LAS MAMÁS TAMBIEN QUEREMOS TRABAJAR

Desde que me convertí en mamá, la pregunta ya no fue si podía o no chiflar y comer pinole. ¡Vaya que no! La pregunta fue cómo. ¿Cómo combinar tantas cosas que soy como mujer, sin perder el aliento o la esperanza? ¿Cómo lograr dar paso a esa emoción intensa de la maternidad -que lo embriaga y ensombrece todo- sin dejar de ser lo que soy, sin dejar de trabajar, de crear, de emprender, de mejorar?


Hace un año leí que, en promedio, una mujer está 53 minutos al día con sus hijos. Esto me marcó tanto que renuncié a un trabajo formal, bien remunerado, con un horario adecuado para una mamá (dicen). Me quedé con un trabajo de medio turno, en mi negocio propio, que me permite sentirme plena y que me apasiona, pero que me da un ingreso irregular, que no me da prestaciones, ni la seguridad de ser empleada.


Creía ingenuamente que ocho horas “extra”, al día, serían suficientes y resultan ser horas para un cuento, un dinosaurio o un castillo de Lego gigante. Son horas para mi hijo, quien, a veces, me acompaña a trabajar. Otras, quiere darle un trago al café que termino tomándome frío. Hay días que me deja concentrarme solo de diez de la noche a cinco de la mañana y, otros, en los que simplemente me ve de reojo y sigue explorando el mundo. Un bebé al que ya le tocó viajar siete horas para que su mamá dé una plática de una hora, pero que me acompaña feliz por el simple hecho de vernos por el retrovisor y hacernos gestos.


Desde que nació Chuy Carlos, he descubierto lo difícil que resulta ser mujer: estudiar, trabajar, tomar el café con mis amigas, ver al de sistemas que está trabajando mi página web, ir al banco, devolver las películas rentadas, sacar la ropa de la secadora, anunciar un curso. No hablemos de leer o dormir. Mi tiempo ha cambiado. Lo cierto es que he hecho mucho y que no podría hacerlo sin esas otras mujeres que me han sostenido. Están Paty, Mary, Bere, Vanessa, Bety, Gaby. Ellas son amigas, compañeras, tías. Están Avelina y Lety, sus abuelas. Son quienes le han dado la mano, lo han bajado, lo han cargado, le han pasado el vaso, lo han dormido, han dormido con él, para que yo pueda trabajar, descansar o divertirme.


Resulta ser parte de la femineidad y de la maternidad, ambas cualidades entrañables con las que debemos sentirnos afortunadas. Somos mujeres por y gracias a otras mujeres. Amo repetir la frase que dice: no se nace, se deviene mujer. Agreguemos: se deviene mujer en compañía. Andando, chiflando, comiendo pinole… y con un pequeño en brazos.


Por
LILIANA CONTRERAS
octubre 16, 2016

Liliana Contreras

Psicóloga y Licenciada en letras españolas. Cuenta con un Máster en Neuropsicología y una Maestría en Planeación. Se dedica a la atención de niños con trastornos del desarrollo. Fundó el centro Kua’nu en 2012 y la Comunidad Educativa Alebrije en 2019. Ha publicado en la revista La Humildad Premiada, Historias de Entretén y Miento, La Gazeta de Saltillo, en los periódicos Vanguardia y Zócalo de Saltillo. Colaboró en el libro Cartografía a dos voces. Antología de poesía (Biblioteca Pape & IMC, 2017) y en el Recetario para mamá. Manual de estimulación en casa (Matatena, 2017). Publicó el libro Las aventuras del cuaderno rojo (IMCS, 2019), Brainstorm. Manual de intervención neuropsicológica infantil (Kuanu, 2019), Abuelas, madres, hijas (U. A. de C., 2022), Un viaje por cielo, mar y tierra. Aprender a leer y escribir en un viaje por México (Kuanu, 2022) y, actualmente, escribe para la revista NES, en la edición impresa y digital.

1 Comment

  1. Responder

    Maribel Medellín

    octubre 21, 2016

    Excelente artículo y más que identificada con el mismo. Somos mujeres multitask, nos tocó vivir muy apresurada la vida, pero llegar a casa después de la jornada de trabajo y que te reciban unos brazitos llenos de amor, no tiene precio.

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