LA MUJER FABULADA

· ¿Héroe o heroína? ·

Por Liliana Contreras Reyes

Basta un instante para hacer una heroína
y una vida entera para hacer una mujer.

-Adaptación de la frase de Pierre Brulat.

Si has llegado hasta aquí, agradezco el aliento. A través de la serie de entradas tituladas “La mujer fabulada”, hemos transitado por el camino de la heroína, de acuerdo con la propuesta de Campbell, la cual nos habla de tres etapas: dejar atrás el mundo familiar, navegar por un mundo desconocido y regresar al mundo familiar, por supuesto, siendo una persona distinta.

Cuando recuerdo la razón por la que elegí el título, pienso en todas las veces que usé “frases hechas” para referirme a los demás. Son parte de la cotidianidad. Pienso, por ejemplo, en el puerco: “eres una cochina”, “estoy bien puerca”, “atáscate, ahora que hay lodo”, “cochino, marrano, puerco, placero”. Seguro deben recordar algunas más.

Por mi interés especial en la literatura, en la entrada anterior me centré en presentar a las escritoras mexicanas que, durante el siglo XX, se salieron del canon. Sin embargo, es importante mencionar que, en cada área del conocimiento, hay mujeres igual de significativas para el desarrollo ulterior, tanto de otras mujeres, como de la ciencia, la tecnología, las humanidades. Las mujeres mencionadas fueron fabuladas. Fueron llamadas “ola”, “loca”, “indigenista”, “bruja”, “gorda”, “fodonga”, “vaca”, “puta”, “rara”, “monstruo” y de muchas formas más.

Ésas son mis heroínas: las bonitas o feas, pero que se muestran como son, las que no se encasillan, las que buscan otra forma de ser ellas mismas, aunque no resulte ni fácil ni cómodo.

Un héroe o heroína es definido por Campbell (1972) como “el hombre o mujer que ha sido capaz de combatir y triunfar sobre sus limitaciones históricas, personales y locales y ha alcanzado las formas humanas generales, válidas y normales” (p. 19).

Los elementos comunes de los las escritoras seleccionadas muestran a la mujer emancipada, que ha logrado hacer a un lado la mitología femenina, para encontrar lo que la hace sentir feliz y plena, por vías alternas y dolorosas. En palabras de Poniatowska (2001)

mujeres que marcaron la cultura mexicana, rompiendo esquemas, yendo más allá de los estereotipos familiares y de la época, confrontando retos cada vez mayores y soportando el apelativo de locas, que algunas de ellas, sino es que todas, recibieron”

( p. VIII).

¿Estamos, entonces, ante una suerte de heroínas? Aunque las diferencias son infinitas, pues cada una ha sido, a su manera, la excepción, esto es lo que las distingue: transgredir, no resignarse ante un destino dado, no acatar lo establecido por las normas o cánones sociales de su contexto histórico.

El hecho de que la mujer se desempeñe en un campo fundamentalmente masculino, como es la Literatura en México, nos habla de este elemento subversivo, que, como mencionamos antes, tiene características y un proceso evolutivo propio.

Según Franken (2008), lo femenino debe ser leído como una estrategia de enunciación que se articula como “vector de acción política en lo social, como fuerza de intervención teórica que pone en duda la organización simbólica dominante y, por último, como una fuerza estética que altera las codificaciones sociales” (§ 3).

El lugar de la mujer en la cultura o tradición cultural se ubica, aún, en los arrabales, en un lugar limítrofe que reconfigura su escritura como un acto de desobediencia, descartando la posibilidad de afirmar su identidad como un autor no definido por su condición o determinación biológica-sexual.

No se han conformado con ser “partículas”, “indigenistas”, “lesbianas”, “feas”, sino que han empleado su vida entera en dejar testimonio del ser femenino mexicano. En apariencia, resulta más sencillo hacerse a un lado ante la necesidad de un cambio en el imaginario. La mayoría de mujeres prefieren apropiarse de las etiquetas sociales que las inmovilizan, permaneciendo como una potencia inútil o, tal vez, ni siquiera se dan cuenta de la necesidad de cambiar las cosas.

