Honrar la infancia

Por Clara F. Zapata Tarrés

Entre la semana pasada y esta, estuve en un taller dirigido por Yvonne Laborda. Ella es una especialista en Crianza Consciente y siempre tiene novedades que compartir. Novedades, pero también nos recuerda que casi siempre o siempre, solemos olvidar a las infancias. Solemos analizar y mirar el mundo desde el punto de vista de los adultos.

Pero, ¿qué significa esto?

Seguramente has observado a tu bebé, a tu infante o a tu adolescente. Constatas que tiene sus propios tiempos, sus propios ritmos y que en general su acercamiento al mundo suele darse en un espacio de juego. Pero desgraciadamente llega un momento en que por razones de la vida cotidiana o por esa intrínseca manera de nuestro propio acercamiento a la vida, dejamos de observar y nos olvidamos de esta maravillosa experiencia imaginativa, creativa y única que posee de manera natural, la infancia.

Este acercamiento comienza desde el momento en que nuestro bebé sale de nuestro vientre y nos percatamos de los gestos que hace esta persona que acaba de llegar al planeta tierra. Si continuamos cercanos, nos daremos cuenta que, a través de la lactancia, aprenderemos cómo mira el mundo este nuevo ser. Hace caras de pregunta, movimientos y reflejos que nos sorprenden, sonríe en su sueño, se menea, se estremece, despierta y clava sus ojos en los nuestros, busca el pecho, se emociona y se prende rápidamente y hace ojos de borrego cuando el placer de este momento llega a su culminación.

Es ahí, en ese momento que comenzamos a aprender y conocer, descifrar y hacer consciente nuestro trabajo como acompañantes de la crianza. Poco después ese bebé ya interactúa mucho con todo lo que le rodea. Si está tomando pecho, voltea bruscamente cuando alguien habla o le llama; si está acostado boca arriba mirándonos, comienzan sus primeras palabras y su intenso diálogo cuando le cambiamos el pañal o estamos a su lado; tiene una curiosidad infinita y aprende de cada segundo que la vida le regala. Habla, sonríe, aprende a socializar.

Luego, gatea, se arrastra, y casi sin ayuda, con las condiciones necesarias para esta transición, camina solo, se para y se emociona por esta nueva conquista. Pasa lo mismo cuando comienza a comer otros alimentos aparte de la leche materna. De nuevo, si creamos las condiciones necesarias para su autonomía, veremos que comienza a tomar cosas con sus deditos, fortaleciendo la pinza y metiéndose el puré, el pedazo de plátano o lo que le hayamos propuesto. Si le compartimos una cuchara empieza a imitarnos y ya para el año, es un experto en comer con utensilios e incluso sabe muy bien tomar agua de un vaso.

Hasta ahí, podemos decir que casi no intervenimos, confiamos en el curso del tiempo, en la maduración natural del cuerpo humano. Y en otras ocasiones, creemos que Tenemos que “ayudarle” aunque no sea necesario… Empezamos a dejar de acompañar para meter nuestra propia cuchara porque la cultura, la sociedad, o nuestro mundo exterior nos lo exige.

Hay infinidad de historias. Bebés que se dejan solos, bebés que son demasiado asediados por nosotros, bebés a los que se les engaña con un “avioncito” de comida para que coman, bebés que están en una silla que imita el movimiento de los brazos de un cuidador, chupones de plástico que distraen. En otros casos, la intervención es mínima e intentamos dejar que ese bebé aprenda con nuestra compañía y nuestro acompañamiento.

Y pasan los años, vienen los dos años y comenzamos a querer regular, controlar, obligar a decir la palabra “gracias” y “por favor” sin ningún sentido y aún sabiendo que la sonrisa de esa persona ya representa el agradecimiento. No cuestionamos nuestra mirada, nos creemos mejores, superiores y sabios. No respetamos ese río o esa cascada llena de aprendizajes autónomos y naturales, que sin duda, llevan piedras y obstáculos que esquivar. Dejamos de confiar en ellos. Dejamos de honrarlos porque queremos imponer costumbres, “valores” o simplemente por una cuestión de poder o de autoridad.

Y llega la adolescencia y esto se multiplica. Dejamos de escuchar para seguir imponiendo. Dejamos de acompañar para controlar sin pensar que todos estos años esta persona se está creando, imaginando y queriendo construir en libertad.

La crianza consciente parte desde este punto. Es una postura ante la vida. No son instrucciones, ni pasos a seguir. Es reconocernos como los adultos que somos, con nuestras historias a cuestas, con autoreflexión y constante pregunta y siempre desde el respeto y la presencia.

Si queremos una crianza consciente, tendríamos que reflexionar también sobre lo que desean nuestros hijos. Necesitamos conocerlos, mirarlos, observar cada recoveco desde que nos lo ponen en el pecho. Necesitamos mirar su naturaleza, hacernos preguntas sobre nuestra propia infancia, sobre lo que nos faltó y lo que nos hizo felices.

Necesitamos honrar la infancia porque la infancia es sagrada. Si recibimos lo que necesitamos cuando seamos adultos seremos responsables, seguros. Tendremos y daremos amor, respeto y podremos satisfacer sus necesidades.

Los bebés y las infancias piden. Y si todos piden ciertas cosas, ¿estarán equivocados? Si les damos lo que piden, si les acompañamos, si sabemos cuando estar cerca y cuando alejarnos un poco sin dejarles solos, si respetamos sus necesidades, haremos grandes descubrimientos y crearemos vínculos grandes, para toda la vida. Ellos sabrán que están llenos de amor y en el futuro podrán dar también.

¿Crees que les das demasiado amor? Jamás es malo dar demasiado cariño. Las infancias que han recibido tanto, han recibido lo que necesitaban. Y cuando estamos llenos, no pedimos. Hemos recibido todo lo necesario.

Confiemos en nuestros hijos, en su corazón. Ahora es cuando necesitan recibir, no en el futuro. Honremos a nuestros hijos y nuestras hijas.

Aquí puedes acceder a todo el contenido que ofrece Yvonne Laborda:

https://www.institutoyvonnelaborda.com/crianza-consciente-y-educacion-emocional/

octubre 10, 2022

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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