NO ME SUELTES

Por Cristina Daza Buchholz

 

El lugar de los recién nacidos es en el pecho de su madre.  Voy de nuevo, el lugar de los recién nacidos es en el pecho de su madre.  Esta es una frase que repito incontables veces; tengo que hacerlo porque lo que nos han hecho creer es que los embracilamos, que dejamos que nos agarren la medida, que así los bebés nos manipulan, que hay que hacerlos independientes desde chiquitos y muchas más.

Se nos ha olvidado que somos mamíferos e indefensos al nacer pues por evolución y diseño de nuestro cuerpo los bebés humanos tienen que nacer meses antes de estar listos para poder pasar por el canal de parto.  Esto va mucho más allá de si tienes la pelvis estrecha o no, un argumento utilizado para promover cesáreas, porque en un parto fisiológico donde se le permita a la mamá libre movimiento las hormonas (en especial la relaxina) contribuyen al nacimiento del bebé.

Cuando el bebé está dentro de la barriga está en un lugar cálido, recibe nutrición a través del cordón umbilical por lo que nunca ha sentido hambre, la luz es tenue y hay sonidos constantes como el latido del corazón de su madre que lo arrullan.  Al nacer lo reciben luces, olores que no conoce (de hospital y otras personas), voces que no cesan de hablar, además que ya no flota ligeramente en el líquido amniótico y cuando estira sus extremidades ahora hay mucho espacio.

El bebé está desorientado. Este mundo es nuevo, no lo conoce.  Es por esto que su primera necesidad será la de contacto, de seguridad; y es su mamá, a quien sí conoce y reconoce, quien se la puede dar. Al colocar al recién nacido sobre el pecho de la madre le damos la oportunidad de reconocer su olor, cuando ella le habla reconoce su voz y cuando el bebé coloque su oído sobre el pecho materno quien fue su acompañante durante todos estos meses lo vuelve a arrullar, el corazón de su mamá.

Al estar sobre el pecho de la madre, especialmente cuando están piel con piel, el torax de la mamá regula la temperatura del bebé, su ritmo cardiaco y la respiración.  Esto reduce los niveles de estrés de la diada y promueve el apego pues en esa quietud y disfrute del contacto se elevan los niveles de oxitocina, la hormona del amor.  Este contacto y sentimientos de amor también contribuyen a la segregación de la prolactina que estimula la producción de leche materna para poder alimentar al bebé.

Esta necesidad de arrullo, de contacto, de alimento, de seguridad no desaparece, sino que con los años se va modificando. Hasta nosotros los adultos necesitamos un apapacho cuando pasamos un susto o estamos tristes entonces, ¿porque no se lo damos a los bebés cuando todo es nuevo para ellos?

 

Cristina Daza Buchholz

Venezolana y mamá de Max, quien con su llegada me transformó. México vio mi renacer y ahora mi profesión es acompañando mujeres y sus familias desde el embarazo. Creo fervientemente que el conocimiento es poder.

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