La realidad y el sentido común nos dicen que la mujer tiene el deber moral de ser, de proyectar sus esperanzas tanto en sí misma, como en el otro. La respuesta a la cuestión mitológica que la inmoviliza la podemos reconocer en la educación, centrada en definirse como sujeto, enfocándose en Aprender a ser. De acuerdo a Dellors (1996),en su informe rendido a la UNESCO, Aprender a ser implica:

que florezca mejor la propia personalidad y se esté en condiciones de obrar con creciente capacidad de autonomía, de juicio y de responsabilidad personal. Con tal fin, no menospreciar en la educación ninguna de las posibilidades de cada individuo

(p. 34).

Al ser ciudadana, científica, artista, interesada en lo que ocurre a su alrededor y enfocada en un área de desarrollo, se posibilita a la mujer para desplegarse como una persona autónoma y libre.

Por el contrario, mientras sea blanco de las esperanzas de los demás, seguirá siendo una perpetua decepción. Esta aventura la lleva más allá del límite de lo conocido, a pesar de los peligros implícitos, pues solo así se podrá vivir una experiencia personal y genuina.

Ya desde finales del siglo XIX Laureana Wrigth contemplaba la necesidad de transformar la educación de la mujer, la cual debía dejar de ser superficial. Si la mujer no tiene acceso a una educación íntegra, ¿cómo pedirle que deje de producir una cultura “light”? La educación sugerida por esta periodista pretendía

una revolución intelectual que la mujer tiene que efectuar por sí misma y con el auxilio de sus propias fuerzas (…) hacerla apta para atenderse y bastarse a sí misma (…) ¿Qué necesita la mujer para llegar a esta perfección? Fuerza de voluntad, valor moral, amor a la instrucción y, sobre todo, amor a sí misma y a su sexo, para trabajar por él, para rescatarle de los últimos restos de esclavitud que por inercia conserva

(Infante, 2005, p. 151).

En acuerdo con la propuesta de Gabriel Zaid, la educación a que hacemos referencia no se trata de la institucional, sino una modalidad educativa personal y autodidacta, cuyo interés principal sea dedicar la inteligencia a “resolver problemas interesantes, con más ganas de entender la realidad que de sacar un título profesional” (Zaid, 2010, p.42). En su artículo, Zaid resalta el aprendizaje como elemento fundamental para el desarrollo personal y social, para lo cual no siempre es necesario adquirir una constancia o un diploma. Lo importante es el interés particular de la persona por aprender, ya sea de los demás o por sí misma.

Para María Elena Simón (2010), la educación para la igualdad debe incluir varios elementos: especificar dentro de nuestro lenguaje cuando nos referimos a hombres o mujeres, para que las mujeres tengan claridad cuando se refieren a ellas; incluir en los contenidos académicos a tantos personajes masculinos como femeninos, con la finalidad de que las niñas tengan con quien sentirse identificadas, ya que tanto hombres como mujeres han participado en los sucesos históricos relevantes, han hecho descubrimientos científicos, investigado, etc.; educar a hombres y mujeres en el área socioemocional, así como en temas relacionados con la sexualidad, mediante lo cual se reduzca el machismo y la misoginia.

Como en el camino del héroe, la heroína deberá lanzarse a la aventura para separarse del mundo o de las expectativas que éste representa; navegar por ese mundo desconocido, probando ser a su manera, educándose a sí misma, interesándose por lo que ocurre en el mundo y, finalmente, volver a su origen para vivir la vida con más sentido, el sentido adquirido de la claridad de saber quién es, lo que le es necesario hacer para transformar su entorno y encontrar un propósito en el cual fincar sus  esperanzas. Imaginen lo que una mujer así puede trasminar a las demás.

En palabras de Virgina Wolf, lo más importante será

ser una misma (…) si nos adiestramos en la libertad y en el coraje de escribir exactamente lo que pensamos; si nos escapamos un poco de la sala común y vemos a los seres humanos no ya en su relación recíproca, sino en su relación a la realidad; (…) si encaramos el hecho de que no hay brazo en que apoyarnos y de que andamos solas y de que estamos en el mundo de la realidad y no solo en el mundo de los hombres y las mujeres, entonces la oportunidad  surgirá (…) [por escribir] valdrá la pena trabajar hasta en la obscuridad y la pobreza” (Woolf, 1991, pp. 98- 100).

