COSECHAS Y NOSTALGIA

Por Cristina Aguirre

Bien dice el dicho, “el que siembra amor, cosecha amor”. Y quisiera platicarles, una pequeña anécdota real, que la que escribe, tiene la única finalidad de compartir:  que vale la pena sembrar en nuestros hijos, recuerdos que en algún momento, cuando ya no estemos, brotarán en sus corazones como una auténtica historia del verdadero amor: EL DE LA FAMILIA.

En el rancho, que antes pertenecía a nuestra numerosa familia, fueron construidos los primeros recuerdos de mi infancia. Cuestión de semanas para que mi mamá ya me estuviera estrenando en el campo.

Fuimos esa generación afortunada, crecimos siendo testigos de cómo iban floreciendo los primeros frutos en cada estación, árboles llenos de florecitas blancas que prometían una buena cosecha y los preparativos para iniciar mi época favorita “la de la pizca de manzana”.

La bodega se iba acumulando de cajas vacías que pronto iríamos a llenar. Lo veíamos tan normal. Cada cabeza de familia, aportaba su granito de arena. Siempre “algo que dar para el rancho”, al menos eso me enseñaron, como mis primeros pininos de “solidaridad”.

Semanas completas acompañando a mi abuela en la pizca de la manzana. Era importante para ella, era importante para la familia, así que era muy importante también para mí. Tal vez si fui una niña de campo. Tal vez simplemente amaba mucho a mi abuela.

Aprendimos desde chicos entre juegos y el ejemplo de los mayores, los cuidados que había que tener, un lugar así, tan especial y aquellos paseos en tractor que provocaba alguna que otra pelea para designar el turno “quien sigue de subirse“ con el encargado del rancho.

Mi abuela me enseñó a ver cuándo una manzana estaba lista y cómo debíamos cortarla gentilmente para no lastimar el árbol. También me enseñó que las manzanas maduras, esas que estaban caídas, eran las mejores para hacer los pays más deliciosos. Ella no desperdiciaba nada.

En tiempos de lluvia, esperando ansiosamente en la ventana mientras cesaba, mi abuela me contaba bellas historias, la mayoría de ellas con alguna enseñanza, sabía como llegarle al corazón de cada uno de los nietos, una de esas hermosas historias era que el sonido de la lluvia eran soldaditos de Dios que estaban ayudando a la cosecha. Así que me gustaba visualizar esa imagen cada vez que llovía.

Jamás olvidaré cuando encontramos unos pequeños intrusos (ratoncitos de campo) y al ver mi abuela que me sentía asustada, le puso nombre a cada uno de ellos. Y eso calmó mi miedo. Desde ahí entendí que nombrar a nuestros miedos les quita fuerza.

Así era siempre ella, un mujeron de esas de antes, dedicada a apoyar a mi abuelo (el cual no tuve la fortuna de conocer) y cuando él ya no estuvo más, tomó las riendas de la casa y también del rancho; quedándose al frente y al cuidado de nueve hijos. Doña María Luisa “La Gringa” , conocida, amada y respetada en varios de los ejidos cercanos.

Olor a café, canela y piloncillo aromatizaban la cabaña como a eso de las seis de la tarde. Siento que una parte de ella, abrazaba el recuerdo de mi abuelo en este lugar y a mi me gustaba estar ahí, con ella. Ella siempre hizo todo lo posible, porque sus hijos fueran unidos y de eso sé que siempre estaremos agradecidos.

Vivimos en aquel entonces, cosas difíciles, la preocupación de mi abuela ante las heladas, el granizo, en la que por una mala racha se perdían las cosechas. Pero estábamos la familia y se que eso era un sostén de vida para ella. En otra ocasión un fuerte incendio provocado por un rayo, se llevó consigo varias hectáreas cercanas al rancho. La palidez en la cara de mi papa al mencionar esto, nos hacía descifrar todo.

Y aun así agradezco a Dios, porque tuvimos la oportunidad para que la familia unida, levantáramos las manos a Dios, para pedir lluvia.

En fin, por cuestiones familiares se vendió el rancho y sentí como si me estuvieran arrebatando una parte de mi infancia. Los recuerdos de mi abuela que guardaba celosamente se iban y solo al mayor de mis hijos le tocó correr por última vez en esos campos en los que alguna vez recorrí junto a ella.

Fue una fuerte noticia para mí el saber que ya no podría volver a visitar aquel lugar, los árboles que solíamos escalar y que imaginé algún día lo harían mis hijos, se convirtieron en un sueño perdido. De igual manera, sentí como si estuviera perdiendo a mi abuela una segunda vez. Y mientras escribo, vuelvo a sentir ese dolor en mi pecho.

Abuelita, hoy te recuerdo con mucha nostalgia. Quisiera volver a recorrer ese camino junto a ti. Poder decirte que me enseñaste tanto y que tu principal legado se quedó en nuestros corazones, al final de cuenta los bienes materiales, vienen y se van, pero el amor hace que todo valga la pena.

Hoy entiendo que no es el rancho lo que más añoro.  Sino tu presencia, tus besos y tus historias. Ahí desde el cielo junto con mi abuelo Chuy espero que estén orgullosos de su familia, de mi. Que yo los recuerdo con tanto amor en especial en las épocas de cosecha.

Ella sembró amor. Y eso fue lo que cosechó.

Las cosas más simples, son lo que más vale la pena. Aquello que ni si quiera requiere de dinero, tan valioso como el primer llanto de un hijo.

Lo que más atesoro de haber gozado de este precioso lugar fue la oportunidad de pasar cada minuto con mi familia. Y precisamente esto es lo que quiero sembrar en mis hijos, tiempo de calidad, que se que el resultado de esa siembra, será una abundante cosecha de amor.

Cristina Aguirre

Soy licenciada en derecho, esposa y madre de tres hijos. Actualmente estoy laborando en una empresa familiar restaurantera, junto a mi esposo. Comencé a escribir como DESAHOGO en mis muy, muuuuy reducidos tiempos libres; escondida en la lavandería, mientras los niños dormían. Gracias por la oportunidad, en especial a todas aquellas mamás que me impulsaron a hacer esto.

4 Comments

  1. Responder

    Pedro Garza

    julio 24, 2019

    Felicidades Cristy..Me gustó mucho tu reflexión y hasta me sentí transportado a Martinillos.

  2. Responder

    Andrés García Guajardo

    julio 24, 2019

    Conmovedor relato que, en otro contexto, pero el mismo tema, me recuerda mi infancia en un rancho de mi padre.Ahora que soy abuelo, también, en un contexto muy diferente,trato de dejar buenos recuerdos y enseñanzas a mis nietos. Gracias por compartir y continua escribiendo, tienes talento y sensibilidad. Felicidades.

  3. Responder

    María Magdalena Dávila Treviño

    julio 24, 2019

    Querida Cristy hermoso relato lleno de añoranza, nostalgia pero sobre todo: amor. Muchas felicidades, me encantó.

  4. Responder

    Rosalinda Garza

    julio 31, 2019

    Cristy ..! te he leído en otras ocasiones y me encanta tus historias..! Esto de ponerle nombre a tus miedos ( los ratones de campo ) genial la de los piojos jaja una verdad absoluta …me sorprende gratamente tu talento que disfruto pues ami también me gusta recordar momentos junto a mi familia que me remontan a mi niñez . Felicidades ..!

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