Los cubrebocas y las pataletas

Por Dona Wiseman

Me harté de tener la mesa del comedor tapizada de cubrebocas, o bien verlos colgados en alguna silla, como si ésta fuera perchero.  No porque sea yo muy ordenada, no lo soy, sino porque así no distingo una cosa de otra y podría haber sido una pila o aglomeración de cualquier cosa.  De hecho, en una silla del comedor hay varias bolsas colgadas y en este momento no podría decir cómo o cuándo llegaron allí y por qué o para qué las puse en ese lugar. No recuerdo.  Seguramente tenía alguna intención en el momento.  

Como sea que haya sido, me harté y decidí preguntar, “¿Alguien me puede decir en qué parte del armario se guardan los cubrebocas?”  Recibí cualquier cantidad de respuestas, incluyendo instrucciones detalladas de cómo y con qué frecuencia lavar dichas prendas.  Bolsas zip-lock, percheros, cajoncitos especiales, bolsillos de chaquetas, compartimientos especiales en los bolsos de mano, guantera, y cajones de los calzones.  

¡Diablos!  No debí haber preguntado nada.  

En primera instancia les aviso que la pregunta era de corte filosófica y pretendía la expresión de mi imposibilidad de tener una “cosa” (artículo, artefacto, prenda, ítem) que no tiene un lugar previsto ni diseñado con anterioridad.  Yo no pongo las cosas en los lugares predeterminados ni comunes, pero ni siquiera hay un lugar para cubrebocas en el cual podría guardar papeles mientras guardo los cubrebocas en el lugar de los papeles.  ¿Ven cómo se complica el asunto?  ¡No quiero saber qué hacer con mis cubrebocas!  Quiero saber, ¿qué se hace con algo que no tiene un lugar?

Repito.  No quiero que me contesten.  Es de esos momentos en que quiero proponer un dilema y procesarlo en mi mente en voz alta, ¡sin interferencia preferiblemente!    

Ah, pero no faltó la respuesta perfecta.  Un amigo me dijo, “Se guardan con las pataletas.”  No, no es error de dedo mío, fue error de dedo de él.  Y creo que sí.  Los cubrebocas se guardan con las pataletas, con la resistencia al cambio, con las protestas, con los deseos de que la vida fuera de otra manera, con la necedad de seguir igual y de esperar que todo vuelva a como estaba antes.  En esos días tocó una vuelta a Home Depot.  (Por cierto, la “t” en “depot” no se pronuncia.  De nada.)  Compré unos ganchitos de plástico que se pegan en cualquier superficie y los puse en el marco del corcho que tengo en la entrada de mi casa, ese lugar donde hay algunos recuerdos, obras de arte de un amigo, recuerdos que me producen “saudade” (“nostalgia” en portugués, si no me equivoco).  Allí puse los cubrebocas, después de tirar algunos, así como tiro a veces algunas pantaletas.  El arte también es resistencia y protesta, y a la vez puede ser el origen de ese lugar preciso en el armario que llega a ser la respuesta a mi pregunta.  Una propuesta de algo nuevo, de la adaptación al cambio que da lugar a la vida.

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

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