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Svetlana y la caracola

"Un año después de la catástrofe, alguien me preguntó: "Todos escriben. Y usted que vive aquí, en cambio, no lo hace. ¿Por qué?" Yo no sabía cómo escribir sobre esto...", S. Alexiévich.

Por Liliana Contreras Reyes

Fue una casualidad que, una semana antes del bombardeo de Rusia hacia Ucrania, comprara el libro Voces de Chernóbil. Crónica del futuro. Aunque el libro recoge los relatos de los pobladores de Bielorrusia (Rusia Blanca, en español), no pude evitar pensar que las personas que fueron víctimas de los recientes ataques sean las mismas que no han superado la catástrofe. El libro refleja las experiencias, emociones, incertidumbre, coraje, muerte y destrucción de los pobladores alrededor de la Central Eléctrica Atómica de Chernóbil que explotó el 26 de abril de 1986.

Han pasado casi cuarenta años del accidente y creo que todos tenemos una imagen clara de la zona afectada, de la que, incluso en la actualidad, surgen datos, animales deformes, enfermedades y sigue siendo un foco de riesgo para la vida, así como un recordatorio de lo que el ser humano es para el planeta.

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Leí Voces de Chernóbil a la orilla del mar. Fue en invierno y el agua helada me permitió disfrutar del hermoso paisaje, pensar, cribar la arena, encontrar cientos de rocas, conchas, caracolas (y sí, también colillas de cigarro, pedazos de papel, popotes). Mientras mis hijos corrían hacia el agua, escapaban de las olas, salvaban a algunos peces que el agua acarreaba a la orilla, me dediqué a juntarles todas esas piezas de calcio: circulares, triangulares, con perforaciones naturales, quebradizas, coloridas, opacas. Con ellas, armaban sus construcciones, largos caminos, torres y presas. Realmente apreciaban la belleza de cada una y encontraron la forma de entretenerse al clasificarlas de muchas formas: grandes y chicas, bonitas y feas, completas y quebradas, redondas y espirales.

Entre todas, encontramos la caracola perfecta: un espiral que nacía de lo alto y terminaba en una pequeña puerta, hogar y cofre. Sus paredes gruesas, porosas, sin tratamiento humano ni embellecimiento artificial. Cuando ChuyCarlos (mi hijo mayor) la tomó en sus manos, me dijo: ¡es mía! Le pregunté por qué y respondió que porque nadie más la había visto, que él había sido el primero.

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¿De qué se trata el libro? La autora se entrevista a sí misma y responde a esta pregunta diciendo que se trata de la “historia omitida”, acerca de “las huellas imperceptibles de nuestro paso por la tierra y por el tiempo”; recoge la “cotidianidad de los sentimientos, los pensamientos y las palabras” de personas comunes que han vivido lo extraordinario (p. 44).

Después de la catástrofe de Chernóbil, los habitantes de Bielorrusia, en su mayoría gente del campo, se enfrentaron a algo peor que la guerra, según ellos mismos lo refieren. En las cuarenta y dos entrevistas/monólogos que Svetlana Alexiévich incluye en su libro, resalta lo absurdo de ver a los soldados lavando la naturaleza, lo absurdo de enterrar la tierra debajo de la tierra, lo absurdo de no poder alimentarse de las papas que nacían de su campo, si ellos mismos las habían plantado y cuidado, de no poder beber o bañarse en el agua tan cristalina de sus arroyos. Resaltan los perros y los gatos abandonados, que aguardaban el regreso de sus dueños, los animales repoblando las casas de madera que los humanos dejaron al ser evacuados. Resalta la incertidumbre, la desinformación ocasionada por un gobierno que quería ocultar lo que saltaba a la vista, la decisión de muchos, muchos hombres y mujeres que, a pesar de todo, querían salvar su pueblo y se exponían a gran cantidad de radiación. Resaltan los periodistas, médicos, enterradores, que comían alimentos radiactivos, por compasión hacia los pobladores de la zona contaminada. Resaltan los ancianos que volvieron a “la zona” para morir en sus casas en medio del campo, al sentirse ajenos en otra ciudad. Hombres rechazando a hombres por ser de Chernóbil; hombres amenazando a hombres para evita perder la tarjeta del partido.

Aunque la catástrofe de Chernóbil no es producto de una guerra, la gente las compara: incertidumbre, evacuación, militares, hogares abandonados, amenazas, silencio… y un curso de vida que fue quebrantado. Los niños, las mujeres, los hombres de la zona afectada, en definitiva no fueron los mismos y sus relatos dejan un hueco en quien los lee. Lo dejaron en mí.

Voces de Chernóbil un libro que no pude leer “de seguido”. Entre cada historia, necesité un respiro. Lo inimaginable toma forma. Me siento afortunada y, al mismo tiempo, egoísta e irresponsable. Las personas de Bielorrusia no conocen la paz, la calma, la tranquilidad. Son educadas para la guerra. Han experimentado varias y, como remate, este accidente, bombas sonando tan cerca. ¿De dónde surge su esperanza?

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Recuerdo a la caracola en la orilla del mar. ¿Realmente es el hombre dueño de la naturaleza? ¿Realmente la caracola es “del primero que la ve”? Mi hijo tiene siete años. Reconoció algo precioso y su instinto lo llamó a poseerlo. ¿Por qué? Solo me pregunto: ¿qué sería de la naturaleza sin nosotros? ¿Y al revés?

abril 18, 2022

Liliana Contreras

Psicóloga y Licenciada en letras españolas. Cuenta con un Máster en Neuropsicología y una Maestría en Planeación. Se dedica a la atención de niños con trastornos del desarrollo. Fundó el centro Kua’nu en 2012 y la Comunidad Educativa Alebrije en 2019. Ha publicado en la revista La Humildad Premiada, Historias de Entretén y Miento, La Gazeta de Saltillo, en los periódicos Vanguardia y Zócalo de Saltillo. Colaboró en el libro Cartografía a dos voces. Antología de poesía (Biblioteca Pape & IMC, 2017) y en el Recetario para mamá. Manual de estimulación en casa (Matatena, 2017). Publicó el libro Las aventuras del cuaderno rojo (IMCS, 2019), Brainstorm. Manual de intervención neuropsicológica infantil (Kuanu, 2019), Abuelas, madres, hijas (U. A. de C., 2022), Un viaje por cielo, mar y tierra. Aprender a leer y escribir en un viaje por México (Kuanu, 2022) y, actualmente, escribe para la revista NES, en la edición impresa y digital.

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