Mis hijos sacan la mejor versión de mí

la mejor version de mi

La versión mejor de nosotras se las entregamos a nuestros hijos siempre, sin titubear.

Por Alex Campos

 

Tal vez tú cómo yo, has utilizado esta frase un sin fin de veces y verdaderamente esa frase te ha salido del corazón, consciente y sincera.

Honestamente, en mi caso, nunca entendí el verdadero significado de dicha frase que me parecía un tanto trillada, hasta que me tocó a mí.  Hoy la siento, la vivo y la afirmo una y otra vez desde el día en que llegó a este mundo mi primer bebé.

Fue desde ese primer momento en que pude verla, tocarla, sentirla y olerla que supe que nunca volvería a ser la misma.

Vaya que ese momento es épico, ¡un ser creció dentro de mí!  Se alimentó, respiro, durmió… ¡vivió 9 meses dentro de mi cuerpo!

Y entrados los dichosos 9 meses, te diriges al hospital, sin saber muy bien qué pasará, pero emocionada por conocer al verdadero amor de tu vida.

Para mí, fue justo cuando me encontraba dentro del quirófano, acostada en una plancha, con una bata que no tapaba ni la mitad de mi cuerpo, una gorra en mi cabeza nada linda y por si eso fuera poco, perdiendo todo pudor ante los doctores, que comencé a sentir ese increíble y desbordante sentimiento inexplicable de las mamás. Preguntándome en primera instancia… ¿qué hice? Qué emoción, gracias Dios… pero, ¿QUÉ HICE?

Es decir, nadie me obligó a hacerlo, sólo era una opción, elegí ser mamá a pesar de que me aterrorizaba el alumbramiento, a pesar de que no tenía idea de lo que debía hacer con una diminuta personita a mi cargo y a pesar de que sabía que mi vida cambiaría por completo y vaya que mi vida me gustaba tal y como era… aun así, tomé en el juego la carta con el bebecito pintado.

Y es que, si lo dijéramos así, tal cual, sin romanticismos, ni palabras sutiles, todo lo que engloba el mundo de mamá podría sonar aterrador para algunas mujeres que no han enviado currículum para el trabajo más importante, difícil y hermoso del mundo.

Aunque así sea, puede más el deseo de explotar esa naturaleza que llevamos dentro.

Es después de las primeras horas que llegas a casa y te encuentras sola con tu bebe con un montón de pañales, toallitas húmedas, miles de aditamentos para bebe que no sabes ni cómo usar, pechos enormes y uno que otro dolorcito por aquí y por allá, que te das cuenta que no será una tarea fácil, pero aun así te resulta emocionante.

¡Ah! Y no podemos dejar a un lado esas ganas intensas y sin sentido de llorar, llorar de felicidad y emoción, de miedo y nervio, de agradecimiento y de duda. Esa duda de cómo cuidar a una cosita tan frágil que ahora depende de ti, esa duda, de si tienes “material de mamá “.

¡Qué locura tan más hermosa para la que nos hemos anotado!

Desde ahí comienza a hacer sentido, definitivamente mis hijos sacan lo mejor de mí.

Sin tener un instructivo nos adentramos a ese mundo, no importa cuántas horas dormimos, si ya comimos, si nos sentimos bien, incluso si sabemos cómo hacerlo… ahí nos encontramos con un corazón que dejó de ser nuestro desde los primeros minutos en que conocimos a nuestro pedacito. Es ahí cuando entendemos que se volvió un corazón más vulnerable, generoso y lleno de amor para ese ser que nada sabe de este mundo y que con solo mirarnos nos dice cuánto necesita de nosotros.

Entonces, las historias de familia resultan más conmovedoras que nunca, los pequeñitos jugando en los parques nos llaman la atención, las vocecitas chistosas y muy cursis nos salen muy bien, las canciones de cuna entran al repertorio, lanzamos sonrisas de complicidad a otras mamás y el amor y el respeto por nuestra propia madre toman un sentido diferente.

¡Claro que mis hijos sacan la mejor versión de mí!

Ellos hacen que me levante de la cama, aunque no lo quiera, ya sea porque tienen hambre, los más pequeños necesitan cambio de pañal o simplemente porque necesitan saber que mamá está cerca.

Me hacen reír todo el tiempo, desde el más pequeño hasta la mayor, con tan solo esbozar una sonrisa o con semejantes ocurrencias llenas de inocencia y alegría por la vida.

Me prueban sin piedad, constantemente ponen mi paciencia al límite, explotan mi creatividad, en la cocina, en el juego, a la hora de dormir… en todo momento.

Me observan detenidamente sin que yo me dé cuenta, y de pronto los sorprendo repitiendo algo que dije, haciendo un gesto igual al mío y que heredé de alguno de mis padres, o eligiendo algún platillo favorito que resulta ser también el mío.

Por tal motivo, hago malabares para dar “mi mejor versión”, porque ellos todo hacen igual a mamá, aunque a veces resulte una tarea muy difícil.

Y tengo que decirlo, lo que más me reta como mamá es amarlos sin esperar nada a cambio, ¿lo has pensado?

Pues intenta explicarle a un niño que mamá no puede jugar porque se siente cansada, o que mamá necesita que no la despierten en la madrugada para servicio asistido al baño, refill de vasos de agua o chequeos de rutina.

¡Ah! Y si queremos ponernos más dramáticas, nadie nos regresa el tiempo que invertimos, la profesión que dejamos para dedicarnos a ellos, la figura que teníamos, la energía con la que educamos y que al final del día nos hace sentirnos exhaustas deseando echarnos un clavado en pico hacia la cama.

Pero al final del día, amamos lo que hacemos, damos la vida por esos pequeños jefecitos en mameluco y no sabríamos vivir ya sin ellos, ¿cierto?

Cómo vivir sin esa extensión de mí, que hace mi vida una más linda.

Entonces, no me cabe la menor duda, a ellos, sin titubear les entrego la versión HD, la recargada… la mejor versión de mí.

 

Alex Campos

Lic. en Comunicación por la Universidad Del Valle de México. Conductora en diferentes facetas, actualmente presentadora de noticias. Apasionada de la escritura y enamorada del arte de ser mamá. Mamá de Samantha, José Antonio y Rafael.

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