Vivir con el pecho abierto al mundo

Con frecuencia oímos que “infancia es destino”. Esto no es verdad.

Por Dona Wiseman

 

Cuando nacemos traemos ya instalado un temperamento. Partiendo de este temperamento y en reacción a la vida que se presenta en torno a nosotros, determinamos mecanismos de defensa que, poco a poco, van formando y constituyendo nuestra personalidad. Nuestra personalidad es, entonces, un conjunto de mecanismos de defensa, un disfraz, una manera de presentarnos ante (defendernos del) el mundo. Vivimos con mamá y papá y más familiares. Vivimos en una cultura, en un momento histórico. Esto también influye en la manera en que conformamos nuestra personalidad (que también se llama ego).

Con frecuencia oímos que “infancia es destino”. Esto no es verdad. Primeramente la infancia, junto con el temperamento, la cultura, la familia, el momento histórico y otros factores influyen en la formación de la personalidad (o bien lo que algunos nombran “el destino”, por aquello de que hay quienes dicen que somos quienes somos por todo lo que nos ha pasado). La verdad es que nuestra manera de vivir cada experiencia de la vida es otro factor – el factor más importante – en la formación de nuestra personalidad (del “cómo somos”).

Vuelvo a mi tema. Esta personalidad que formamos es un disfraz que tiene como intención protegernos y escondernos de los peligros de la vida. Presenta un conjunto de comportamientos y actitudes “socialmente aceptados” que nos dan la ilusión de ser aceptadas y estimadas. Es lo que deseamos y permitimos que la sociedad vea. Pero ¿quiénes somos en realidad?

Hay una frase que dice que nuestro trabajo de vida es recordar quiénes éramos antes de que nos dijeran quiénes deberíamos ser. Yo diría que el trabajo es recordar quiénes somos y vivir de manera auténtica. Ser quienes realmente somos implica el riesgo de ser vistas por otras personas sin portar la máscara social que hemos diseñado para hacernos más aceptables.

Debo mencionar que esta máscara no nos hace más aceptables. Nos hace falsas. Vivimos la vida diciendo “sí” cuando es “no” y viceversa. Vivimos poniéndonos ropa que nos incomoda, comiendo comida que no nos gusta, asistiendo a eventos que nos son incómodos, juntándonos con personas que no nos aportan gran cosa en la vida, escuchamos música que no nos agrada, leemos libros que “debemos” leer, vemos películas de moda y tenemos las opiniones que debemos tener. Aclaro que en momentos haremos algo que no nos agrada tanto por tal de acompañar a otra persona u otras personas en algo que les gusta cuando deseamos estar y compartir con ellos, sin fingir que son cosas que nos agradan, teniendo claro que lo hacemos para compartir con otros.

Vivir siendo quienes realmente somos es un riesgo. Exige valor. Arriesgamos a cada momento el rechazo, que a algún otro no le parezca nuestra manera de ser. Hay peligro constante de que algunas personas se alejen de nosotras. Y eso sucederá. Se alejarán las personas que estaban con nosotras por las personas que fingimos ser. Dicho así parece que eso sería una ganancia y no una pérdida, aunque siempre lo sentiremos como una pérdida. La ganancia es cuando nos encontramos con personas que nos aceptan y quienes nos aportan y nos apoyan. Hace días una paciente me comentaba que no sabía si seguir o no con un grupo de amigas. Varias de las mujeres en el grupo le habían hecho daño. Pero eran muchas más las que pertenecen a ese grupo. Le pregunté lo que les (y me) pregunto ahora. ¿Te suman, te aportan? Si la respuesta es sí, qué bueno, adelante. Si no, quizás tendremos que reconsiderar y valientemente alejarnos de ciertos lugares y personas para refugiarnos en nuestra propia verdad y autenticidad. ¿Le entramos?

septiembre 18, 2017
septiembre 18, 2017

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

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