Cuando nadie ve

Por Alex Campos

 

Se me ha hecho ya todo un ritual, buscar la madrugada, cuando sólo se escucha el ruido de los grillos en el jardín y mi esposo se ha marchado ya a trabajar.

Busco los primeros minutos del día, consciente de que esos primeros instantes son la oportunidad perfecta para respirar profundo, escuchar mis pensamientos y hacer las paces con mis dudas, mis miedos y hasta con mi lista de lo que no he hecho y debo hacer.

Ese primer minuto del día en el que abro los ojos, respiro profundo y pienso “estoy viva”, antes que cualquier otro pensamiento quiera cruzar mi mente, digo… “GRACIAS”, con millones de razones por los cuales mi corazón se siente agradecido. He descubierto que si mi primer pensamiento, sentir y motivo al comienzo del día es la gratitud, mi cuerpo y mi alma se fusionan y me dan gasolina para echar a andar.

No enciendo ni una sola luz, no hago ruido, es toda una misión lograr que mis pequeños no se despierten y comience el día sólo embestida en mi papel de “mamá”.

Esos primeros minutos, cuando nadie ve somos sólo yo y mi alma hablando, pensando, respirando, encontrándonos. En medio de la obscuridad que envuelve la mañana, me siento en la cama de mi cuarto, tomo el primer sorbo de café que me sabe a gloria, mirando a la ventana, intentado no voltear hacia el reloj que me persigue siempre con afán, a veces siento que sin ton ni son le he declarado la guerra al reloj y se convierte en el más voraz contrincante.

Cuando nadie ve, me pongo mi vieja armadura para librar la guerra más difícil con mi mente cuando quiere controlarme y entonces mis miedos, mis dudas, mis heridas se ven como gigantes queriendo atraparme, esos gigantones aparecen de vez en cuando y quieren controlarme, quitarme mi paz, robarme mis sueños, destruir mi fe y quitarme la llave mágica que tengo de la gratitud y así servirles a ellos, preguntarles por cada decisión que quiera tomar, cambiar mis sueños por su opinión.

Pero esos primeros minutos, a obscuras en mi cuarto, con mi taza de café y nada más que una sonrisa en mi rostro porque me regalan otro día para vivir, me hacen más fuerte que esos pensamientos negativos que pueden ser nuestros más grandes enemigos.

Mientras más adulta me hago más fuerte es la batalla, pero más fuerte es mi capacidad de vencerlos. He de decir que quizá hasta disfruto correr de mi mente a ese trío que quiere hacer de las suyas conmigo: miedos, dudas, heridas.

No estoy hecha de mis errores, estoy siendo moldeada por cada aprendizaje de dichos errores, no tengo que ser perfecta, pero si debo buscar mi mejor versión reconociendo cada imperfecto que me hace ser yo.

Mis heridas de lo vivido no me encarcelan en la autocompasión, sino me obligan a ser más fuerte de espíritu y saber perdonarme y perdonar a los que me han lastimado.

Mis miedos no me limitan, sólo me alertan, y en cada decisión, experiencia y reto me ando con cuidado.

Es por eso que busco esos primeros minutos de la mañana para estar sola, para respirar, meditar, para que no me agarren desprevenida esos sentimientos. Los combato a primera hora del día cuando aparecen, estoy alerta, disfrutando de que me impulsen a mejorar mi esencia, pues así, cada que nos volvemos a encontrar los envío lejos, no sin antes advertirles que yo no soy su presa.

Ya está saliendo el sol y desde mi ventana puedo disfrutar del hermoso espectáculo del que todos los días nos toca ser parte, no importa qué, no importa dónde, sólo importa que estoy viva, me tengo a mi y eso es más fuerte que todo.

Mi gratitud por ser parte del reparto del espectáculo de la vida me da gasolina.

 

¡Buenos días!

Alex Campos

Lic. en Comunicación por la Universidad Del Valle de México. Conductora en diferentes facetas, actualmente presentadora de noticias. Apasionada de la escritura y enamorada del arte de ser mamá. Mamá de Samantha, José Antonio y Rafael.

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