Por Dona Wiseman
Fui madre por primera vez hace 39 años. A pesar de no estar de moda el porteo ni los fulares, mi niña se pasó mucho tiempo de su primera infancia en un aparato tipo mochila con armazón que yo cargaba en la espalda. Caminando, en transporte público, dando clases. Mi hija me acompañó. Nunca me sentí muy limitada por tener hijos, ni siquiera cuando ya eran cuatro. Conté con la ayuda de los abuelos paternos de mis hijos para ayudar en el cuidado de los cuatro y a cubrir horarios durante los cuales mi trabajo no me permitía estar con ellos. Estoy muy agradecida y me siento muy bendecida al haber podido contar con esta especie de “familia extendida”. No tenía ayuda en casa y no me acuerdo haber dicho, “El niño/la niña no me deja…”, para explicar el por qué no había hecho tal o cual cosa (de casa ni de trabajo, ni cosas que yo quería hacer). Más bien, hacía lo que podía, cuando podía, como podía.
Fui, y sigo siendo, una persona que aprende de la vida viviendo, lo cual significa que aprendí a ser madre siendo madre, o un desmadre. Leí al ahora satanizado Dr. Spock (no, Mr. Spock es otro), y no lo tomé muy en cuenta. Amamanté a cada uno de mis hijos durante el tiempo que me fue cómodo. Trabajé fuera de casa siempre. En una etapa mis cuatro hijos compartían una sola recámara (una cama individual, un juego de literas y una cuna). Compartieron la vida con un largo desfile de mascotas (perros, gatos, peces, cangrejos, una pata, varios cotorros, y una tarántula). Los episodios de vendoletas, puntadas, vómitos, diarreas, infecciones de riñón, anginas, sarampión, varicela, paperas, torceduras, golpes, parásitos y vacunas llenarían una enciclopedia. Fueron a maternal lo más pronto posible. Caminaron descalzos. Cavaron hoyos en el jardín para hacer albercas. Treparon árboles. Exploraron el arroyo que corría al oriente de la colonia. Construyeron casitas en los árboles y en el jardín enfrente de la casa. Patinaron. Nadaron (algunos a la fuerza). Viajaron desde pequeños en coches y en avión. Participaron en gimnasia olímpica, futbol, basquetbol, atletismo, futbol americano, tochito y danza folklórica.
La economía nunca fue muy buena, y ahora que hago esta lista no entiendo cómo fue que la vida pudo ser tan llena. Tuvieron hermanos prestados (amigos que vivieron por temporadas más o menos largas en casa o bien pasaron mucho tiempo como parte de la familia). Sobrevivieron y ahora son adultos exitosos.
Diversidad en la maternidad
Mi punto con todo esto es que no hay una sola manera de ser mamá. Cada una hemos tenido nuestro estilo. En ocasiones observo que las mamás (no sólo ahora sino siempre) se aplican una larga lista de obligaciones y actividades que son vistas en su momento histórico como la medida de qué es una buena mamá. La lista incluye desde el momento de la concepción (o las circunstancias que la rodean), el cuidado durante la gestación, el parto mismo, la lactancia, el tiempo que está la mamá con el bebé, el rol del papá en la crianza y la familia, la decoración y la funcionalidad de la casa, el tipo de ropa y pañales que usará el bebé, los muebles, el porteo, la estimulación temprana, las clases y otras actividades sociales para mamás con sus bebés, la escuela, la comida… La lista no tiene fin.
Mi madre era una mamá muy distinta a mí, mi hija mayor es más similar a ella que a mí en tantas cosas. Mi hija es precisa de la misma forma en que mi madre era precisa. Eso significa que ella
siguió al pie de la letra las indicaciones sociales y médicas de su momento. Yo nací en 1956. En ese tiempo la ciencia médica recomendaba: que el cigarro era un buen relajante, que la leche materna no era necesaria ya que había productos nuevos para que las mamás no tuvieran que pasar por esa incomodidad, que un bebé tendría que aprender a seguir un horario establecido, y que si el bebé no estaba sucio ni orinado, ya había comido y seguía llorando lo más recomendable era dejarlo llorar y pronto se dormiría. También a eso sobrevivimos (algunos con daños pulmonares porque nuestras madres fumaron antes, durante y después del embarazo).
Escogiendo nuestra propia identidad como madres
La relación que tenemos con nuestra madre es la relación más importante que tenemos y todas nuestras relaciones posteriores están basadas en la manera en que nosotros establecimos esa relación. ¡OJO! …en la manera en que NOSOTROS establecimos esa relación. Cada uno de nosotros, con el temperamento con el cual nacimos y los mecanismos de defensa que adquirimos, formamos esa relación. ¿A dónde voy con todo esto? He atendido a muchas mujeres, madres, en terapia y en algunas (o todas) noto el miedo a fallar. A equivocarnos como madres, como mujeres y como personas. No podemos fallar si somos íntegramente nosotras mismas. O ¿alguna de Uds., mamás, tiene malas intenciones para con sus hijos? No creo.
Es importante discernir nuestro propio estilo de ser madres. Es importante hacernos a nosotras mismas las preguntas y no entregar nuestro poder a las modas y la presión social. ¿Cuál es mi estilo? ¿Parto, porteo, lactancia, tiempo en casa, vida social, educación, familia, trabajo…? Si me falta información sobre las opciones y recomendaciones, busco, por supuesto. Pero, de todo lo que hay, yo escojo. Queremos que nuestros hijos sean libres, independientes, exitosos, plenos, satisfechos. Es importante que esas metas las trabajemos en nosotras mismas. No estoy segura si enseñamos por medio de nuestro ejemplo o no, quizás algunas personas aprenden así, pero por si sí… demos a nuestros hijos el ejemplo de independencia y poder de decisión que luego vamos a querer ver en ellos. Y de pasada, mamás, dejemos de torturarnos y medirnos con varas que son tan altas que jamás alcanzaremos. Estamos bien. Somos buenas mamás. No tenemos que ser más que lo que realmente somos. Confiemos en nosotras mismas. Inhalemos, exhalemos, y ¡va!