambio, hacen énfasis en el juego, el desarrollo de destrezas físicas como correr y brincar, proponen que el niño debe ser expuesto al entorno natural para que explore, toque, apile bloques, piedras, construya y reconstruya, observe y cuestione, desarrolle su creatividad e inteligencia a partir de la experiencia y luego también de la concepción abstracta. Nada de esto sucede dentro de un aula con libros apilados llenos de datos infinitos para memorizar sin práctica ni experimentación que apoye en su totalidad la comprensión de esto, y ni hablemos de que casi nada representa los verdaderos intereses y curiosidades de los niños.

Mi cabeza explotó ¡BUM! Ahí estaba para mí la respuesta. Eso es lo que me hacía falta, pero no sabía que lo estaba buscando hasta que lo encontré. Esa sensación de tener en mis manos el cáliz de mi verdad, mi felicidad. Y justo aquí comenzó todo.

Pero ¿Qué pasó después? ¿Cómo escapé del sistema escolarizado? … te lo cuento en la tercera parte.

Elena Hernandez

Nací un soleado día de abril, hace casi 36 años, la mayor de una familia que parece común pero no lo es tanto, llena de personajes interesantes como seguro cada familia tiene los suyos. Arquitecta de profesión, madre de corazón y soñadora por convicción. Hoy dejo la puerta entreabierta para que te asomes un poco a mi mundo, mis vivencias, mis alegrías, mis penas, y descubras conmigo este pedacito de mí antes de que se esfume con el viento.

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