LA FANTASÍA DE LA MUERTE, MI MUERTE

Por Elena Hernández

¿Cuántos de nosotros hemos fantaseado con nuestra muerte? Con ese último día. Sin entrar en el detalle de temerle o no; por lo menos una vez todos hemos imaginado cómo sería, cómo nos gustaría o cómo no quisiéramos terminar en esta vida. Cuando medito en esto, me doy cuenta que es algo que pienso con mucha frecuencia, como cuando estoy limpiando la cocina y paso el trapo mojado muy cerquita del tomacorriente y me viene un flashazo en mi mente -“¿Y si muero ahora mismo electrocutada?”- y en seguida me respondo: -“¡Ay no! no me he bañado, dejé mi taza de café a medias y traigo una sola pierna depilada”-, entonces sigo con la limpieza de mi cocina con más cuidado porque ¡qué oso morirse así! Y pasan los días y entonces estoy comiendo un snak de cacahuates y frutos secos y de pronto me atraganto y empiezo a toser fuerte al momento que viene ese flash a mi mente -“¿Y si me muero ahorita de asfixia?”, pero replico en seguida: -“¡Ay no! están aquí todos mis hijos, siempre estoy insistiéndoles que mastiquen bien porque pueden ahogarse, sería bastante inaceptable y hasta gracioso que muriera ahora por un pedazo de cacahuate atorado en mi garganta”- y le doy el trago al vaso de agua y mi vida sigue, y sigue. La siguiente semana al salir de la ducha me doy cuenta que olvidé la toalla, y tengo entonces que salir escurriendo y voy paso a paso hacia mi recámara despacito y pienso: -“¿y si muriera aquí de un resbalón descalabrada?… ¡ay no! ¿Así encuerada? Ni siquiera tuve chanse de depilarme la otra pierna, además ¡qué chorreadero aquí en mi cuarto!, mejor no” ¿Y si muero de una enfermedad terrible en la que me tarde uno o dos años en morir, en cámara lenta, con todos a mi alrededor viendo mi deterioro, mi agonía, mi sufrir? O que tal si no, si muero de vieja dormida en mi cama de un paro respiratorio a la mitad de un ronquido y ni cuenta me doy -“eso si sería genial”- pero ¿y si muero en un accidente fatal, al instante y casi ni me doy cuenta? ¿Y si esto? ¿Y si lo otro? Como si uno pudiera en un catálogo elegir aquella cosa.

Y podría llenar 10 cuartillas de las formas de morir que he imaginado durante mucho tiempo desde que empecé a imaginar la muerte, que sinceramente no puedo recordar cuándo inició, pero siento que mi maternidad y esta angustia secreta de dejar desamparados a mis hijos fue el detonante de estos episodios de horror en mi cabeza, como si pensar en ello me preparara para el gran momento o minimizara un tanto la fatídica anécdota alrededor de mi propia muerte. De lo que estoy segura es que aquella que sea la forma certera tal vez no la he imaginado aún, o quizás si, lo que creo en definitiva es que mientras pasa cada día, me queda menos tiempo, eso es indiscutible, real y crudo. Que el hoy y el ahora aunque suene bien trillado, es lo único que tengo para ser feliz, para recibir y para dar, lo que sea y todo. Y que no hay vuelta atrás, no hay un botón de pausa, no hay review, el tiempo no perdona y lo que estés dejando pasar ahora no regresará, ¡jamás! ¡Jamás! Ahora cada vez, y muy de vez en cuando que tengo una ocasión especial para salir, y me arreglo, me depilo la pierna que faltaba, me maquillo, me peino, me pongo “mon parfum” aquí, allá y en aquellito, saco las alhajas con Swarovski y por un segundo me llega aquel flash a mi mente: -“¿Y si muero hoy? …así toda linda.” Y enmudezco y mi corazón se aplasta y digo: -¡NO! HOY NO QUIERO… y entonces la muerte me susurra al oído: …… “el día que te lleve no te voy a preguntar”.

Elena Hernandez

Nací un soleado día de abril, hace casi 36 años, la mayor de una familia que parece común pero no lo es tanto, llena de personajes interesantes como seguro cada familia tiene los suyos. Arquitecta de profesión, madre de corazón y soñadora por convicción. Hoy dejo la puerta entreabierta para que te asomes un poco a mi mundo, mis vivencias, mis alegrías, mis penas, y descubras conmigo este pedacito de mí antes de que se esfume con el viento.

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