Del miedo a la culpa

Vivir sin tener miedo a quiénes somos realmente, porque somos perfectas, así como somos.

Por Valeria González

En el artículo anterior traté el tema de la necedad de ser infelices al no desapegarnos del resultado de cualquier situación. Quiero la felicidad a mi manera, cuando se cumplan determinadas circunstancias que yo considero indispensables para que ahora sí, pueda ser feliz (si pueden léanlo). Es una locura, le doy poder a los factores externos y son ellos los que pienso me impiden ser feliz, me hacen sentir de determinada manera y cuando lo que siento no concuerda con los resultados que yo esperaba, inmediatamente mi dedo anular apunta hacia algo o alguien como responsable de mi situación. Así me olvido por completo de mi responsabilidad de elección, y me pongo en situación de víctima. ¡La culpa de todo la tiene esto! Y a este juego de locura jugamos todos, no importa que tan independiente me sienta, si culpo a alguien o algo, me estoy poniendo en la victimez. Aunque yo, en mi consiente me considere una persona fuerte y madura para el imparcial inconsciente, el hecho de ser víctima conlleva, vulnerabilidad, indefensión y cuando es muy recurrente siembra la depresión.

Un aspecto más profundo del no juicio es, además de no juzgar al “otro”, no juzgar las situaciones que se me presentan, si juzgo una experiencia dolorosa como “mala”, alguien tiene que ser culpable, alguien tiene que estar equivocado o ser malo y nuevamente me atrapo en el ego al sentirme víctima o ver victimarios en los demás, me separo. Al ego le encanta el epecialismo, le atrae demasiado el sentirse especial ya sea como especialmente bueno o especialmente malo, el ego busca diferenciarme del “otro”. Si confío plenamente en que todo está como debe de estar, no juzgo ninguna experiencia o relación.

La culpa tiene un gran atractivo para el ego. Estoy atada a este círculo vicioso de encontrar culpables a los demás de las experiencias que juzgo malas. Me vuelvo víctima de este mundo, exijo castigo del “otro” pero también me autocastigo con más miedo. Más barreras que me impiden ver la luz dentro de mí y la luz en el “otro”.

¿Cómo puedo decir que confío en que todo está como debe de estar si siento que de alguna manera alguien debería haber hecho otra cosa o yo debería haber dicho o hecho algo totalmente diferente en una situación? Nadie gana con la culpabilidad, nadie.

Puede ser que aparentemente me sienta mejor al dejar a un lado mi responsabilidad de elegir cómo ver determinada situación y culpe a otros por cómo me siento, pero el precio es enorme. Pierdo mi libertad, me desempodero y todo por el miedo a soltar el control. Si me desapego del resultado de cualquier situación y sólo me comprometo a estar en paz independientemente del resultado, no hay forma en que la culpa se infiltre en mi sistema de pensamiento.

Uno de los miedos más grandes es no ser, el no ser suficientemente buena, no ser importante, adecuada, exitosa, no ser feliz a mi manera, no ser hermosa, no ser abundante… en fin. Y ciertamente sería terrorífico si yo me limitara a lo que aparento ser en este mundo, y como el miedo es tan grande tengo que proyectar la culpa del no ser en el “otro”, el otro es el egoísta, el otro es el desconsiderado, el otro es el miserable, el otro es el fracasado, el otro es el mezquino, el otro es todos mis miedos a los que temo encontrar si me veo en el espejo, y así me sigo considerando víctima de este mundo cruel y sedo todo mi poder por miedo. Porque me identifico con el ego, con el personaje que creo ser, creo que ese personaje es mi identidad y nada más alejado de la verdad. Ciertamente el personaje puede representarse como insuficiente para este mundo, pero es solo el personaje. Es como si un actor que representa obras de teatro por la noche en Broadway se olvidara de quién es en su vida diaria y se convirtiera en el personaje, todo el mundo diría que se ha vuelto loco. ¡Esa es la locura que vivimos!

¿Qué soy realmente? Si me aquieto y escucho, la respuesta llega. Soy un perfecto hijo de Dios y lo perfecto no puede volverse imperfecto. ¡YA SOY! Y cuando de verdad lo siento, se elimina el miedo al no ser, ya no hay culpa, ¿cómo para qué?

Ese es el verdadero perdón, un perdón donde no es que yo sea “muy linda” y te perdono, porque ahí caigo en la trampa del ego de sepárame de la unidad al creerme especial, especialmente linda por perdonarte, porque eres culpable e hiciste algo “malo”. Es más bien un perdón donde comprendo y acepto quién soy, que todo está como debe de estar y que lo único que necesito hacer es poner ese grano de voluntad para mantenerme en paz independientemente de lo que aparentemente sucede en el mundo, mantenerme con una visión completamente amorosa incondicionalmente, soltar el juicio porque ¡no se! y confiar que todo lo que me sucede me trae solo amor. Me veo inocente y veo inocente al “otro” porque veo más allá del personaje, veo su ser completo, perfecto y amoroso y entre más vea al “otro” de esta manera, más me veré a mí misma de igual forma. Lograr hacer esto es como soltar una piedra de toneladas sobre la espalda, me regresa el gozo y la salud.

Valeria Gonzalez

Valeria González, esposa y mamá de una niña y un niño. Estudió Ciencias de la Comunicación, aunque profesionalmente se ha dedicado a la industria restaurantera. Actualmente se siente feliz siendo ama de casa ya que solo dedica unas horas a la semana a los restaurantes. Inicia su búsqueda o madurez espiritual con Yoga kundalini y más tarde y desde hace casi 4 años con Un Curso de Milagros y ahí dejo de buscar más no de aprender.

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