Por Lorena Hurtado
“Deja que tu mirada le muestre a los que te rodean que te importan, los quieres y los cuidas”
Tengo una perrita que se llama Marley, cuando estoy viendo un programa de televisión, se sienta justo frente a la pantalla, si la volteo a ver, entonces ella “me dice” qué necesita: salir al jardín para hacer pipí, que le sirva agua, croquetas o simplemente unas cuantas caricias.
Pero si no la volteo a ver, después de unos minutos… ¡desaparece!
Como cuando en la escuela el profesor lanzaba una pregunta al aire: si quería contestar, además de levantar la mano, lo miraba fijamente a los ojos para que me diera la oportunidad, pero si no sabía la respuesta bajaba la mirada, como si al no verlo, el tampoco me vería. Como cuando en un grupo de amigas evito ver a los ojos a aquella que sé que trae un problema, así me aseguro que no me lo cuente; como cuando el migrante pasa al lado de mi ventanilla del coche y yo volteo a ver mi celular para no darme cuenta que necesita una moneda.
Y es que hacer contacto visual con alguien implica un compromiso, es como preguntar: ¿hay algo que pueda hacer por ti? Y la verdad , ya con mis problemas tengo como para andar pensando en los demás.
Mi papá era un hombre de pocas palabras y más pocas muestras de cariño, cuando llegaba a casa después de su trabajo, se acercaba para ver si necesitaba ayuda con mi tarea de matemáticas y una vez resuelto el problema de razonamiento me retaba a “vernos” a los ojos, a ver quien aguantaba más tiempo sin parpadear, y después de 3 o 4 retas, el se paraba y se iba y yo me quedaba muy contenta con la sensación de ser alguien importante para él.
Y es que a veces solo necesitamos una mirada, así, sin palabras, sin prejuicios, sin complejos, que logre comunicar al “otro” lo valioso que es, que SI lo veo, que me importa, que me duele lo que le pasa, que me encantaría poder ayudarlo, cuando al acercarse me dice sin hablar, yo te veo, tú: ¿me ves?
