Una escuela nueva

Por Liliana Contreras Reyes

Hace casi cuatro años, escribí acerca de las decisiones que como madres tomamos cada día. En mi caso, tuve que decidir no ser una mamá que sale a la calle, en pro de la lactancia materna, porque solo amamanté cuatro y dos meses. No soy “mamá canguro”, porque no usé fular y apenas estrené mi cangurera. Con Chuy Carlos, no hubo colecho, porque desde el primer día durmió en su cuna; con Nicolás, al contrario, lo hemos dejado en la cama por casi dos años, porque no aceptó ni la cuna, ni el moisés ni la cama individual.

Conforme mis hijos han crecido, las decisiones han sido más complejas. ¿Lo dejo ver tele, Tablet o celular? ¿Esa música es apropiada para su edad? ¿Lo mando a la escuela a cero grados? ¿Clases extracurriculares? ¿Dormirse a las ocho, a las nueve a las diez? ¿Los dejo ir a dormir con sus abuelos? ¿Niñera en casa o no lo dejo con alguien más?

Decidimos un cambio de escuela. Sin darme cuenta, elegí (yo, porque yo convencí a mi esposo) la mejor escuela a mi parecer: sistema de inmersión en el inglés y estimulación auditiva de francés, metodología constructivista con un aula Montessori (por ciertas horas a la semana), intenciones inclusivas, un edificio enorme y hermoso, ubicación a cinco minutos de la casa, grupos “pequeños”. En resumen, el paquete ideal y completo para una mamá que, encima de todo, se dedica a algo relacionado con la educación.

Con frecuencia, los papás de los niños con los que trabajo me preguntan: ¿cuál escuela nos recomiendas? Me cuesta trabajo porque sé que es una cuestión distinta para cada niño, por su carácter, sus intereses, las habilidades que tiene, el desarrollo de su personalidad, los apoyos y nivel de empatía con otros. A veces, hasta de la relación entre padres y maestros. ¡Son tantas cosas las implicadas en esa pregunta! Irónicamente, dejé de ver a mi propio hijo.

Por casualidad, me encontré con una escuela más orientada a la naturaleza que, en lo personal, me encanta, pero que, por la distancia o por el prejuicio hacia las escuelas que no se promocionan como bilingües, habíamos descartado. Hablé con mi esposo de la posibilidad de cambiarnos y, no muy convencido, aceptó que fuéramos a conocer y pedir información.

Cuando le dije a ChuyCarlos que si quería cambiarse de escuela, para nuestra sorpresa, gritó emocionado: ¡Sí! ¡Una escuela nueva! No la conocía ni sabía de qué le hablaba, pero lo que nos quedó claro era que no estaba totalmente feliz. Yo tenía miedo del cambio: ¿y sus amigos? Lleva tres años en la misma rutina y, aunque no será un cambio abrupto, creí importante ir “preparando el terreno”.

Habían pasado seis meses desde el inicio del ciclo pasado y ChuyCarlos no despertaba emocionado por ir a clases. Cuando le preguntaba por sus amigos, mencionaba a más de un compañero de cuando estaba en prematernal (dos años entes). Un día, una de sus maestras me dijo que sabía muy bien los números en inglés (cosa que nosotros ni en cuenta); otro día, le dieron un premio por decir los números en francés. Cuando se los pregunté me dijo: “ya no me acuerdo”. Aunque sabía que no era cierto, no insistí porque lo vi un poco abrumado.

En este momento recuerdo un año en que mis papás me metieron a un colegio bilingüe. Yo era una buena alumna. Aun así, me sentía tan rebasada por el nivel de exigencia que, un día, me oriné sobre mi silla y todos mis libros quedaron manchados. Tenía pánico de pedirle permiso a la maestra para ir al baño. Me regresaron a la escuela pública en la que terminé la primaria.

Volviendo a mi hijo, fuimos a la escuela nueva. En la dirección, están las fotos de los niños de generaciones pasadas, con un  perro. Chuy Carlos lo ve y le pregunta a la recepcionista que dónde está el perro. Vamos al área de preescolar y no hay juegos de exterior, hay un enorme jardín con árboles. Los niños de su edad están en círculo y lo saludan, dándose vuelta para verlo pasar. Para cuando salimos del salón, ya iba de la mano de la coordinadora y él mismo le preguntaba sobre lo que veía. Hay alberca y un huerto. ¡Le encanta estar en la tierra! Conoció a Tizoc y se emocionó de que en la escuela pudieran tener una mascota.

Cuando salimos, tanto él como yo estábamos convencidos de que, probablemente, esa escuela era para él. No sé si sea la escuela adecuada para Nicolás, pero, por ahora, mi hijo de cuatro años me ha vuelto a dar una enorme lección: lo que él necesita no es lo que yo creo.

Después de los primeros cuatro meses en la nueva escuela, cada día nos enseña lo que va aprendiendo; apenas se sube al carro, ya va sacando su cuaderno de la tarea; nos hace cantar el “rap de la bendición” antes de comer; le enseña a su hermano las palabras que aprende en inglés; estuvo feliz el día que sus abuelas, su papá y su hermano, lo acompañaron a llevar el almuerzo; una noche me preguntó de dónde venimos los humanos; le puso precio a todos los objetos de la casa en post it, escribiendo los números como él los ha entendido; en estos días de vacaciones me preguntó por qué no nos mareamos si la Tierra está dando vueltas; trae un cuaderno para todos lados, en donde me pide que le escriba palabras que él quiere aprender a escribir. Lo que quiero decir es que está entusiasmado por aprender y que, aunque desde mi perspectiva es una escuela más estructurada y con un nivel de exigencia mayor que la anterior, para él ha sido la ideal.

¿La lección? Si somos felices podemos ser más libres y más “nosotros mismos”. Amo a mi hijo y quiero que sea él mismo, no que lo cambien, ni que le dé miedo decir lo que sabe o preguntar lo que le interesa. Tengo fe en él y espero que este pequeño cambio dé espacio para que aflore todo su potencial. 

enero 6, 2020

Liliana Contreras

Psicóloga y Licenciada en letras españolas. Cuenta con un Máster en Neuropsicología y una Maestría en Planeación. Se dedica a la atención de niños con trastornos del desarrollo. Fundó el centro Kua’nu en 2012 y la Comunidad Educativa Alebrije en 2019. Ha publicado en la revista La Humildad Premiada, Historias de Entretén y Miento, La Gazeta de Saltillo, en los periódicos Vanguardia y Zócalo de Saltillo. Colaboró en el libro Cartografía a dos voces. Antología de poesía (Biblioteca Pape & IMC, 2017) y en el Recetario para mamá. Manual de estimulación en casa (Matatena, 2017). Publicó el libro Las aventuras del cuaderno rojo (IMCS, 2019), Brainstorm. Manual de intervención neuropsicológica infantil (Kuanu, 2019), Abuelas, madres, hijas (U. A. de C., 2022), Un viaje por cielo, mar y tierra. Aprender a leer y escribir en un viaje por México (Kuanu, 2022) y, actualmente, escribe para la revista NES, en la edición impresa y digital.

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