A destiempo

Por Clara F. Zapata Tarrés

Me acabo de despertar. Dicen que es útil escribir los sueños. Luego ya se olvidan…

Entre que siempre mi imaginación ha desbordado los parámetros comunes porque siempre ya conté una historia de mi propia vida que ni siquiera ha pasado,  que justamente hoy comencé a leer un libro maravilloso de Valeria Luiselli sobre los viajes y los niños, y que se suma que a partir de ayer en la tarde también inició para mi trío familiar, el receso pandémico: el viaje mental ha comenzado.

Ya hace unas semanas me proyectaba su tráiler mi cajón del super-Yo que soñaba que estaba literalmente bailando junto a Maluma-Baby dentro de uno de sus videos. No me veía a mí misma, pero me sentía como de esas mujeres caderonas que mueven sus nalgas de 14 quilates con tal maestría y que me tenían recostada al reflejo de una alberca junto al mar con música sensual: lo más gracioso es que la cámara de mis ojos miraba los ojos de Maluma y el regreso de su mirada era de total admiración y enamoramiento. ¡Jajaja! Pero es que a veces la mente nos juega tales pasadas… Ni me gusta Maluma ni sus canciones, sólo me da gracia porque una vez María José, que tenía por allá como unos cinco años, escuchó una de sus canciones llamada “Felices los cuatro” y me dijo que esas letras eran como nosotros-Clara-Joel-Rebeca-María José-, felices… No se había dado cuenta del trasfondo de la historia de esas 4 personas…

Me acuerdo de pocos sueños así de locos y de incongruentes. Uno de la adolescencia aquí sigue en la memoria perfectamente conservado: una casa muy alta, un árbol gigante muy frondoso y yo echándome a volar cayendo en cámara lenta, moviendo mis brazos ligera como pájaro para mantenerme ahí como ayudante de David Coperfield. Flo-tan-do… Qué delicia cuando una sueña así…

Pues hoy no fue la excepción. Desperté como últimamente lo hago, entre 4:30 y 5:30am en punto –algunos me han dicho ya muchas veces que un poco antes de esa hora llega la muerte a jalarte las patas (¿?)-a inventar, corregir, escribir, tomar un café árabe riquísimo y sobre todo hacer algo que me puede fascinar que es regar mi jardín y admirar la terquedad de las plantas de este desierto cuando el sol va llegando a atravesar la enorme pared que mi vecino decidió construir para dividir su patio del mío. Como cada día, esas cinco o seis horas fueron apasionadamente aprovechadas y como cada día también, me llegó el insoportable espacio de tiempo en que ni yo me aguanto a mí misma por el cansancio que tengo de haber cumplido ya media jornada laboral a eso de las diez de la mañana.

La diferencia con hoy fue que nunca me duermo porque TENGO que hacer lo propio de las rutinas de una madre o de una mujer común y disfruto de manera masoquista esas pocas horas que tengo en silencio antes de que mis crías lleguen a casa de la escuela y crean que soy una enciclopedia de Egipto, de “los primeros pobladores” o que recuerdo cómo se divide una pizza en fracciones y que también soy chef del mejor restaurante de Ramos Arizpe. También y más, espero esas horas en que llegan ellas para transformar mi silencio en el placer de escuchar que las confronto para que no peleen y que me recuerden su independencia al decirme con mucha afirmación que “se están poniendo de acuerdo y que no me meta, que NO están peleando”. Yo disfruto de la misma manera mi soledad momentánea que los gritos de niños corriendo y riendo. Quizás por eso siempre digo que me hubiera encantado tener 6 hijos que estuvieran cantando, contando historias, abrazándome de vez en cuando o simplemente estando ahí para recordarme que la vida en sí puede ser un juego. Con dos cachorras sigo alegremente la consigna de que el tiempo es relativo y que el gozo de la infancia es infinito. Pues hoy, justamente hoy, a las 10am, decidí que fuera diferente. Me acosté a dormir, dejando de lado un poco la culpa que a veces sigo sintiendo por esa herencia que dejó la palabra de mi padre (y que sí me ha ayudado a no divagar en extrema medida). Hoy dormí un poco gracias a la contingencia del COVID-19.

