LA SEGUNDA CUARENTENA

Por Dona Wiseman

En la segunda cuarentena, la que casi pasa desapercibida, el mundo onírico sigue permeando la vigilia.  Las imágenes postapocalípticas temidas se refugian en lenguaje simbólico y los miedos se convierten en esperanza.

El hospital se ha convertido en un refugio y yo me incorporo al equipo que recibe a quienes buscan una vida nueva.  No sé de qué huyen. Tal vez la idea de la pandemia se ha quedado tan programado en las mentes de los seres humanos que solo se alcanzan a mover en masas hacia los lugares de transición. 

El sistema de observación del hospital, compuesto por pantallas enormes, muestra la ciudad entera.  Los edificios son figuras grises sobre un fondo gris más claro.  Los grupos de personas que se mueven se dibujan en verde oscuro.  Nadie se mueve solo.  Son manadas grandes o pequeñas que se desplazan como si fueran una sola unidad.  No sé si son lidereados por alguien o si algún instinto ciego las mueve.  Se dirigen a edificios, a todas las estructuras visibles en el mapa. 

Un grupo entra a una construcción y, de la nada aparentemente, un vehículo embiste el lugar, destruyéndolo y destruyendo a todos los que se encuentran adentro.  Nos miramos con asombro todos los que estamos en el cuarto de control del hospital.  No esperábamos eso.  Nadie esperaba eso. 

Recibo instrucciones por teléfono.  Debo tomar posesión de mi espacio, de mi lugar privado, de mi habitación.  Llegarán muchos y yo debo tener mi lugar, mi cuartel. 

Al pasear por el hospital me encuentro con una habitación con terraza.  La habitación está abierta al aire, al sol.  En la terraza hay macetas colgantes y alimentadores de colibríes.  Allí no hay ni sospechas de edificios grises ni masas verdes.  Sacudo la cabeza.  No sé si este lugar es un recuerdo de otro momento o una visión de lo que vendrá.  Por lo pronto, este lugar será el mío. 

En otra vida, en otro mundo, las preguntas dan vueltas en mi mente.  La cama, la habitación, lo que queda detrás de la puerta.  Entre la fragancia de las flores de las lilas y las rosas de mi jardín, con el peso de la cobija en mis piernas y los hombros frescos por el aire matutino, abro la vigilia sin abrir los ojos.  Vuelvo a escoger mi lugar.

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

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