MAMÁ JUEGA CON LAS PALABRAS

De niña inventaba historias con mis animales de peluche y leía cuanto libro caía en mis manos. Nunca jugué a ser mamá: alimentar con papilla imaginaria a un bebé de plástico o cambiar pañales llenos de caca invisible nunca fue mi idea de diversión. En la preparatoria comencé a escribir cuentos. Durante esos años obtuve algunos premios y mi primera publicación. En mis planes nunca estuvo casarme o tener hijos: quería ser escritora.

Pero la vida, ya se sabe, tiene estilo para cambiar las cosas a su antojo. Me casé y un día sentí la necesidad de ser madre. Nació mi hijo mayor y cuatro años después, mi beba. Aunque la literatura llegó antes a mi vida que los hijos, estos se volvieron prioridad.

Si bien no soy la mejor ama de casa (ni está entre mis ambiciones), cuidar de mis hijos sí lo ha sido. Nunca quise ayuda, a menos que viniera de su papá. No tuve hijos para que los criara alguien más. Creo que bañar al hijo, preparar su comida, pasear y jugar con él, llevarlo a la escuela, ayudarlo con las tareas, curarle las heridas, contestar sus preguntas, escuchar su incesante bla bla blá, ponerle la pijama y meterlo a la cama, es lo que forja la relación madre-hijo.

Sin embargo, desde que nacieron hasta la fecha, no he dejado de quejarme por no tener tiempo para escribir. ¿Podría ser que secretamente odio hacer de comer? ¿Odiaré ser madre? Peor: ¿seré mala madre sólo por hacerme estas preguntas? Son cosas difíciles de considerar. Estoy orgullosa de ser mamá y amo a mis hijos: tanto que los miro y me brotan corazones por todos lados, estoy segura de que son los jóvenes más inteligentes y hermosos de todo el mundo. Cambiaron mi vida por completo: antes yo era más egoísta y cobarde. Creo con firmeza que ser madre me ha vuelto más lista, práctica e incluso interesante. Con todo, soy una persona profundamente no-libre.

Confieso que he llegado a pensar que odio mi vida o que me arrepiento de las decisiones que me llevaron hasta aquí, sobre todo cuando mis hijos eran más pequeños. Creo que en realidad deseaba expresar que me sentía sobrepasada por todo. Ser madre no es fácil. Y no es que pasar tiempo con ellos sea lo peor: si bien había malos días, por lo regular era placentero, ir a la tienda, al parque, jugar juntos, leerles cuentos. Los niños chicos suelen ser adorables, además, hacen cosas por primera vez, te derriten el corazón varias veces al día. Mi problema era que si estaba con los hijos no podía escribir. Y si escribía, no podía dedicarles tiempo.

El eterno conflicto entre el egoísmo del artista y la abnegación de una madre.

Por
LILIANA BLUM

Liliana Blum

Escritora. Autora de la novela Pandora, la novela breve Residuos de espanto, y de los libros de cuentos No me pases de largo, Yo sé cuando expira la leche, El libro perdido de Heinrich Böll, The Curse of Eve and Other Stories, Vidas de catálogo, ¿En qué se nos fue la mañana? y La maldición de Eva.

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