Lactancia, maternidad, culpa

Por Clara F. Zapata Tarrés

Que levante la mano quien no ha sentido culpa en el proceso de convertirse en madre…

Al parecer todas llevamos una mochila que carga una piedra muy pesada… Las preguntas vienen y van, las emociones nos desbordan, nos dan ganas de escondernos en el baño, debajo de la cama, irnos corriendo lejos por momentos o por horas y a veces esta sensación puede ser infinita aunque sólo pasen 5 minutos.

Pero, ¿Qué es esto de LA culpa?; ¿De dónde salió algo tan poderoso?

La culpa es una emoción que responde a algo. Las emociones no se piensan ni es posible controlarlas. Están ahí y forman parte de una guía que nos hace mirar y en el mejor de los casos hacer algo al respecto.

Cuando sentimos culpa, creemos que hemos hecho algo incorrecto. Estamos en un constante malestar y sentimos que tenemos la responsabilidad, a veces total, de todo lo malo que sucede, según las expectativas que tengamos. Empezamos a llenar la mochila de piedritas incómodas que cada vez se vuelven más pesadas. Sin darnos cuenta, llega un momento en que ya es una tonelada. Creemos que básicamente todo, recae en nosotras. Si me embaracé deseándolo o no, si puedo amamantar o no, si juego, qué tanto juego con mis hijos, si les ayudo en las clases y tareas escolares, ¿ayudaré bastante?, si estoy entrenada a acompañar la adolescencia de mi hija o mi hijo y así pasan los tiempos y los espacios y puedo ser la madre, incluso de un adulto, y continuar haciendo estas preguntas que vienen de sensaciones y sentimientos muy intensos.

Mucho de esto tiene que ver con lo que hemos aprendido en nuestra propia infancia, con nuestros familiares pero también con nuestra comunidad, nuestra sociedad, con las instituciones que nos rodean, que tienen un poder simbólico imponente. Metemos en nuestros cajones del corazón conductas autopunitivas y las voces de los personajes importantes de nuestra vida se quedan para siempre, si no actuamos para hacerlas conscientes. Así, muchas de nuestras propias conductas pueden valerse de ello. Por ejemplo, si de pequeña no me dejaban comer dulces, hoy podría decidir comérmelos todos y sentirme culpable o bien hacer consciente este hecho y decidir que finalmente no me hace bien comerlos todos. O también, si en la infancia fui golpeada, puedo continuar con el patrón y golpear a mis propios hijos y sentir culpa, o bien cambiar el rumbo a través de la autoreflexión y sin duda de una revolución interna.

La culpa es un suceso causal, real o imaginario. Deviene de una autovaloración negativa de este suceso. Las emociones o sentimientos que se experimentan tienen que ver con la tristeza, el remordimiento, la frustración y van acompañadas todas de un lamento profundo. Puede ser que la culpa nos lleve a hacer cosas asertivas: pedir perdón, rectificar, reconocer, sanar. Pero también puede llevarnos por caminos tortuosos que no son nada placenteros: creernos responsables de todo lo que sucede a nuestro alrededor, creer que la perfección es nuestro camino permanente, tener quejas y lamentos casi siempre improductivos y finalmente llegar a una profunda y molesta depresión. Con estas sensaciones nos paralizamos, pensamos sólo en el pasado y nuestro juez interno se vuelve implacable y autoritario.

Y entonces, ¿cuál será el antídoto de esta amenaza?

Quizás el primer paso sea precisamente reconocer que siento culpa y que las emociones que siento son válidas y posibles, que estoy en un camino no estático y que lo maravilloso de la vida es que puedo elegir en las bifurcaciones hacia dónde ir. Cuesta trabajo, claro, pero vale la pena.

Cuando nace un bebé, nace una madre. Y así como sale este ser de nuestro propio cuerpo, así sale y se va construyendo un aprendizaje sin instrucciones. Por más conocimientos o por más experiencias que nos cuente nuestra propia madre sobre lo que se define como tal, el aprendizaje es ahí, en el momento. Si de casualidad me encontrara con una receta, seguramente mi bebé o mi hijo inquieto, me haría la demostración de la teoría contraria: esa receta NO me sirve. Nada es mecánico. Con la información que tengo, con la carga cultural y familiar, con lo que aprendo de otras madres u otras personas, voy haciendo elecciones propias. Aprender a ser madre se hace haciendo, practicando. Aprender a amamantar se hace amamantando, aprender a tratar y comprender a un adolescente se hace mirándolo a los ojos y poniéndome en su lugar.

La culpa se siente por igual sea cual sea tu circunstancia. Necesitamos tratarnos con respeto, conocer nuestras limitaciones, saber rectificar los errores y aceptar que podemos cambiar, que no somos perfectas y que la intención o la meta tampoco es esta. Podemos pedir ayuda e intentar dejar de juzgarnos para ser auténticas, honestas y capaces de mostrar nuestra vulnerabilidad. ¿Por qué cuando estamos tristes o desesperadas nos escondemos? ¿Por qué ocultar este sentimiento y salir de pronto con la sonrisa congelada como si no pasara nada? ¿Por qué queremos que así nos vean nuestros hijos o nuestras hijas? ¿Hemos pensado que todo esto podría arriesgarnos a no tener una conexión real con nuestros hijos y más bien, una des-conexión?

¿Qué tal si cambiamos el panorama? ¿Qué tal que nos mostramos como somos, transparentes? ¿Qué tal si nos mostramos como humanas que somos y no como super-mujeres capaces de todo?

El permiso suele ayudar. Podemos asumir el error, rectificar, cambiar, pedir ayuda, ser flexibles. Lo que necesitan nuestros hijos e hijas es que estemos contentas con nosotras mismas, nutridas emocionalmente y no nutriendo constante y permanentemente a los OTROS. Recordemos el sentido. Recordemos tener una actitud compasiva hacia nosotras mismas, con la responsabilidad que esto implica. Huyamos de las etiquetas, sepámonos únicas, vivamos HOY. Somos muchas, somos todas, madres sinceras y auténticas. No estamos solas.

Texto inspirado en “Congreso de crianza respetuosa” de Criar con Sentido Común. Septiembre 2020.

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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