Un viaje

Por Clara F. Zapata Tarrés

“No camines delante de mí, puede que no te siga. No camines detrás de mí, puede que no te guíe. Camina junto a mí y sé tu amigo.”

El extranjero. Albert Camus.

Después de 11 años creí que todo estaba listo. Chichi, brazos calurosos repletos de reciprocidad, miradas derretidas de amor, juegos interminables con ollitas, con carritos, con muñecas, lectura de historias y cuentos al amanecer y el atardecer y bueno, un infinito camino de crianza que implica entregar el cuerpo y a veces hasta el alma con gran generosidad. El viaje apenas comezaba cuando me di cuenta…

Después de 11 años me encuentro con mi cachorra: reflexiva y cada vez más consciente de la búsqueda de su camino propio; queriendo protegerla de las violencias de algunas experiencias de vida… Y en este recorrido voy realizando que en lugar de efectivamente, proteger, el control aparece inconsciente e incómodo para darme una bofetada que me deja bien sorprendida. Soltar, dejar que se vivan las experiencias con libertad y con las implicaciones que ello conlleva. La vida que nos enseña a pasos agigantados y muy agitados…

Y pues sí, no podemos proteger o querer que las cosas salgan bien a toda costa. La vida hay que vivirla, hay que caminarla, recorrerla en muchos sentidos, aprendiendo y formando nuestra propia mirada.

Me pregunté entonces, si cuando yo tenía 10 ó 15 ó 20 hice lo que me dijo mi papá o mi mamá o mi maestra, queriendo “evitar sufrimientos”, queriendo “ahorrarme pasos”… Y recuerdo que lo que una quiere es vivirlo, atravesar este espejo, a pesar de ese futuro en ocasiones incierto…

Después de 11 años, me encuentro con mi cachorra queriendo brazos, queriendo que durmamos juntas de nuevo, queriendo cuentos e historias, queriendo abrazos eternos a medianoche adormiladas. Lo acabo de entender. Pareciera que es una recién nacida. Y de pronto, me llegó esta “iluminación”. Sin entender mucho qué pasaba, pensando que sus sentimientos eran exageraciones, creyendo que sus pasos podrían ahorrarse alguna experiencia, me llegó el mensaje y se fueron acomodando las piezas de este laberinto.

A veces la vida misma parece un laberinto. Y a veces también, necesitamos pasar por los recovecos, regresarnos si encontramos una pared, ir en sentido contrario para hallar de nuevo la dirección que entre derecha e izquierda adquiere curvas inesperadas, sorpresas multicolores. La vida es lo que está fuera de nuestros planes.

Y mientras esto pasa por mi cabeza y mi corazón, abrazo unas manos que son más grandes que las mías ya, acaricio un rostro que tiene ojos grandes y verdes. Paso mis manos por una cabellera densa repleta de chinos desordenados; hago masajes en unos pies que todavía no reconozco porque calzan del 7 y yo del 3… Mientras tanto caigo en la cuenta que no importa el tamaño de las palabras, de los gritos, de los berrinches o de las alegrías y de las lágrimas de tristeza, frustración o felicidad.

Regreso al origen, cuando ella cabía casi en las palmas de mis manos y colocarla en mis pechos llenos de leche bastaba. Bastaba. Regreso para abrazarla en la penumbra, bajo la luz tenue de su imaginación que sigue infinita, con lágrimas… Veo unos brazos fuertes que quieren que los cobije; lunares que se parecen a algunos míos. No puedo evitar remontarme a mi misma. Y ella es mi reflejo. Ella me mira intensamente con los colores de la tierra a veces y con los colores de las almendras o de las hojas verdes fuerte de los aguacates…

Regreso a ella. Ella podría ser yo. Ella deja de ser yo, se separa como una mariposa de su capullo, queriendo quedarse en esa cuna calientita pero sabiendo que va a estirarse hasta volar sola. Los procesos vitales tienen rituales maravillosos que sólo se pueden pasar experimentándolos. No hay de otra. Estamos en este portal. A punto de atravesar, a punto de despegar y de rasgarnos las capas del espejo que nos recuerda que gracias a todo y a pesar de todo, saldremos bien. Las dos traspasaremos la frontera de la mano y el amor será la pauta.

Clara Zapata

Soy Clara, etnóloga chilena-mexicana. Tengo dos hermosas hijas, Rebeca y María José, con Joel, mi regiomontano amado. La libertad y la justicia son mi motor. Creo plenamente en que la maternidad a través de la lactancia puede crear un mundo más pacífico y equitativo y por eso acompaño a familias que han decidido amamantar. Amo la escritura, la cultura y la educación.

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