APREHENDÍ LA VERGÜENZA (ASÍ CON H)

Por Dona Wiseman

Vi este post hace días.  Decía “autor desconocido”.  Busqué.  La autora (aparentemente) es Justine Hernández (http://www.sudcalifornios.com/item/me-ensenaron-la-vergueenza).  Comparto, aún y cuando no estoy de acuerdo con decir que “me enseñaron”.  En realidad “aprehendí”, así con “h”.  Pero de alguna manera el resultado es el mismo.  Hemos establecido una manera de vivir, y tal vez es momento de reconsiderar.  Despacito, jamás de golpe.  Por lo pronto, feliz seré de declararme absurda, ridícula, sucia, inoportuna, inapropiada, orgullosa, asustada, y sinvergüenza.  Feliz seré de admitir que busco gustar, que estoy cómoda en mi cuerpo con la edad y los kilos y las lonjas y lo caído y que ando por la vida sin filtros.  Les comparto el escrito de Justine:

Me enseñaron a avergonzarme de mi cuerpo, de mis actos, de mis pensamientos.  Me enseñaron que lo que pienso es absurdo, que lo que hago es ridículo, que lo que deseo es sucio.  Y aprendí a no decir lo que pensaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor pensara algo mejor.  Y aprendí a no hacer lo que me apetecía, por vergüenza de que alguien a mi alrededor creyera que era inoportuno.  Y aprendí a no perseguir lo que deseaba, por vergüenza de que alguien a mi alrededor opinara que era inapropiado. 

No contenta con someterme a la mirada externa, me plegué también a la vergüenza ajena.  Y aprendí a preguntarle a la vergüenza cómo vestirme, no vaya a ser que alguien pensara que voy buscando gustar, destacar. Y aprendí a escuchar a la vergüenza al desnudarme, no vaya a ser que me sintiera cómoda en mi cuerpo, y me acostumbrara a enseñar(me)lo sin miedo. Y aprendí a consultar con la vergüenza antes de abrir la boca, no vaya a ser que dijera sin filtro lo que me pasa por la cabeza, y se enterara la gente. 

Y dejé de bailar, de reír a carcajadas, de rascarme el culo, de preguntar lo que no entiendo, de opinar lo que pienso, de compartir lo que siento, de pedir ayuda, de ponerme faldas, de ir a la playa, de comer o llorar en la calle, de ir sin sujetador, de pintarme, de salir sin pintar, de bajar a la calle despeinada, de usar esa ropa que dicen que no me pega nada, de llamar a quien echo de menos, de tomar la iniciativa, de decir que no, de decir que sí, de quejarme, de vanagloriarme, de estar orgullosa, de admitir que estoy asustada. 

Y, a base de sentirme cada día más avergonzada, entendí que mi vergüenza nunca iba a sentirse saciada. Que toda la vida iba a imponerse entre yo y mi representante impostada. Así que busqué a mi sinvergüenza interna. Y le costó salir un poco, le daba vergüenza. Pero acabó sacándome a bailar, haciéndome dúo al cantar, saliendo conmigo a la calle con la cara sin lavar, animándome a hablar, a ignorar las cosas que me deberían avergonzar.

Y ahora no tengo tiempo para sentir vergüenza. Estoy ocupada viviendo.

Y ahora que nos acercamos al año 2022, nos deseo mucha vida, pero sin vergüenza.

Dona Wiseman

Psicoterapeuta, poeta, traductora y actriz. Maestra de inglés por casualidad del destino. Poeta como resultado del proceso personal que libera al ser. Madre de 4, abuela de 5. La vida sigue.

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