Espejito, espejito

Por Dona Wiseman

En estos días he sentido un hartazgo muy particular.  Estoy harta de mí.  Sí, así es.  Miro a mi alrededor y oigo y leo insultos, agravios, quejas, menosprecios, devaluaciones, críticas, juicios.  Y por otro lado gente que se defiende de todo eso, usando todo eso, o bien declarando que ellos tienen derecho de ser o pensar o actuar a su manera, y que nadie tiene porque meterse con ellos, pero que además tienen derecho a tener su opinión y expresarla de cualquier manera nefasta que les inspire.  Y, “a buen entendedor, pocas palabras”, ya les expliqué porque estoy harta de mí.  Dicho en forma extremadamente resumida, me quejo de los quejones.  Y, si me dan un ratito, me puedo quejar de un montón de otras cosas.  

He hecho un ejercicio consciente (más quizá no suficientemente constante) de darme cuenta cuando me estoy burlando, enjuiciando, criticando y mensopreciando (en el error de dedo va mi verdad) a otros.  Soy implacable.  Pero también muy sensible.  Entonces al hacer un giro terapéutico simple, y voltear el espejo para verme reflejada en él y en los demás, me percato de que así me trato yo.  Así de implacable soy conmigo.  ¿Será por eso que no soporto que otro lo haga? ¿Será que conmigo misma me basta y me sobra?  Ese es un escenario.

Otro cuestionamiento es:  si yo insisto, con toda la razón, que yo tengo derecho a expresar lo que pienso, siento y deseo, ¿ cómo es que no tolero que otro lo haga?  ¿Cómo es que una opinión contradictoria a la mía me cause repugnancia en vez de curiosidad?  Ah, seguramente creo que sé todo y que soy dueña de la verdad absoluta.  Bien.  He probado lo siguiente y no me he muerto, ni desviado, ni contaminado, ni echado a perder, ni percudido, ni nada por el estilo.  Cuando alguien expresa algo con lo cual considero no estar de acuerdo, le pido que me comente y me explique sus razones.  ¡Pero, Dona!  ¿Cómo puedes considerar que esos estúpidos tienen razones?  Yo tengo razones.  Hay personas que no están de acuerdo conmigo.  Sigo con mis razones.  Pues sí, tienen.  ¡Pero, Dona!  ¡Si dejas que te expliquen te vas a convencer!  ¡Si hablas con ellos eres de ese bando!  ¡No podremos juntarte ya!  Hmmmm…ya entiendo.    

Yo sí quiero escuchar.  Ahora sí, después de mucho mirarme en el espejo.  Escuchar y aceptar que el otro tiene sus ideas, creencias y razones, no significa que estoy de acuerdo.  Hoy me miro en mi espejo y veo a alguien que sí quiere expresar lo que piensa y que quiere ser recibida en su pensar.  Eso no significa que espero convencer, ni que lo intentaré necesariamente.  Estoy harta de mí.  Estoy harta de no hablar si no es para convencer.  Estoy harta de hablar como si tuviera la única e insuperable razón.  Estoy harta de juzgar opiniones ajenas.  Estoy dispuesta a escuchar. Estoy dispuesta a arriesgarme a decirte cuando no estoy de acuerdo y a intentar expresar mis razones. No, aún no puedo prometer no juzgar (aún no logro no juzgarme yo misma), pero sí puedo ofrecer tomar en cuenta lo que dices.  Estoy dispuesta a hacer preguntas que me ayuden a entender, o, si va una botella de vino tinto de por medio, a entrar en una discusión deliciosa, de ésas que son como deporte.  Estoy dispuesta a cuestionar y a ser cuestionada.  Estoy dispuesta a mirarme en ti, en el espejo que tú eres para mí.  

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

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