El amor después de la infancia

Por Clara F. Zapata Tarrés

Hoy te fui a despertar. Me gusta despertarte ahora porque ya no sufres aunque sea de madrugada.

Hoy puse mi cabeza cerca de tu pecho y comencé a escuchar los latidos de tu corazón que seguía en los sueños.

Supongo que normalmente ya a esta edad la mayoría de los niños y las niñas, se despiertan con una alarma. Tú, ahí sigues al lado mío, con tus patadas, tu respiración cercana y siempre pegada a mi cuerpo aunque la cama sea gigante… Así que sigo aprovechando que ahí estás… En ese espacio de tiempo nocturno, recuperamos las probables ausencias y locuras diurnas, nos amamos al conectar nuestros sueños y nos quedamos calientitas, pies con pies.

Sigo respirando tus olores como cuando eras una bebé. De pronto, de vez en cuando todavía, abres los ojos en la mitad de la noche, me miras profundamente y te ríes o me dices palabras incomprensibles. Eres como una sonámbula simpática porque siempre que haces esto, sonríes.

Por las mañanas refunfuñas, haces muecas, sonidos de estiramientos y te quejas del frío. Pero en ese abrazo, permanecemos fortaleciendo el amor. Es el minuto en que aún viajas por las aventuras y las ensoñaciones.

Luego, poco a poco te arrastras hacia el borde de la cama. Tengo suerte de que seas chiquita y que aún logro cargar tu cuerpo y enredarlo en mi cintura. Ahí te quedas del camino de la cama al baño, en silencio, abrazándome, poniendo tu cabeza en mis hombros. Yo te huelo, te capturo y procuro amarte como nunca en ese trayecto. Sólo ahí, seguimos jugando…

Luego pasas a tu adolescencia para practicar tu autonomía y tu libertad. Antes, te contengo, te acompaño. Y parece que retornamos a esa edad en la que tomabas chichi, te ibas corriendo, pero siempre regresabas a mirar mis ojos y a tomar de mis pechos para reencontrar seguridad. Y cada vez te ibas más lejos, sabiendo que mi corazón siempre estaba ahí, para ti.

Hoy sales a pasear, a reír, a aprender de tus amigas y tus amigos. A los 4 años te ensañaron ellos a columpiarte fuerte sin temer y a sentir esas cosquillitas tan características de la sensación de volar.

 Hoy te enseñan también de la libertad, la igualdad, y a que puedes dar tu opinión sin miedo y sin juicios. Eres fresca, espontánea y a pesar de las condiciones tan terribles de la pandemia, tú sabes aprovechar cada pequeña oportunidad para ser alegre y creativa.

La crianza me sorprende y a veces pienso (bueno, muy seguido), en que tengo la fortuna de estar a tu lado. Tengo la fortuna de tenerte también a mi lado. Disfruto que podamos aprender juntas, sin patrones, sin recetas o menús aunque siempre teniendo en la mira, el amor a toda costa, el amor a sobremanera.

Y aún en etapas de crisis o de tristeza, sé que nos amamos. Desde chiquita me has hecho saber mis exageraciones y me has llevado al suelo, para poder ser realista y no tan exagerada con mis posturas o mis emociones. Esto me encanta porque produces el efecto deseado que yo tanto necesito. Piso la tierra y me muestras que la vida puede ser sencilla y amable. La complicidad nos escolta.

Y así, espero que muchas madres se contagien de este hermoso sentimiento, sin tantas reglas ni clausulas que muchas veces, frenan la libertad de poder amar sin condiciones y sin juicios. Amemos a nuestras hijas, con todo lo que implica. Cuestionemos los mandatos que nos han enseñado, preguntémonos si eso es lo que queremos o si elegimos el respeto, el amor y sobre todo la libertad en la crianza. Aprendamos paso a paso. En soledad o sin ella, pero siempre amando y acompañando.

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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