Cuando la mujer, personalmente, logre trascender los límites impuestos a su sexo, tendrá una responsabilidad mayor: brindar la mano a sus semejantes.

Las generaciones de escritoras más recientes han heredado de sus antecesoras, tanto los recursos narrativos y poéticos, como la posibilidad de abordar temáticas diversas como la sexualidad, el juego o las posturas políticas, de forma propositiva, auténtica y sin prejuicios. Si vemos con calma, nos daremos cuenta que algunas de las autoras mencionadas en la entrada anterior hablan, evalúan y emiten juicios acerca de la obra de otras escritoras, un indicador más de madurez, pues debemos ser las primeras en conocer y juzgar con objetividad los productos femeninos.

En medio de la modernidad-posmodernidad, existe una necesidad por crear un nuevo imaginario, dotado con elementos sagrados que suplan la no existencia de una diosa a la cual adorar. Tal persistencia nos hace pensar que, aunque el mito de la diosa madre persista y sobrepase Eras, tal vez se extinga algún día. Parafraseando a Beauvoir, cuanto más se afirman las mujeres como seres humanos, tanto más muere en ellas la maravillosa cualidad de lo otro.

De ahí que surja una última entrada por escribir: la fechoría inicial es reparada o la carencia colmada. Sin ayuda de elementos mágicos, la mujer de hoy debe superar la versión de Lo otro. El beneficio no será casarse con un príncipe, sino estar en plena libertad de ser.


FUENTES DE INFORMACIÓN:

Campbell, Joseph (1972). El héroe de las mil caras. Psicoanálisis del mito (traducción del inglés de Luisa Josefina Hernández). México: Fondo de Cultura Económica.

Dellors, Jacques (1996). La educación encierra un tesoro. México: UNESCO.

Franken, M. Angélica (2008), “Feminismo, género y diferencia(s) de Nelly Richard”, en Pontificia Universidad Católica de Chile. Disponible en línea en http://www.scielo.cl, consultado el 5 de mayo de 2010.

Infante Vargas, Lucrecia (2005), “Educación y superación femenina en el siglo XIX: dos ensayos de Laureana Wright” (Cuadernos del Archivo Histórico de la UNAM, 19) [en línea], disponible en http://www.ejournal.unam.mx, consultado el 7 de abril de 2010.

Poniatowska, Elena (2001). Las siete cabritas. México: Era.

Simón, María Elena (2010). La igualdad también se aprende. Cuestión de coeducación. Madrid: Alfaomega.

Woolf, Virginia (1991). Un cuarto propio (traducción del inglés de Jorge Luis Borges). México:Colofón.

Zaid, Gabriel, “La escolaridad como inversión”, Letras libres, Número 136, México, Abril de 2010, pp. 42-44.

Liliana Contreras

Psicóloga y Licenciada en letras españolas. Cuenta con un Máster en Neuropsicología y una Maestría en Planeación. Se dedica a la atención de niños con trastornos del desarrollo. Fundó el centro Kua’nu en 2012 y la Comunidad Educativa Alebrije en 2019. Ha publicado en la revista La Humildad Premiada, Historias de Entretén y Miento, La Gazeta de Saltillo, en los periódicos Vanguardia y Zócalo de Saltillo. Colaboró en el libro Cartografía a dos voces. Antología de poesía (Biblioteca Pape & IMC, 2017) y en el Recetario para mamá. Manual de estimulación en casa (Matatena, 2017). Publicó el libro Las aventuras del cuaderno rojo (IMCS, 2019), Brainstorm. Manual de intervención neuropsicológica infantil (Kuanu, 2019), Abuelas, madres, hijas (U. A. de C., 2022), Un viaje por cielo, mar y tierra. Aprender a leer y escribir en un viaje por México (Kuanu, 2022) y, actualmente, escribe para la revista NES, en la edición impresa y digital.

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