EL ROSTRO DE LA ANSIEDAD

Por Kate Rose / Traducción: Dona Wiseman

Kate Rose es hija de una compañera de escuela mía.  Leí su columna y pensé que Uds. querrían leer a alguien más este lunes.  Lo que comparte es muy valioso.  Yo cambiaría algunos términos, pero valido la experiencia de Kate.  Hay personas muy cercanas a mí que padecen ansiedad.  Cada una de nosotras vivimos con condiciones.  Todos tenemos algo con que lidiar.  Cuando menos, y poniéndonos muy básicos, tenemos un carácter, un ego.  Con eso a veces es más que suficiente. Me callo.  Lee a Kate Rose.

Mis manos tiemblan mientras me extiendo para alcanzar la taza de café y mi corazón palpita tan rápido que parece zumbar dentro de mi pecho.  En mi garganta siento el reflejo de mi estómago revuelto y por un momento pienso que vomitaré.  Logro respirar profundamente y continúo empacando los lonches y las mochilas de mis hijos mientras que ellos se apresuran de un lado a otro en la cocina con permisos para viajes escolares y reportes que requieren mi firma.  Les sonrío y escucho sus planes para el día, y aunque me siento algo alterada, mi sonrisa es genuina.

Éste es el rostro de la ansiedad.

Me llevó varios años de trabajo en el área de cuidados de la salud y en mi propio desarrollo personal para estar cómoda al hablar sobre mi lucha con ansiedad y con la depresión posparto (tema sobre el cual también escribo en mi página).  Como proveedor de servicios médicos, me nace de inmediato decirles a pacientes con ansiedad que entiendo su lucha porque es una lucha que comparto con ellos día con día.  No me sorprende su asombro ante el hecho de que soy igual que ellos en cuanto a este desorden mental.  Ellos comparten sus historias tristes, con frecuencia mostrando vergüenza y pena, y yo me acerco a ellos y digo, “Yo también.  Sé lo que estás pasando.”

¿Sabes lo que responden?

“Jamás hubiera pensado que tú tuvieras ansiedad.”

Tal vez son mis saludos alegres cuando entro al salón de revisión o quizás sea la bata blanca que hace que crean que sería yo inmune a esa condición, pero compartiré contigo un secreto.  Es un secreto que necesité años de tratamiento para descubrir:

Algunos de nosotros simplemente somos mejores en fingir que estamos bien.

Aclaro, no quiero decir que finjo no tener ansiedad, sino que he aprendido a controlarla para que no me controle a mí.

Es más, mis pacientes no ven mi ansiedad porque no hay nada que ver.  Los síntomas son internos.  No hay granitos, no estoy deforme, no tengo tos persistente, ni nada que sugiere mi diagnóstico.  En mi opinión ésta es una de las razones por la que la sociedad cree que la ansiedad y la depresión son simples fallas en la personalidad y que las personas que sufrimos con un desorden mental simplemente necesitamos “relajarnos y ser felices.” (Créeme, si eso fuera una opción las salas de espera de los médicos familiares estarían vacías y medicamentos como Prozac y Lexapro habrían desaparecido).

Así que escúchame cuando te digo que tener un desorden mental no es un simple reflejo de la personalidad.  La ansiedad y la depresión no son fallas en la personalidad, son causados por una falla en las sustancias químicas en tu cerebro.  Si tienes ansiedad, si tienes depresión, no las escogiste, como no escogiste estar alta, tener tez clara o nacer con sangre irlandés.  Tener ansiedad y/o depresión no es algo que se escoge y ciertamente no significa que estás descompuesta.

Una vez más para los que están sentadas allá atrás y puedan no haber oído – la ansiedad y la depresión no las escoges y no significan que estás descompuesta.

Imagínate que estás en un hospital con un ser amado, su cuerpo invadido por enfermedad, con agujas en cada brazo y los monitores sonando para alertar a las enfermeras cansadas de cualquier evento.  Imagina que miras esos ojos hundidos y dices, “Si simplemente dejas de tener esta enfermedad, podríamos irnos a casa.  Solo relájate, agradece lo que tienes porque hay gente que está peor.  Alégrate y podemos irnos a casa.”

