Agua que no has de beber

Por Elena Hernández

 

Comencé ordenando las alacenas de mi cocina, que es el espacio donde paso la mayor parte del día. Me encanta cocinar, generalmente es el punto de reunión familiar y donde domino el resto de la casa en lo que transcurren las actividades cotidianas; desde aquí estoy escribiendo ahora mientras se cocina el caldo de verduras y termina el ciclo de la lavadora, desde aquí “le echo el ojo” a mi bebé que ya gatea por donde quiere y con mi café en la mano tomándolo a sorbos, medito en la importancia de deshacernos de las cosas que no utilizamos.

He adoptado un principio básico para hacer mi limpia que viene con 2 preguntas, la primera: ¿lo necesito?, la segunda: ¿lo quiero? Así comienzo poco a poco a sacar de mi casa lo que ya no uso, lo que puede servir a alguien más, lo que ya no va con mi estilo de vida y mis hábitos o lo que ya no funciona para mí, lo que, en lugar de facilitarme la cosas, me las complica, las hace lentas o se vuelve impráctico. Así me deshago de las tapas de plástico que no tienen recipiente o viceversa y estaban guardadas hace tiempo, los famosos “tuppers” que muchas madres atesoran, y que a mí me estorban, el bote de yogurt vacío para “guardar” los frijoles o la sopa, aquel batidor que tiene 10 años guardado y jamás lo utilizo, los frascos vacíos, los vasos de plástico, charolas, platos viejos, y así mil cosas que voy sacando para liberar espacio y energía. Sigo con el patio, el jardín, mi recámara, la caja de juguetes de los niños, el closet de mi marido, mi zapatera, la caja de las medicinas, el refrigerador, la lavandería que también es bodega y donde están almacenadas un montón de cosas “por si las ocupo algún día” y que después de años y siempre, sin excepción cuando se ocupan, nunca las encuentro. Y no hablo de “tirarlo a la basura”, me refiero a dejar que otra persona lo use y lo aproveche, a que siga su curso, a no retener, a no aferrarnos. Entender que ya tuvo su momento con nosotros y que sabiamente debemos dejarle ir. Y así como sacamos los objetos olvidados debemos también sacar de nuestra vida a las personas, sí, las personas que nos olvidan y las que olvidamos, las que viven empolvadas en nuestro pasado, que ya no aportan nada nuevo a nuestra vida, o nada positivo, las personas toxicas que nos complican, las que entorpecen nuestro crecimiento, las que ven en nuestro potencial una amenaza, las envidiosas, las hipócritas, las que critican, las que mienten, las que te roban la calma. Amigos, pareja, familia, todos por igual; aquella amiga que te cansas de invitar y de hablar y no regresa nunca tus llamadas ni tus mensajes, el novio que te cuestiona como vas vestida y con quien hablas y si estas gorda o te faltan chichis, el primo que te busca cuando se le ofrece algo, pero en las reuniones familiares nunca “cumple” y cuando buscas el apoyo siempre está ausente, y así tantos ejemplos que cada uno mientras está leyendo esto recuerda conocer o incluso ser. No tengamos arrumbado en un rincón a nadie, ni seamos esa caja empolvada en la vida de alguien. Liberen y libérense.

Elena Hernandez

Nací un soleado día de abril, hace casi 36 años, la mayor de una familia que parece común pero no lo es tanto, llena de personajes interesantes como seguro cada familia tiene los suyos. Arquitecta de profesión, madre de corazón y soñadora por convicción. Hoy dejo la puerta entreabierta para que te asomes un poco a mi mundo, mis vivencias, mis alegrías, mis penas, y descubras conmigo este pedacito de mí antes de que se esfume con el viento.

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