Maestros inesperados

Por Dona Wiseman

 

Don Jesús era un caballero.  Grande, poderoso, guapo.  Un macho entero que me aportó lecciones sobre mi propio poder y sobre mi miedo e inseguridad.  Él era él, auténtico.  Coqueteaba con las yeguas y las llamaba, aún cuando llevaba a alguien en su lomo.  La primera vez que lo hizo conmigo montada, me asusté.  Estaba en el picadero.  Me bajé y dejé que Mariana lo moviera un poco para que él se relajara, y yo también.  Volví a montar.  Esa es la decisión más importante, volver a montar.  Don Jesús llamaba a las yeguas, sacudiendo su cuerpo, su cabeza, y usando su voz.  Cuando se sacuden los más de 500 kilos que traes entre tus piernas, pasan cosas.  Después de la primera vez la sensación me era conocida, y confieso que me encantaba.

Me han gustado los caballos desde niña.  Veía programas con temas del oeste en la tele.  Soñaba que algún día tendría un caballo, o cuando menos estaría en un ambiente en donde podría convivir con ellos.  Nunca me imaginé que serían una fuente de tanto aprendizaje, ni que serían una parte importante del arsenal de maestros y terapeutas con los que he trabajado durante mi proceso personal.  Montando a caballo he experimentado la importancia de la colaboración.

Después de Don Jesús he explorado la relación caballo-jinete con un buen número de otros caballos, algunos garañones como Don Chuy, algunas yeguas, caballos grandes y flojos, otros prendidos y ligeros.  Aprender a montar a caballo implica aprender a ser jinete.  Y para mí ha implicado tocar inseguridad y miedo, ilusión y sueños.  Cabalgar, para mí, no es controlar a un caballo, y menos aún permitir que el caballo haga lo que quiere (por cierto, volverá a su caballeriza).  Me queda claro que si un animal de semejante tamaño desea hacer algo, no podré yo detenerlo, ni moverlo si lo que decide es pararse en seco.

Nunca galopé con Don Jesús.  Antes de salir a galope él bajaba y movía la cabeza y el cuello de una manera fuerte e incómodo.  Me asustaba.  ¿Cómo es posible que me asustara pero que a la vez puedo referirme a él como “un caballero”?  Él me dio mi lugar como jinete.  Colaboró conmigo, jinete sin experiencia, en el proceso de aprender a darle las indicaciones precisas, a pedirle usando manos y riendas y también usando las piernas y el cuerpo entero.  Si yo le pedía que bajara la velocidad, la bajaba.  Si yo le pedía que caminara, trotara, cejara, bajara la cabeza, o tomara una dirección específica, Don Jesús lo hacía.  Incluso lograba decifrar mis incertezas y confusiones (como cuando indicaba una dirección con las piernas y otra con las riendas).  Siento que él no tenía que hacerlo, sino que decidía hacerlo.  Y sí, sé que era un animal.  Era el caballo consentido de David Alonso.  Cuando Don Jesús nació, cayó al suelo y se rompió la pata.  Comunmente un caballo con una pata rota es sacrificado.  David se quedó con Don Jesús y tuvieron una relación de muchos años, una relación exitosa personal y de trabajo.  La hija de David, desde muy pequeña, aprendió a montar sobre el lomo de este caballo enorme de instintos nobles.  Y fue un gran honor para mí poder aprender de esa nobleza que en ningún momento mermaba el poder y la fuerza.  ¡Ah!  Una de tantas lecciones.

He leído sobre los guerreros Shambala, guerreros fuertes y poderosos que procuran provocar un ambiente de paz y respeto, que solo pelean cuando es totalmente inevitable.  Ser noble no implica sacrificar la fuerza y el poder. Eso es una cosa que he aprendido de los caballos, particularmente de Don Jesús.  Siempre sentí que él me cuidaba, y a la vez hacía lo que yo quería y no hacía lo que yo no quería.  Llegar a este tipo de colaboración con los caballos que he montado, reconocer si el caballo específico responde más a rienda o a pierna, a rienda a dos manos o cruzada, si requiere espuelas para responder, si tiene algún movimiento incómodo que no es intencional, y cuando hace algo para que deje de exigirle.

Al montar, yo exploro mi reacción ante el caballo.  Uso manos, piernas, cuerpo.  Me ajusto en la montura.  Experimento la rienda a dos manos.  Sé que el caballo se espantará con movimientos desconocidos y logro mantener mi asiento.  Le recuerdo que voy con él y que estamos trabajando juntos.  Reconozco a otros jinetes y sé que los expertos están al pendiente de los que tenemos menos experiencia.  Veo la relación que tiene un caballo con otros, caballos dominantes y los que prefieren evitar la fatiga.  Sé que las monturas tienen tamaños, tallas por así decirlo.  He dejado de pensar que mis espuelas pueden lastimar, o siquiera molestar, a un animal que es 7 veces mi tamaño.  Disfruto pedirle al caballo círculos pequeños repetidos y luego salir a trote al romper el movimiento circular.  Sé que vamos mucho más lento de lo que se siente arriba del caballo.  Puedo colocar mi cuerpo y mi peso para apoyar al caballo en subidas y bajadas, en terrenos con muchas piedras, en arena suelta y en pavimento.  Puedo montar donde pasan coches, bicicletas y otros caballos.

Aún tengo más inseguridades que explorar.  Ahora empiezo a sentirme menos presionada y más divertida.  Noto que cuando yo me relajo el caballo también se relaja y responde.  Así soy.  Cuando me divierto pierdo miedo.  Verme acompañada, apoyada y alegre me pone en contacto con la seguridad, con lo que sí puedo hacer, y con lo que sí puedo aprender.  Me sucedió en el teatro, ahora con los caballos.  Admiro a los caballos, y y les soy muy agradecida.  En muchas ocasiones personas me han preguntado si el aprendizaje, el desarrollo y crecimiento personal en algún momento termina.  Espero que no.  Aún me faltan algunas cositas.

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

DEJA UN COMENTARIO

LECTURAS RELACIONADAS