Y soñé también, significativamente, con mis deseos representados. Esta vez el cajón de la inconsciencia se abrió para mostrarme un diálogo entre Joel y yo en el que le decía con mucha seguridad que nos fuéramos a vivir un mes al mar, en lo que pasaba todo esto: a una playa en Mazunte, donde fuimos cuando yo estaba embarazada por primera vez. Y ya entrada en los rincones, se hizo real mi palabra. Me ví también acostada en una hamaca después de un mes. Era la foto que nos habíamos tomado ahí, hace más de 10 años, pero con el mismo espíritu, las piernas morenas de semanas de “asoleamiento”, la desaparición de las ojeras, los montoncitos de libros a un lado, el pelo güero y libre, los pies descansados, el amor y el deseo en su máxima expresión, frente a las olas de la playa solitaria. Ahora estaban ellas ahí, yo era más contenta.

Así pues…

Tengo una obsesión, y tal vez todos, por el tiempo. ¿Qué significa?, ¿Cuándo dejamos de percibir el infinito? Hoy me sobra tiempo. Y me acuerdo de mi lactancia… ¡Para variar! Es increíble que cuando estás amamantando el tiempo hace una revolución tanto en la vida cotidiana como en el significado del tiempo. Tu bebé no sabe nada aún, de los carpe diem o de las consignas de algún filósofo que siempre tortura con que sólo estamos pensando en el futuro y que al final no vivimos el presente. En esa etapa de la maternidad realmente impresiona cómo el tiempo se recrea para demostrar que no hay NADA más que el MOMENTO exacto, el presente infinito. En los hospitales, acabando de parir, estamos en una burbuja suspendidas, por un poco de anestesia algunas, pero más por el poder que ejerce sobre nosotras la oxitocina (la hormona del amor y el placer). Nuestro bebé es el que no conoce de tiempos ni relojes e irónicamente desde el día uno le queremos enseñar su final para luego, años después, añorar esos ratos “sin tiempo”. Nuestro bebé no conoce ni el día ni la noche y lo queremos cansar a la luz del sol para que cuando salga la luna siga nuestra rutina. Lo queremos acomodar para que sus sesiones de alimentación tengan los minutos contados en ocasiones hasta con aplicaciones del celular que “ayudan” a que cada segundo sea registrado. Lo queremos acoplar, encuadrar, enmarcar siempre a tiempos.

Chichi-siesta-comida-trabajo-extracción-duración de la leche materna en la mesa, en el refri, en el conge-meses-días-5 meses con 29 días-alimentación complementaria-¿un año?-gateo-camino-¿dos años?-¿TRES?-destete-Noooo: TIEMPO.

Lo bueno de esta etapa es que sí podemos soñar viviendo la realidad. La naturaleza se encarga de ponernos despistadas desde el embarazo y de que no entendamos muy bien lo que significan los segundos, los minutos y las horas… y menos los días, las semanas y los meses en el puerperio y después. A veces, el tiempo nos obliga a rendirnos ante los ojos del maravilloso cachorro que sabe muy bien lo que quiere. Y en nuestras locuras internas y nuestras presiones temporales, nos echamos, cual mamíferas, a amamantar. Ahí podemos placenteramente disfrutar y entregarnos a la atemporalidad. Ahí podemos mirar juguetes tirados, montañas de platos y camas desechas sin mucha o ninguna culpa. Vivimos como nuestros bebés, a destiempo o sin tiempo.

Y así pueden pasar muchos meses o años. Podemos tomar decisiones. La vida se encarga de recordarnos que el tiempo puede ser violento también y que es compleja la libertad. Y es que a veces no podemos darnos el lujo de “echarnos” porque trabajamos, porque tenemos otros hijos, porque la vida es rápida, etc…

Hoy, afortunadamente, aunque en circunstancias difíciles y complicadas, algunos podemos darnos ese tiempo. El tiempo se ha encargado de sarcásticamente recordárnoslo. El coronavirus ha llegado y tenemos que parar. Sonará romántico pero tenemos una oportunidad de ESTAR. Estar amamantando a libre demanda y sin relojes, estar jugando, contando cuentos, durmiendo a destiempo, narrando la experiencia, tomando café a las 5 de la tarde y sobre todo soñando que puede ser distinto. Podemos sentarnos en el suelo, podemos leer ese libro que tanto queríamos y al que no le habíamos hecho su espacio ni dado su tiempo, podemos limpiar cada rincón de la casa pero también del espíritu. ¿Cómo? Afrontando y retando a la palabra tiempo. Mirando el amanecer, durmiendo cuando se antoje y soñando con quiénes queramos, en los lugares a los que no hemos ido aún. El tiempo se detiene. Nos regaló el infinito por unos días. ¿Podremos revelarnos ante su terquedad estructurada? ¡Intentémoslo!

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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