FOTOGRAFÍAS

Por Dona Wiseman

Hoy recordé una escena de mi vida.  Enseguida llegaron tantísimas más.  Me vi y me sentí en esos momentos.  Los reviví y lloré.  Me vi en el momento justo antes de salir al escenario en mi primera función de teatro.  También recordé mi cara de asombro ante los aplausos al final.  Me observé en un salón, observada por unos ojos que me enamorarían así de simple, solo con mirarme.  Sentí de nuevo un primer beso, apretada con fuerza contra una pared y otro en la terraza de mi casa, sorpresivo y quizás no tanto.  Me sorprendí de nuevo ante los pies hinchados de mi hija horas después de dar a luz a mi primer nieto.  Escuché la pregunta, “Y Uds. ¿de quién son pacientes?” que inició mi camino de formación.  Me vi de nuevo tirada en un sillón, a punto de tener a mi primera hija, preguntándome cómo le haría para amarla a ella y seguir amando a Pepper, mi setter irlandés.  Recordé mi rabia ante el maestro que me despreciaba por mi origen.  Me vi en la cima de un centro ceremonial con cara de “sí pude”.  Sentí de nuevo el corazón que se me hundía en el vientre al saber que otro parto se adelantaría.  Miré las flamas de la fogata sin prenderla.  Escuché una de tantas canciones que llegan al fondo de mi sentir. 

Ayer y hoy he contemplado lo que es para mí el amor, y cómo se relaciona con la gratitud.  Ha surgido varias veces el concepto de aceptación.  Aceptar lo que hay, lo que me ofrecen, lo que me dan, sin formar expectativas más allá, para mí es congruente con lo que escuché a una persona nombrar como “amar en libertad”.  El amor de esta manera me lleva a agradecer todo lo que la vida me aporta:  oportunidades, aplausos, aventura, formación, asombro, pasión, labios, piel, fuego, proceso, familia, posibilidades, rabia, discernimiento, miedo, música, cuestionamientos, dudas, certezas…  Me pregunté, como me han preguntado, si no quiero más, si no tengo deseos más allá de lo que hay.  Sí, por supuesto, y a la vez no.  La gratitud me lleva a la satisfacción, a estar bien con lo que hay, y también con la posibilidad de construir más allá de lo que hay si necesito más o se abre la opción.

Hoy me preguntó mi terapeuta si en algún momento pensé que así sería mi vida cuando llegara a los 63 años.  La respuesta es no.  Tardé muchos años de formación para entender la visión hacia el futuro y saber que había una parte de la vida que podía planear y construir.  Confieso que aún no es mi fuerte.  Mi fuerte siempre ha sido ver oportunidades y tomarlas, a veces incluso sin tener claro el panorama.  Tengo especialidad en moverme en el aquí y el ahora.  ¡No te confundas, por favor!  No hablo de un estado zen o el “aquí y ahora” de Eckhart Tolle, tan noble y solo accesible a personas de alto nivel de desarrollo.  Soy algo impulsiva y digo “sí” y “no” un poco por instinto.  Claro que no siempre funciona bien.  Pero, como dice el cliché, “No me puedo quejar.”  Más que eso, creo que sería muy ingrato de mi parte quejarme. 

Hoy recordé escenas de mi vida, fotografías congeladas en el tiempo.  Caras, manos, sonidos, miradas, voces, vibraciones…  Vi a mis padres, hijos, nietos, amantes, amigos, maestros, lugares…  En este momento veo una casa en Chimalistac, mi rabia justiciera, una mariposa en mi mano, el momento en que me liberé del pánico que le tenía a la polilla comúnmente llamada “ratón viejo”, mis ojos maquillados, y mis suéteres favoritos a través de los años.  Ahora deseo seguir construyendo fotografías que mañana serán motivos de gratitud.  Así sea.

septiembre 30, 2019
septiembre 30, 2019

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

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