Cambiar los enfoques

POR MAYTE CEPEDA

Ayer fue mi cumpleaños. Cuarenta y cuatro. Recuerdo que mientras estaba entre los quince y los veinticinco, sentía que pasar de los cuarentas era algo así como tener una madurez ya muy considerable. Me retracto totalmente. Y no por mí, si no realmente porque no importa el número en la edad para ser maduro o no.

Lo que si es un hecho es que ahora me emociono con cosas distintas a hace veinte años. Hoy me fascina ver amaneceres y atardeceres rosas, lilas y con varios tonos de azul. Veo con más atención las formas y colores que tienen las nubes, les busco formas y sigo su movimiento. Creo que eso lo hacía de niña, pero por alguna razón lo dejé de hacer y ahora lo he vuelto a hacer y me encanta. Volteo a ver la luna desde siempre pero ahora me maravilla verla cada que se llena y veo que a mis hijos les gusta hacerlo igual que a mí. Y si no me he percatado de lo bonita que luce, ellos mismos me dicen: ¡mira mamá la luna está llena como te gusta!

También me he percatado que ahora agradezco mucho más que antes. No sé a qué se debía antes exactamente, si al ego, a lo que vamos absorbiendo de la sociedad, a la ignorancia o a qué, pero antes no sentía esa necesidad de decir gracias muchas veces y muy seguido. Creo que daba por un hecho que todo era como debía ser y punto se acabó.

Y esque hoy me siento muy afortunada y quiero reconocer ese sentimiento agradeciendo todo. Desde la cosa más simple, automática y lógica como lo es el respirar, la salud que tengo y tiene mi gente, el tener a mi gente en sí, la oportunidad de ver, oír, comer, oler, dormir, ir al baño, bañarme, hacer y deshacer.

Quiero suponer que esa necesidad de reconocer y agradecer por el perfecto presente viene con los años. Pero no veo el por qué no enseñarnos a agradecer desde siempre. La crianza de los hijos hoy en día dista mucho de la de hace décadas. Sin juzgar ni decir que una es mejor que la otra, yo creo que antes se nos imponían conductas, hábitos y costumbres y tal vez no había mucho espacio para el pensamiento autocrítico, para indagar y dudar, cuestionar y ver el lado b de las cosas.

Crecimos con patrones preestablecidos de conducta y es hasta tiempo después (algunos antes que otros y otros tal vez nunca) que tratamos de modificar cosas que, ya pensándolas bien, nos parecen no tan acertadas con nuestras reales creencias y de ahí evoluciona el ver realmente nuestro exterior y obviamente el interior.

Otra cosa en la que he pensado en reiteradas ocasiones es, precisamente, la voz interior. Aquella vocera del alma, del espíritu, de la conciencia o la voz del humanito interior que me habita. Esa voz que siempre tiene el mismo tono, que no cambia con la edad ni a través del tiempo (bueno, la mía no ha cambiado) y siempre la he escuchado a tono inocente, infantil. De ahí es que me retracto sobre aquella “madurez considerable” que pensaba que debía regir en toda la gente que tiene más de cuarenta años.

Y ahora si que no sé porqué salió el tema de la voz interior. Supongo que a lo bueno que sería oírla más y ponerle atención a todo lo que nos dice y sugiere. Porque por algo está ahí instalada y actualizando su base de datos a cada rato.

Pero la verdad es que, a donde quiero realmente llegar, es a lograr esa capacidad constante de compartirle a quien tenga cerca, en especial a mis hijos, que está bien agradecer y mucho. Que no demos las cosas por un hecho siempre. Que hoy estamos y esa es una valiosísima razón merecedora de reconocerse y agradecerse. Que todo cuanto hagamos en esta vida, en perspectiva distinta a la habitual, no será más que una pequeña ráfaga de luz. Pero que está bien hacer de esa ráfaga algo que valga la pena vivir y sentir.

Y así, seguir en el camino sorprendiéndonos de cada maravilla que tiene la naturaleza. De esas obras de arte gratis y cambiantes que nos da el cielo. De la profundidad que tienen los ojos de un animal. De lo maravilloso que es sentir el agua tibia caer en el cuerpo mientras te das un baño. Y claro, de lo maravilloso que es producir automáticamente hormonas de la felicidad tras el abrazo de alguien que amas. ¡Namasté!

Mayte Cepeda

Yogini ~ abogada ambientalista ~ mamá ~ esposa ~ hija ~ hermana ~ enamorada de la naturaleza, la vida, la familia, los libros y la música ?

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