La magia de los abrazos…

Por Clara F. Zapata Tarrés

Dados los últimos acontecimientos sucedidos en nuestro país en estos días pasados, me parece necesario hablar de la soledad y de la importancia de los abrazos…

En el norte de México, donde vivo, hay muchas fábricas y zonas industriales donde trabajan como operarias muchas personas. No sé si todos conozcamos este mundo. Es un lugar desértico, vienen muchas personas de varios lugares del país que migran y poco a poco intentan traer a sus familias gracias a que aquí “sí hay trabajo”. Otros son originarios de aquí mismo. Las industrias funcionan por turnos. Les llaman “primero” que es el turno de día; el “segundo” que es de medio día hasta las 11 de la noche y el “tercero” que se desarrolla por la noche. A estos turnos, el que decide trabajar, se tiene que adaptar. A veces toca en el día, a veces en las noches… Muchas personas de éstas son mujeres. Las mujeres en algunas fábricas son muy valoradas porque tienen mayor sensibilidad en las manos o las tienen más pequeñas y son capaces de hacer cosas que los varones no. Así… estas mujeres son de diversas edades y muchas de ellas son casadas, otras solteras y muchas de ellas madres…

Imaginemos su vida por un momento… Migrantes o no, solteras o “arrejuntadas” o casadas o en soledad… Son madres que tienen hijos de distintas edades: recién nacidos, niños, adolescentes, o ya algunos adultos. Unas trabajan por temporadas, cuando es necesario traer más dinero a casa, otras por placer o necesidad. Unas son muy jóvenes ya con uno o varios hijos, otras embarazadas. Tienen las mismas responsabilidades que cualquier trabajador en su casa. Viven lejos o cerca del parque industrial y en general pasan por ellas en alguna esquina cercana a su domicilio para llevarlas a trabajar. Dentro del lugar o cerca algunas tienen la suerte de tener una guardería para sus bebés y en muy pocos centros de trabajo pueden llegar a tener un lactario para extraer su propia leche, por ejemplo.

Sigamos imaginando. Estas mujeres tienen el deseo que amamantar y tener cerquita a sus bebés. Se hacen o no sus controles mensuales del embarazo y llega el día en que se termina la incapacidad y están amamantando a sus bebés. El primer día de regreso, sus pechos se congestionan… o no si es que hay “la suerte de nuevo” de contar con un empleador justo… Algunas tienen otros hijos que encargaron por ahí o después de cierto tiempo de gozar con el derecho de solamente trabajar de día, tienen que volver al turno nocturno, al tercero. Imaginemos… Mujer, pechos congestionados, compañeros que se burlan por la leche derramada en la blusa, baja de producción a lo largo de los días… desvelada, llevando a sus otros cachorros a la primaria… durmiendo un rato y cocinando para la comida… buscando a sus hijos si es que van a la escuela… porque dadas las historias… algunos niños no van a la escuela y cuidan a los hermanos o van a la escuela en las tardes… Madres en soledad, hijos en soledad, vínculos familiares rotos, más soledad…

¿Cómo está esa madre? Y más aún… ¿Cómo imaginamos a esos niños y bebés? No describí la vida cotidiana a fondo, pero creo que muchas de nosotras hemos visto algo o conocemos algún caso especial… ¿De quién es la culpa? ¿De esa madre, de la familia, de los niños?

Tenemos que ver el contexto desde lo que vive un bebé en el centro de su corazón, pasando por su madre, sus hermanos, su familia, el lugar donde viven… Pero ir mucho más allá preguntándonos ¿qué papel juegan las instituciones, los gobiernos, las autoridades, los empleadores, los sistemas de salud, etc? ¿Qué podemos hacer desde lo local, en nuestro vecindario, en el de al lado, y en el más lejano también, en el que no nos es cómodo estar ni mirar…? ¿Qué hacemos por esa mujer que nos encontramos en el transporte, por esa mujer que quizás trabaja en nuestro hogar, por esa mujer que está sola y es funcional y hace lo que puede? ¿Qué hacemos por la soledad de nuestra compañera?

Empecemos por nosotras. Seguras, confiadas, abrazándonos y abrazando a nuestros hijos pero también sin temor a abrazar a las otras mujeres y a los otros niños que necesitan no nuestra mirada compasiva ni “linda”, sino nuestra empatía directa, que actúa, que hace cosas, que escucha y puede tener una relación igualitaria, de mujer a mujer… Ver las cosas de lejos puede hacernos caer en el juicio de valor, en poner las cosas en términos de “más” o “menos”, en calificar o poner adjetivos erróneos a la que tenemos frente a nosotros… Cuando nos arrieguemos a darle la mano y a comer en la mesa de esta mujer y a invitarla a nuestra mesa, lograremos mucho. La mujer distinta a nosotras nos ayudará a comprender mejor el mundo, a relativizar nuestra propia vida y sólo entonces la podremos abrazar sinceridad y honestidad. Después de ello, podremos ayudar y ella nos ayudará también. Juntas lograremos abrazar a nuestras hijas e hijos para trabajar desde nuestra trinchera por una sociedad más pacífica y cariñosa con los bebés y los niños. Después, lograremos luchar pacíficamente para ir exigiendo derechos, consiguiendo cuestiones específicas, haciendo consciencia. Ahí, en ese abrazo, podremos decir que no estamos solas, ni la mujer obrera, ni la ama de casa, ni la madre que trabaja en una institución gubernamental, …, dejemos los juicios e interpretaciones de lado, abracémonos y abracemos a nuestros hijos… Juntas, nunca solas… en igualdad.

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

DEJA UN COMENTARIO

LECTURAS RELACIONADAS