No lo harías porque suena totalmente loco, o cuando menos de poca empatía.

En vez de todo eso, escucharías las recomendaciones de los médicos.  Dejarías que te entrenaran las enfermeras en como cambiar vendajes.  Llevarías las recetas a la farmacia.  Programarías citas con especialistas y le darías la mano al enfermo mientras está en el consultorio.  Buscarías en internet y devorarías toda la información que encontraras sobre la enfermedad y sugerirías cada remedio homeopático y pruebas médicas que pasaran por tu pantalla.

Pero, para muchas de las personas que tienen condiciones de salud mental, la respuesta es un “solamente”.

“Solamente” relájate.

“Solamente” sé feliz.

Durante mi niñez no tuve ninguna experiencia con desordenes de salud mental (más bien, ninguno que yo supiera).  Y aunque siempre me han atraído las palabras, la poesía y las historias, nunca había podido juntar mis propias palabras de manera adecuada para ilustrar mi incomodidad.  El resultado fue que sufrí en silencio demasiado tiempo.  Ahora que tengo buen nivel de comprensión de mi ansiedad, puedo trazar mis síntomas a la edad de primaria.

Era la única niña en la familia y tuve la suerte de tener una recámara propia, algo que atesoré durante el día, pero en las noches, cuando estaba en el cuarto oscuro y mis hermanos dormían en una recámara compartida justo del otro lado del pasillo, me sentía sola y vulnerable.  Mi mente se disparaba e inventaba escenarios bizarros, “qué pasa si…”, y revisaba todas las conversaciones que había tenido durante el día y que desesperadamente deseaba cambiar.  Mi mente se movía tan rápido que comenzaba a sentirme incómoda dentro de mi propia piel y no podía decidir si valía la pena aventar las cobijas que me pesaban, o si eso me dejaría totalmente susceptible a los elementos más macabros de mi recámara.  Mi corazón golpeaba tan fuerte que pensaba que se saldría de mi cuerpo y me clavaba las uñas en las palmas de mis manos, esperando que eso me distrajera de la incomodidad y el miedo.  Algunas noches podía dormir y otras noches mis padres me encontraban hecha bolita en el piso del cuarto de mis hermanos donde sentía a alguien cerca, y así sentía menos miedo.

Irónicamente, mi ansiedad bajó en secundaria y prepa.  Quizás estaba tan enredada en la angustia de la adolescencia que no notaba la ansiedad, pero en la universidad y ciertamente en los primeros años después de nacer mi primera hija, mi ansiedad empeoró exponencialmente.  Hoy día mi ansiedad llega a picos en la noche, cuando estoy más susceptible a ataques.  Durante el día mi ansiedad se presenta como nerviosismo, dificultad de concentración, limpieza obsesiva, perfeccionamiento, la tendencia de darle gusto a los demás, y la irritabilidad (tristemente dirigido a mi esposo y mis hijos).  Mi ansiedad ha aumentado y disminuido durante los años – caray, hasta en el transcurso de un día – y he aprendido a reconocer cuando se sale de control.

La ansiedad sin control te paraliza.

Si tu ansiedad afecta tu matrimonio, tu relación con tus hijos, tu funcionamiento en el trabajo, tu casa, tu alegría; entonces tu ansiedad te controla.

He ido a terapia.

He tomado medicamento.

Hago ejercicio.

Rezo.

Medito.

Escribe.

Hablo libre y abiertamente sobre ello.

Y, aun así, tengo ansiedad.

La diferencia es que a través de los años he comenzado a estar más cómoda con lo incómodo y en vez de sufrir en silencio, me paro con confianza, consciente de mi desequilibrado neurotransmisor.

Así que, si tú estás luchando contra el agarre de la ansiedad, si la nube oscura de la depresión te pesa, por favor cuenta tu historia, comparte tu experiencia, dale voz a la cara de la ansiedad/depresión.  Hay tanto poder y una sensación de alivio total cuando le puedes decir a alguien, “Sé lo que estás pasando.  He estado allí.”

No hay vergüenza en declarar, “Éste es el rostro de la ansiedad”.

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

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