Nacimiento, duelo y lactancia

Por Clara F. Zapata Tarrés

Para mi amiga Sandra con todo mi amor.

Para Claudia, gracias por tu sabiduría…

En los últimos meses me he enfrentado a algunas experiencias de fallecimiento de bebés. Es un tema, sin duda, triste, pero que la mayor parte de las veces es demasiado discreto, silencioso y silenciado, por decir lo menos.

En general, las experiencias no son buenas. Todas recordaremos esa trágica escena de la película Roma dónde el bebé de Cleo fallece, se lo arrebatan prácticamente y probablemente ya no sabe ni qué pasó, ni que pasará y su experiencia es borrada. Desgraciadamente, he escuchado en mi trabajo en lactancia, algunas experiencias tanto de madres como de algunas enfermeras, narrativas en dónde la negación de la muerte se hace presente. En casi todos los casos, además de esta experiencia violenta sobre la despedida de este ser tan querido que vive en el vientre y muere allí o muere minutos después de nacer, el proceso de la lactancia es aún más silenciado. El protocolo básicamente es: vendar los pechos lo más apretado que se pueda, recetar cabergolina y listo! Caso cerrado.

Después del enojo, la desilusión, y un par de reproches y lágrimas por la impotencia que puede causar este “procedimiento” lleno de intervenciones unilaterales, empecé a reflexionar lo que puede significar la muerte tanto para la madre, pero también para el personal de salud que se enfrenta a esta situación trágica. Lo cierto es que no existe ningún manual, ninguna capacitación, ningún tipo de sensibilización al respecto y al ponernos en la piel de una enfermera o un médico, tal vez, la comprensión, la empatía y la reflexión pueden aparecer. La muerte se hace presente. No sabemos cómo afrontarla, nos pone tristes y en lugar de escuchar, mirar a los ojos y sentir, la negamos. Viene entonces todo ese protocolo. Sin embargo, los sentimientos y las emociones están ahí, se quedan en el corazón de los que participaron de esta experiencia. La madre, la familia y el personal médico no lo pudieron evitar y de vez en vez, aparece el recuerdo de eso que quisiéramos borrar.

Además de estas experiencias también he tenido la oportunidad de escuchar narrativas distintas, dónde la muerte es transformada desde el rito de paso, el ritual profundo e íntimo es rescatado para resignificar la experiencia. Es un rito dónde permanece la decisión y el deseo. Es la muerte de una bebé dentro del vientre dónde la madre decide cómo nacerá y dónde la música, el acompañamiento de la pareja y del hermano de la bebé participan juntos para permanecer como el recuerdo de la nostalgia aprendida. No se borra, no se olvida. Se afronta y se es consciente de lo que más tarde será la sanación y el respeto por la vida.

En estos casos el proceso de lactancia puede ser también muy simbólico. No se vendan los pechos, no se recetan medicamentos para “cortar” ese flujo que daría vida. Se puede extraer leche poco a poco para ir bajando la producción o incluso se puede decidir donar leche para otro bebé que la necesite en el mismo hospital y así crear un lazo transparente de vida, de vitalidad. Crear símbolos para el futuro o el mismo presente hacen que el dolor se transforme en amor y que resurja el impulso que resignificará la muerte de este ser tan querido.

El duelo es un paso necesario para poder sanar. El duelo es un proceso comunitario y el apoyo o acompañamiento sin interrupciones puede ser el camino; sin eliminar ni silenciar. En la serie New Amsterdam podemos ver la experiencia de un médico sensible a la muerte. Aquí el personaje, Max, acompaña a una madre con un embarazo de 28 semanas en dónde tiene que parir a su bebé que ya murió dentro del vientre. Es un evento desgarrador porque esa bebé no llora, no emite ningún sonido pero de todas maneras “hay que sacarla”. La madre no sabe si abrazar o olvidar. Y este médico sabe que a pesar de todos los esfuerzos que se hagan será imposible borrar la experiencia. Lo sabe en carne propia. Le lleva a su bebé en una cuna blanca, símbolo de pureza y amor; le da tiempo a la madre de poder decidir qué hará, cuida la puerta de la habitación para que nadie interrumpa ese tiempo suspendido en el aire; hasta que algunas horas o días después, ella decide asomarse entre las telas del moises y se anima a cargar a su bebé. El doctor le recuerda: no puedes despedirte de alguien si no lo has saludado primero. Y así, vemos la escena íntimamente simbólica en dónde la madre abraza a su bebé, le da la bienvenida, le canta, le habla y finalmente tiene la posibilidad de la despedida amorosa.

Es una experiencia durísima que marcará a cada madre y a su familia para siempre. Pero, sin duda alguna, el ritual hará de ella un camino simbólico que también marcará un destino autónomo,  donde la decisión personal y la certeza de la libertad harán de la experiencia una celebración sobre el valor de la vida.

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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